Capítulo 12: "El susto está en él pero el gusto está en tus labios"

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Padre es el que cría y no necesariamente el que engendra ¿O a caso podrían decirle padre a un hombre poco constante que nunca se preocupo por el bienestar, pasión, éxito y buen desarrollo de su hijo? Un hombre cuyas virtudes poco a poco han desaparecido con el tiempo, enfermo de su propia soledad, no encuentra a quien amar, pero si a quien castigar.

-Helena.-

Podía reconocer esa voz en donde sea. Era nada más la voz de Paul, la cual siempre acude a mi rescate, vaya inmunidad que tiene ante el rechazo, tan conmovedor pecado cometí en haber negado sus labios aquel día.

-Helena.-

Seguía insistiendo, no quería hablar de él con nadie ¿A caso no entienden lo humillante que es?

-¡Helena responde! Sé que estas ahí y no me iré hasta saber que sucede.-

-Paul…- Un susurro no será suficiente para transmitirle mi inseguridad, he de dejarlo pasar, todo lo ocurrido le tendré que explicar.

-Paul pasa…- Lo invité a entrar al cuarto, mi persona en una esquina de la cama y su esencia en la puerta, lo miraba de frente y aún así no caía en su belleza.

-Ayer en la noche después de que terminaste de hablar por teléfono no supe más de ti.- Preocupado Paul se acercó a mi lado, mi mentón direccionado hacia el suelo, fue guiado por sus manos al frente.

-“Nunca le bajes la cabeza a tu padre otra vez.” Me decía-

Paul sintió una notable confusión.

-¿Quién te decía eso Helena?-

-Mi tío Roberto, quien fue mi psicólogo antes de fallecer.-

Su mirada habló por sí sola, sí la pena y la lástima tuvieran un hijo, seguramente hubiera nacido entre los ojos de Paul por cada vez que habla conmigo.

-¿Helena, por qué le prestas tanta atención a ese imbécil?- Que valiente fue para decirle así.

-¿Por qué crees que le bajo la mirada cada vez que habló con él?-  Quería responder su pregunta con otra, una no tan directa pero si efectiva, esté rápidamente lo comprendió.

-Ya veo.- Suspiro para así alzar su mirada al techo. –Le tienes miedo.- Fácilmente acertó.

Por un momento me pareció sentir que de mi mentón brincó a la  mi nuca, posó su mano ahí tan simple, con tanto cariño posó su mano y siguió consolando lo que parecía imposible.

-Tampoco me bajes la mirada a mí.- Se quejó sonriente. –Te veo y me veo a mí- Continuó –Tanto miedo nos está cegando. –

Quería hacerle ver las cosas como yo las veo, pero siempre aquel rayo de luz, pedazo de cielo, o piel de luna presente en su mente, le hacía abrirme un mundo lleno de posibilidades.

-No todo es así Helena.-

Palabras caen, lágrimas también, juegan a las escondidas pero eso a él jamás le importará.

-Quiero saber.- Insistió efervescente -¿Qué te hizo para que le temas tanto?

-Yo también quisiera saber que te ha hecho a ti tu madre.- Dije intentando desviar el tema, pero vamos con este muchacho, eso jamás funcionará.

-Helena no me cambies el tema.- Respondió como era de esperarse. No me quedo de otra que contarle… En realidad de brindarle un pequeño resumen.

-Cuando era pequeña, él era mi ídolo, mi luz, mi amor, mi héroe y pues, yo era su aprendiz, la luz de esos ojos, la victima de sus rescates. Una vez hasta logró confesarme que yo era su consentida entre todas mis hermanas... Pero.-

Paul y Helena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora