Era uno de esos días tibios en que la gente siente un impulso irrefrenable por salir y sentir el sol en la piel después de soportar el frío durante demasiado tiempo. El Parque del Retiro estaba a tope y por un momento temí que no pudiéramos encontrarnos. Habíamos acordado vernos junto a un puesto de venta de bebidas a las tres y media, cuando suponíamos que la reunión entre Claudio y su padre tenía que haber terminado. A quien primero localicé en medio de la multitud fue a Mariana, absorta en la contemplación de un grupo de mujeres que practicaban una gimnasia oriental y se mantenía inmóviles en una pierna como si fueran garzas. Un poco después apareció Serio masticando un sándwich gigantesco, algo a lo que insiste en llamar bocadillo sin tener en cuenta la contradicción entre el diminutivo y el absurdo tamaño del objeto. Pero de Claudio, ni noticias.
Al principio nos entretuvimos simplemente mirando a nuestro alrededor. Al rato, sin embargo, nos invadió la impaciencia, que se fue convirtiendo primero en inquietud y luego en angustia, a medida que pasaba los minutos y Sergio se dedicaba a imaginar en voz alta todo lo que podía haberles ocurrido a Claudio y José si habían tenido la desgracia de toparse con los matones.
Mariana estaba preguntando en un hilo de voz cuánto tiempo había que esperar para presentar una denuncia policial por la desaparición de una persona en el momento en que lo vimos llegar. Venía caminando tranquilamente y me pareció a mí que cantaba por lo bajo. Venía caminando tranquilamente y me pareció a mí que cantaba por lo bajo. Cuando nos vio levantó la mano y sonrió. No había ni un atisbo de disculpa en su cara después de tenernos una hora de plantón, imaginando todo tipo de calamidades.
-No lo van a poder creer -dijo mientras saludaba.
Recién entonces percibió una sombre en nuestra expresiones.
-¿Les pasa algo? -preguntó.
Pero creo que nuestra curiosidad era superior al enojo, de modo que decidimos dejar los reproches para más tarde. Había algo evidente desde el primer instante, y era que teníamos que estar equivocados en algún punto.
Porque todas nuestras especulaciones sobre tramas secretas, negocios ilícitos y oscuros personajes no cuajaban en absoluto con esa cara de placidez que tría Claudio ni con la sonrisa con que se disponía a contar la historia, como quien se prepara para desmenuzar el chisme más jugoso de una fiesta.
-No lo van a poder creer -repitió.
-Bueno -se impacientó Mariana-, dilo de una vez.
Nos habíamos sentado sobre el césped en un rincón en el que aún daba el sol. Claudio dejó a un lado su mochila y se acomodó entre Sergio y yo, disfrutando de cada segundo que demoraba en empezar el relato.
-Bien, pongan mucha atención. Las extrañas salidas de mi padre en los últimos días, las mentiras evidentes que me decía, su actitud reservada y distante... Bueno, el verdadero motivo de todo eso no era el que pensábamos. Era otro.
-¿Cuál? -gritamos a coro, ya hartos de tanto suspenso.
-Una mujer.
-¿Una mujer?
-Sí, Mi padre empezó a ver a una mujer en el último mes y no me lo quiso decir. Es la primera vez que sale con alguien en serio desde que murió mamá y dijo que no sabía cómo me lo iba a tomar; entonces prefirió ocultarme todo el asunto hasta estar seguro de que las cosas iban en serio. Hoy me lo dijo.
Claudio percibió que tomábamos la noticia con cierta indiferencia. Es decir, claro que estaba muy bien que su padre estuviera de novio, pero no era algo que a nosotros nos resultara demasiado emocionante. Entonces volvió a sonreír.
-Todavía no les dije quién es.
Esa vuelta de tuerca sí que nos tomó por sorpresa.
-¿Quién? -preguntó Sergio.
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Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...