Hubo algunos signos de lo que iba a pasar antes del casamiento, pero creo que estábamos todos demasiados distraídos para interpretarlos. Uno de ellos sucedió un martes, cuando salíamos del instituto. Claudio se había quedado esperándola a Macarena en la puerta, y Fernando y yo nos adelantamos. Casi en seguida los vimos. Estaban en la mitad de la calle y la Bestia sobresalía entre ellos por su volumen. Los dos nos detuvimos, pero ninguno habló. A lo lejos vimos que también nos miraban: ese típico cruce de miradas que no hace más que marcar posiciones, como dos animales que se miden antes de dar el salto. Solo que nosotros no pensábamos en saltar sobre ellos, sino en salir de ahí a toda velocidad.
-Creo que es mejor que volvamos -dije intentando mantener la calma-. Hay que avisarle a Claudio.
El regreso lo hicimos corriendo. Claudio estaba aún allí, hablando con Macarena, con cara de quien no se entera de que el mundo sigue girando. Cuando nos vio llegar agitados y supongo que un poco histéricos, frunció el ceño y nos dio la espalda, con la esperanza de que nos alejáramos. Pero Fernando le rodeó los hombros con sus brazos y se lo dijo al oído: que no caminara por esa calle hacia el metro, porque su ida corría peligro. Por supuesto, Macarena quiso saber qué pasaba, y cuando se enteró de que era su hermano el causante de nuestra agitación, pretendió meterse en el asunto.
-Vamos juntos y no te hará nada -dijo.
Por suerte, a Claudio no le pareció una buena idea. Lo vimos dudar, porque tampoco quería pasar por cobarde frente a Macarena, pero terminó diciendo que mejor evitar un problema precisamente en ese momento, a solo tres días del casamiento de su padre, Que si iban a parar a la comisaría, las cosas se pondrían negras. De modo que terminamos haciendo un desvío eterno para llegar hasta la siguiente estación de metro sin pasar frente a la Bestia. Imagino que él se quedó allí parado, juntando odio para la próxima ocasión.
El segundo episodio tuvo lugar el jueves, un día antes de la boda. Claudio no fue al instituto porque debía ayudar a su padre con la mudanza: era fin de mes y tenían que irse ese día para no pagar la renta una vez más. También Sergio había estado colaborando a preparar los bultos hasta entrada la noche y se había quedado a dormir allí. Salió temprano hacia el instituto. Dice que la sintió por primera vez cuando caminaba hacia el autobús: una presencia.
-¿Presencia? -pregunté después, cuando me lo contaba-. ¿Qué querés decir, un fantasma?
-No, que alguien me seguía.
Era un coche verde, dijo, que avanzaba muy lentamente. Pensó que tal vez se imaginaba, pero cuando bajó del autobús y caminó hacia el instituto, lo volvió a sentir. Allí estaba otra vez el coche, sospechosamente cerca. Se dio vuelta para mirarlos y tal vez por eso después el auto desapareció. Pero ya llegando al instituto le pareció que tenía a un hombre casi pegado a sus talones. Terminó corriendo el último tramo, muerto del susto.
-No escribas eso, que parezco un cobarde. Además no estaba "muerto del susto".
-Tendrías que haberte visto la cara.
-Bueno, pero no tienes necesidad de decirlo así.
-Es mi versión, no te olvides.La verdad es que dudamos de él cuando lo contó. Maríana le dijo que tal vez andaba nervioso y se lo imaginaba, lo que no hizo más que aumentar la irritación de Sergio.
-¿Quién te podría seguir? -preguntó Fernando.
Él no tenía respuestas para esa pregunta, pero insistió en que había sucedido: el coche verde iba tras él. Analizamos un rato más el asunto, pero no llegamos a ninguna conclusión y terminamos por aburrirnos.
Ese día, Mariana, Sergio y yo habíamos acordado irnos juntos del instituto porque queríamos comprar un regalo para José y Adela. En el camino íbamos discutiendo qué llevaríamos con el dinero que habíamos reunido, que no era mucho. Mariana prefería un mantel porque le parecía muy útil, y yo unas cajas chinas que no sirven para nada pero son preciosas. Estábamos en pleno debate cuando Sergio volvió a sentirlo.
-Nos siguen -susurró.
Yo miré hacia atrás y vi un coche verde que iba despacio.
-¿Estás seguro?
-Seguro, es el mismo.
Pero cuando Mariana se dio vuelta, el coche se había alejado y no volvió a aparecer. Por eso no le creíamos:
-Ves cualquier auto verde y ya te sugestionás -le dijimos.
Él insistió, pero no había pruebas que lo apoyaran. Al final compramos las cajas chinas.-Sois unas desconfadas.
-Estuvimos mal, sí.
-Si me hubieras creído...
-¿Qué?
-Nada, supongo.
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Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...