La historia comienza con una apuesta. A veces pienso que si no hubiera sido por esa apuesta yo aún odiaría esta ciudad tanto como al principio. Fue el día en que ellos se dieron la mano y cerraron el trato cuando las cosas empezaron a darse vuelta para mí. Pero eso no lo supe hasta mucho después.
El objetivo de la apuesta entre Sergio y Claudio era cambiar de vida. Tomar prestada la vida del otro por un tiempo, hasta que uno de los dos no soportara más. Creo que ellos entonces no tenían claro en qué se metían, pero se dejaron tentar por el desafío y después ya no quisieron retroceder.
Si fui testigo de ese momento fue simplemente porque ya había leído completo el libro que los inspiró. Ellos no.
-¿No sigues?
-Estoy pensando.
-Pero no has escrito ni diez líneas.
-Creo que no sirven: tal vez que empezar de nuevo. Es que yo no tendría que estar escribiendo. Deberías hacerlo vos o Claudio. Al fin y al cabo, ustedes fueron los protagonistas de la apuesta.
-Ya lo hemos discutido y sabes que los dos escribimos mal. En cambio tú eres perfecta para esto. Increíblemente detallista. Nadie más es capaz de darle tantas vueltas a las mismas cosas durante horas.
-Vas a decir que hablo mucho.
-No. Es decir sí, hablas mucho, pero no iba a decirlo.
Como esta historia se contará a través de mis ojos, tengo que empezar explicando algunas cosas sobre mí. Tal vez lo primero sería presentarme. Me llamo Ayelén, pero no me gusta mi nombre. Si hubiera podido elegir, me habría llamado Ana. La gente con un nombre así de simple debe tener una vida más fácil, de eso estoy segura. Yo odio que mis padres hayan querido ser tan tremendamente originales. Sé que otros miembros de la familia habían sugerido Mercedes o Carmen, pero en esa época ellos estaban fascinados con todo ese asunto de la cultura mapuche. Y es fatal llamarse Ayelén cuando una quiere pasar inadvertida.
Puede parecer que estoy tomando un camino demasiado largo, pero es simplemente un pequeño rodeo para llegar al nudo del asunto. Al día de la apuesta.
-No sé si sirve esta historia.
-¿Por qué dices eso? Tiene todo lo que han pedido: es real y sucede en Madrid. Yo creo que podemos ganar. Vamos, deja de dudar y escribe.
Sucedió durante mis primeros días en la ciudad, cuando me parecía tener el mundo entero en contra. Me hubiera gustado ser invisible para que nadie notase mi existencia, pero sucedía todo lo contrario. Como si no tuviera suficiente con llamarme Ayelén, soy pelirroja, más alta de lo normal y torpe. Horriblemente torpe.
lo exhibí el primer día en el instituto. No había dado dos pasos en la que iba a ser mi clase cuando tropecé con una mochila que alguien había dejado en el medio del pasillo y me fui al suelo. Por un momento pensé que nadie me había prestado atención, que iba a poder levantarme como si todo estuviese bien, como si no acabara de protagonizar la entrada más humillante del mundo, pero entonces él se acercó.
No estaba mal. Demasiado flaco, quizás. Me pareció que se había tomado mucho trabajo para lucir descuidado: llevaba unos Jeans caros pero rotos, con una camisa que le colgaba parte adentro y parte afuera del pantalón. Había un aire de burla en su cara cuando me miró. Suficiente visible para que yo lo percibiera, pero no tan visible como para que pudiera preguntarle de qué diablos se reía.
-¿Te has echo daño?
-No.
Muchas veces me pregunté después por qué se me acercó ese día. Supongo que también él se sentía horrible: había cambiado de colegio tras la separación de sus padres, y estaba entrando a un lugar donde casi todos se conocían. Habría querido buscar a una persona que tuviera un aspecto lamentable, aún más solo y perdido que él. Y aparecí yo.
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Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...