Alice
Tras un corto recorrido en coche, llegamos por fin a nuestro destino. Por suerte, el señor James había desistido en venir, y eso significaba que sería realmente un día tranquilo y lleno de felicidad. Sólo faltaba el padre de Keyla, aunque supongo que ya es demasiado tarde para esperarlo.
Cuando salimos del vehículo, la vi a ella, y le hice un gesto con la mano, instándola a ir a mi lado. Cuando lleguó junto a mí, le señalé una pequeña puerta con la barbilla.
- Conduce al sótano -susurré- mi abuela guarda ahí muchísimas cosas, entre ellas sus juguetes y vestidos que le hacía a mi madre. Son preciosos, ya verás.
- ¿Vamos a jugar a los disfraces? -respondió en el mismo tono, ilusionada.
Asentí, con los ojos brillantes. Supongo que ese lugar debe de estar lleno de misterio.
La abuela Valentina fue muy agradable y espontánea, como siempre. Aparte de ofrecernos todos los dulces del mundo, como ya acostumbraba; en cuanto tuvo ocasión nos dio la llave del sótano con una sonrisa cómplice: mis padres creían que ese lugar era muy peligroso, pero yo pienso que teníamos derecho a explorar.
Así que nos escabullimos con el pretexto de que íbamos a jugar al campo, y en cuanto no miraban, abrimos la puerta.
Parecía una escena de una película. Yo iba delante, alumbrando los escalones con la tímida luz de una vela. Aunque era muy emocionante, tenía el corazón encogido de miedo. Papá tenía razón: no debía de haber visto esas películas.
Al final, resultó que había una lámpara, y la encendí sin problemas. En cuanto pude comprobar que la luz iluminaba todo el espacio, suspiré aliviada. Por suerte, ella no se dio cuenta. Si lo hubiera hecho, se habría burlado de mí.
- Mira.
Cuando Keyla señaló el polvoriento arcón con el dedo, no pude reprimir una sonrisa. Estaba lleno de los vestidos de mi madre, los que la abuela había hecho a mano, y había algunos (la mayoría) que eran realmente preciosos.
Cuando ya nos habíamos vestido, seguimos buscando. Encontramos unas viejas tiaras oxidadas en una caja envuelta en un lazo, y, aunque su apariencia no era la mejor, los años le daban un aire místico.
El sótano era un verdadero tesoro. Encontramos zapatos, que, aunque sucios, combinaban perfectamente con los vestidos que nos habíamos puesto, y alguna que otra cinta que nos pusimos en el pelo.
Obviamente, nos pusimos a jugar a las princesas. ¡Por favor, teníamos apenas siete años!
- ¡Niñas!
La voz de Harry nos llegó algo amortiguada, pero decidimos subir. Llovía a cántaros, pese a que estábamos a finales de agosto ; pero nos encontró sin problemas.
- ¿Qué pasa, papá? -dije.
Nunca había visto a papá llorar, pero podría jurar que, cuando nos encontró, una lágrima rodó por su mejilla. Aunque quizás fuera una gota de lluvia.
- Cariño, te habíamos buscado por toda la finca. Y la madre de Keyla casi estaba sufriendo un ataque. ¿Dónde estábais?
- En el sótano -dije, como si fuera evidente.
Fue entonces cuando reparó en nuestras ropas y en las tiaras, empapados por la lluvia.
- Será mejor que entremos antes de que pilléis un resfriado -dijo, con una sonrisa.
Puede que tan sólo fuera mi imaginación, pero, antes de entrar, me pareció ver a mi padre echando una mirada a la negra noche.
- ¿Qué pasa, papi?
- Nada, cariño. Vamos, entra.
Oh, por supuesto que estaba mientiendo.
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Memorias de una lesbiana (Pausada)
RomansaPara Alice, Keyla siempre estuvo ahí. Para Keyla, Alice siempre estuvo ahí. Desde el principio, ambas fueron grandes amigas. De las de siempre. Y cuando digo de siempre, digo de siempre. Se conocen desde el mismo nacimiento. ¿Y si, tras quince añ...