Cuando volvimos a vernos, la inquietud se le había instalado en el cuerpo a Claudio. Dijo que el domingo lo había notado a su padre más raro que nunca: como si su mente vagara por otra galaxia. Que no le contestaba sus preguntas, que se quedaba mirando el infinito, que parecía atrapado por una red a la que él no tenía acceso. También le había dicho que ese lunes debía salir otra vez a las siente, por una cita de trabajo.
Tras darle muchas vueltas al asunto, había decidido volver a seguirlo para saber dónde se metía y los demás nos ofrecimos a acompañarlo. Yo imaginaba otra cosa que no me atrevía a confesar: que José estaba chiflado o, al menos, que iba por ese camino. La descripción de Claudio me había recordado las palabras de aquel psiquiatra del hospital, que nos advirtió que podía desbarrancarse. Con la presión de esos tipos acosándolo, la cordura de José tenía que estar pendiendo de un hilo. Pensé que sería bueno estar cerca en caso de que el hilo se rompiera.
Esta vez, habíamos decidido, lo íbamos a hacer mejor que el sábado anterior: pensábamos dividirnos en dos grupos, para tener menos posibilidades de perderlo. En caso de que tomara el metro, eso nos permitiría separarnos en dos vagones diferentes. Sin embargo, hubo algo que obligó a cambiar los planes. Algo absolutamente inesperado que provino nada menos que de Yáñez, la profesora de Lengua.
Lo primero que hizo al entrar a clases fue pedirles a Sergio y a Claudio que se acercaran a su escritorio. Mientras lo hacían, los dos tenían cada de estar caminando hacia su propio entierro. Es que intuían lo que se venía: en la última prueba se habían copiado escandalosamente. Yáñez solía hacernos cambiar de lugar para los exámenes y esa vez ellos quedaron providencialmente juntos. No sé quién le dictó las respuestas a quién, o si fue un trabajo conjunto, pero los exámenes resultaron idénticos.
Tuvieron que escuchar primero un discurso sobre la falta de seriedad y madurez que reflejaba una actitud como la de ellos. Luego, tal como venían temiendo, Yáñez dijo que había decidido ponerles un uno. Solo que -aquí fue perceptible la incomodidad de la profesora- había sucedido algo inexplicable, algo que nunca antes es sus treinta y cinco años de trayectoria le había pasado: había perdido sus pruebas. Al parecer las había dejado separadas del resto para volver a leerlas y decidir la calificación, pero luego se habían mezclado con otros papeles, vaya a saber cómo, y habían ido a parar a la basura. Las había buscado una y otra vez, pero no había tenido suerte.
-O tal vez tengáis un ángel de la guarda.
Eso dijo, porque tan cierto como que se habían copiado era el hecho de que sin la prueba del delito ella no podía plantarles el uno así nomás. Entonces, anunció mirándolos a los ojos, había decidido darles una nueva oportunidad. Si se quedaban después de hora ese día, se las tomaría otra vez.
-¿No puede ser mañana, profesora? -preguntó Claudio en un hilo de voz.
-De ninguna manera. Hoy tengo que entregar las calificaciones. Os quedáis o va el uno.
No hubo otro remedio.
Los planes para esa tarde se habían disuelto en el aire. Vi que la mirada de Claudio mostraba su descanto. Sin pensarlo mucho, dije entonces que Mariana y yo podríamos caernos por su casa casualmente y ver en qué andaba José. Como para que él se quedara más tranquilo.
Creo que a ella la tomé por sorpresa, pero en seguida aceptó. Al que no pareció convecerle del todo la idea fue a Sergio, que objetó que lo hiciéramos solas: si luego había que seguirlo quién sabe por dónde... A todos, sin embargo, nos pareció que exageraba, y cuando vio la ansiedad en la cara de Claudio, Sergio acabó por dejar caer sus objeciones.
-Pero tenía razón.
-Odio que lo digas.
ESTÁS LEYENDO
Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...