Peones*

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      El arzobispo se encontraba en la biblioteca, su lugar preferido desde el primer día en que llegó a la abadía al noreste de Prizus

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      El arzobispo se encontraba en la biblioteca, su lugar preferido desde el primer día en que llegó a la abadía al noreste de Prizus. El libro que tenía en mano mostraba especies animales únicas que pocas veces se lograban ver, hablaba sobre quimeras, grifos, wyverns, dragones, leprechauns y más; sin embargo, hacía mucho tiempo que casi nadie vio uno de esos especímenes, cosa que no parecía desanimar al arzobispo a conocer sobre ellos.

     El abad Gonzalo se encontraba realizando uno de sus rutinarios paseos por la abadía, le gustaba mirar lo que sus protegidos y servidores hacían durante sus estancias en ese lugar. Ese día, durante este recorrido hubo algo que le llamó la atención, encontró a los fanáticos rezando, algo que nunca los había visto hacer desde hacía veinticuatro días que llegaron. Quiso preguntarles el motivo, sin embargo tampoco quiso interrumpir su rezo.

      Aún no era medio día, pero había mucho ruido en la abadía. Era debido a la orden del arzobispo Fernando quien había ordenado que acudieran diáconos, sacerdotisas y guardias de distintas abadías. Desde hacía siete días, un día tras otro, personal iba llegando cumpliendo con su deber, de no ser porqué cada abadía mandaba suministros con su grupo, la recolecta y rebaño de ese lugar no habría sido suficiente para satisfacer las necesidades de todos ahí.

     El abad Gonzalo ya había recorrido todos los pasillos, patios y habitaciones publicas dos veces, y se disponía a hacerlo una tercera vez como era su costumbre.

      "¡Disculpe Abad¡, ¡Abad Gonzalo!" Escuchó a sus espaldas cuando pasaba por uno de los pasillos principales que rodeaban el monumento central a Zatsha. El abad dio media vuelta  y rápidamente encontró a una chica que lo miraba fijamente.

     —Abad, disculpe la molestia. ¿Podría otorgarme un poco de su tiempo?

     —Sin duda puedo hacerlo hija. Acompáñame—El abad volvió a dar media vuelta y siguió caminando, rápidamente la chica lo alcanzó y caminó a su lado.

       —Yo vengo de Merino. Cuando me di cuenta que la abadía cercana enviaba soporte a otro lugar decidí seguirlos.

     —¿Con que motivo? ¿No pensaste que podría ser peligroso para ti?

     —Claro que lo pensé Abad, pero fue precisamente eso lo que me impulso a venir. Estoy cansada de hacer lo mismo todos los días. Salir temprano, recoger un poco del sembradío e ir al mercando a pasar horas tratando de venderlo o hacer un trueque. 

     —¿Cuál es tu nombre hija? 

     —Irina—Contestó la chica con una gran sonrisa.

     —Irina, no tiene nada de malo ser la persona que da la oportunidad a otra gente de conseguir un poco de alimento. A pesar de no estar dentro del clero, indirectamente haces la misma función que nosotros, ayudar a la gente.

     Irina se quedó en silencio algunos segundos, su cara reflejaba meditación a las palabras del Abad.

     —Pero, hay otra forma en que puedo ayudar —La chica miró nuevamente al Abad con una mirada de ilusión.

Colmillo Helado, Blasón de Fuego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora