Capítulo 12 - 14 de febrero, un año más

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Keyla

Aclaración: aquí hay un salto en el tiempo.

- ¡Feliz cumpleaños!

Por alguna razón, esas palabras me sabían vacías. ¿Dónde estaba papá? ¿Por qué no estaba aquí, conmigo? Había oído decir a mamá muchas veces que trabajaba mucho, pero siempre, hasta ahora, se había presentado a mis cumpleaños. Me prometió, hace tiempo, que lo haría.

- Déjalo, mamá. No estoy de humor.

Ya llevaba años arrastrando la desilusión, todas las promesas rotas de mi padre. Una indiscreta lágrima se deslizó por mi mejilla, quizá en el peor momento.

- Cariño, lo siento, de verdad. Tú no tienes la culpa.

Le lancé una mirada que bien podría haber intimidado al mismísimo Lucifer.

- Ya lo sé, mamá. Fuiste tú la que se acostó con el imbécil de su médico, no yo.

Las palabras salieron más afiladas de lo que yo pensaba, pero no me arrepentí. Tampoco me desagradó la cara de mi madre cuando asimiló esas palabras. Y el bofetazo que vino después no me dolió mucho más que todo lo que llevaba soportando estos años.

Me llevé la mano a la mejilla, y murmuré unas palabras, que, por mi propio bien, esperé que no hubiese oído. Yo no era la clase de persona que pegaba a su madre, ni deseaba serlo, así que me escabullí del salón antes de oír sus sollozos.

Sí, ella siempre lloraba cuando ocurrían cosas así. Por lo que parecía, yo era la culpable de todas sus miserias, la hija mala, desobediente, sin razón de ser.

Ah, no, espera, que ella misma se había arruinado la vida.

Sentía como todo desparecía a mi alrededor cuando llegué a mi habitación. Allí, cómo no, estaba Louis. Era tan sólo mi hermanastro, y mi instinto me decía que lo odiase, pero jamás lo haría. No sabía porqué, pero algo en él hacía que quisiera protegerlo. No, él no tenía la culpa de nada. No tenía la culpa de ser el fruto de una relación envenenada y fuera de lugar.

Era mi hermano. Y lo quería como tal, con sus virtudes y defectos.

- Lou, ¿qué haces aquí?

Enarcó una ceja, con expresión burlona.

- Creía que era tu hermanito querido.

Bufé, tratando de contener la risa. ¿Cuándo había dicho yo eso? Porque lo había dicho, eso estaba claro, pero Louis tenía la capacidad de registrar todas y cada una de mis palabras y usarlas en mi contra. Siempre.

- Y lo eres, pero quita los pies de mi cama. Cambié las sábanas esta mañana.

- Ah, y por cierto, feliz cumpleaños.

Sentí un aguijonazo de dolor al escuchar esas palabras. Cada 14 de febrero era una maldición para mí, pues me recordaba todo lo que perdí y lo que pude haber sido. Y me hacía ver que esto, y sólo esto, era lo que tenía. No había más. Y era feliz con ello. Seguía reprochándole a mi madre sus pasadas imprudencias, pero tenía doce años. No podía hacer mucho más. Me tocaba resignarme y aceptar mi destino. Quizá, con el tiempo, las cosas mejorarían.

Aunque, eso está claro, jamás volverían a ser como antes.

Me volví hacia mi hermano, tratando de enmascarar mis sentimientos, y fingí una sonrisa cuando lo vi ofrecerme una bonita rosa. Louis era así: sabía interpretar mis sentimientos, y cómo hacerme volver a la normalidad.

La cogí entre mis dedos, y él sonrió.

- Cómo no, siempre un perfecto caballero.

Hizo una torpe reverencia.

- A su servicio, Alteza.

Torcí el gesto.

- Puedes retirarte.

Él puso los ojos en blanco y salió de la habitación, dejándome sola.

Fui al baño y cogí el vaso que usaba cuando me cepillaba los dientes. Lo llené de agua, puse la rosa en su interior y dejé mi improvisado florero sobre mi escritorio. Me senté en la cama, apoyando la espalda en la pared, y seguí observando la flor. Otro de las cualidades de Louis era que, pasara lo que pasara, sabía como arreglarlo. O, al menos, lo intentaba. No era mucho, pero era más de lo que podía decirse de otras personas.

Memorias de una lesbiana (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora