Capítulo 3

107 16 3
                                    


—Sres. Warren, el doctor Dean los espera, por aquí por favor —dijo la joven, vestida con impecable uniforme blanco, dirigiéndose a la pareja, que estaba sentaba en la sala de espera del Sanatorio.

—Gracias enfermera —respondieron casi al unísono.

Dirigieron una rápida mirada a los demás familiares allí presentes, yendo luego hacia donde la muchacha les indicaba.

—Sres... —dijo el médico extendiendo su mano, para saludar al matrimonio Warren —, pese que la condición de su hija es muy delicada, se mantiene estable, hemos podido retirar el respirador, por lo que se está oxigenando por sí sola. No podemos tener certeza de que los daños recibidos puedan dejar secuelas, eso lo sabremos a medida que vaya evolucionando. El hecho de que haya abierto sus ojos, es muy alentador. Pero por el momento no podemos decirle nada más, solo resta esperar.

Los padres de Lorraine, escucharon el informe médico con el corazón lleno de esperanza, y los ojos nublados por las lágrimas.

—¿Podemos verla?

—Sí, le ruego que solo sean tres minutos. Pueden pasar, solo ustedes, por favor —ordenó el facultativo, mientras tomaba el hombro de cada uno de ellos, con intención de brindarles apoyo y consuelo.

Como toda madre amorosa, la sra. Warren, acarició levemente el cabello de su hija, mientras elevaba una silenciosa plegaria al cielo.

El padre, solo podía mirarla, se veía tan frágil que no tenía el valor de tocarla.

Vincent Blumer, se encontraba de pie en el aeropuerto esperando la llegada del vuelo que traería a sus padres desde Alemania. Su rostro pálido, desencajado, atraía la mirada curiosa de alguna que otra persona. Cuando al fin pudo abrazarlos, se permitió largarse a llorar. Eternos minutos en brazos de sus progenitores, le brindaban consuelo en ese momento tan doloroso.

La muerte de su hermano lo había hecho trizas. Poder abrazar a sus padres, resultaba como un bálsamo para su alma.

Una sencilla ceremonia se llevó a cabo en la capilla donde poco tiempo antes, las mismas familias celebraban la boda. El ministro que los había unido en matrimonio, oficiaba el servicio fúnebre. La implacable mano del destino lo colocaba ahora despidiendo a Frank Blumer, pidiendo luz y paz en el viaje hacia su morada eterna.

El cielo, se veía hermoso, despejado a través del amplio ventanal con cortinado blanco.

Lorraine, se encontraba sentada en un cómodo sillón celeste pálido.

La mirada perdida en la nada. Las ojeras grises, le daban un aspecto avejentado. Su angustia infinita, cortaba como afilada daga su alma. Se negaba a comer, apenas si pronunciaba palabra. Tuvo la fortuna de no haber sufrido secuelas, pero eso no le importaba; ella sentía que estaba muerta.

Habían pasado dos meses y medio del accidente. La joven mujer iba recuperándose lentamente. No podía aceptar la pérdida de Frank, su estado de ánimo le impedía avanzar en su recuperación.

—El médico dio permiso para que la llevemos al patio, señorita Warren.

—Blumer... señora Blumer —exclamó con expresión sombría, casi en un susurro, corrigiendo a la enfermera, asegurándose de que la oyera bien.

—Disculpe, señora Blumer.

La mujer hubiese querido que la tierra la tragara. No podía permitirse un error como el que había cometido con un caso tan delicado.

El sol se brindaba cálido esa tarde, era agradable la sensación de tranquilidad, que otorgaba ese jardín amplio, lleno de plantas, flores y cantos de pajaritos.

Sin alientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora