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Poco más de una hora después, la fiesta había terminado. Una vez que se fueron los tipos, ya no hubo cómo recuperar el clima: era como si una nube negra y maloliente hubiese descendido para quedarse. La gente no veía el momento de partir y algunos lo hicieron sin siquiera despedirse de José, creo que para no mirar su cara atravesada por el pesar. Solo se quedaron unos pocos amigos, que intentaron levantarse el ánimo poniendo unos discos y saliendo a bailar. No sé si lograron su objetivo, porque nosotros nos fuimos a un parque cercano.
Hacía frío, pero ese viento helado era un alivio después del aire denso que habíamos tragado en el salón. A Sergio le habían puesto una venda la nariz y se veía un poco ridículo, aunque curiosamente era uno de los que mantenían más alto el ánimo. El más abrumado era, sin duda, Claudio.
-El casamiento se arruinó completamente -dijo-. Quién sabe qué pasará ahora, tal vez Adela lo deje a mi padre.
-No creo -dijo Sergio-. Adela es capaz de sobrevivir a peores cosas.
Pero no resultó demasiado convincente porque todos habíamos visto la cara de disgusto con que la familia en pleno había observado a José, los saludos helados al partir y, sobre todo, la mirada de Adela, a la que se le había escapado todo el brillo.
José había tratado de esbozar una explicación de lo sucedido, pero él mismo se dio cuenta de la inutilidad de su intento, cuando nunca antes le había advertido a Adela que esos tipos venían acusándolo para que terminara de pagar una deuda que jamás se acababa, aunque ya les había dado todo lo que tenía. Tal vez si se lo hubiese dicho a tiempo, las cosas podrían haber sido distintas, pero en el último momento todo se parecía demasiado a una historia armada para salir del paso.
Claudio sentía que todo su mundo se había caído a pedazos en unas pocas horas. Y eso incluía su historia con Macarena, porque cuando ella supo que su hermano estaba tirado en la calle luego de que le rompieron una guitarra en la cabeza, había salido a llevárselo y se había despedido apenas con un saludo apurado, en el que él creyó ver un final.
-Todo se arruinó -insistió. No hubo manera de convencerlo de que estaba exagerando y seguramente Macarena reaparecería una vez que el episodio con su hermano se hubiera superado.
La otra cara fatal era la de Fernando, y tenía sus motivos: había caído en la cuenta de la guitarra quebrada contra la cabeza de la Bestia era un instrumento valioso y que tendría que pagársela a su dueño, uno de los integrantes de la banda.
-Ahora todo el dinero que junté para el pasaje se irá en eso -dijo con una voz que parecía surgir del subsuelo y que acabó por hundir nuestros ánimos en el fondo más profundo.
Por un momento, todos nos quedamos callados. Después, Mariana miró el reloj y murmuró que tenía que irse. Preguntó si alguien caminaba hacia el metro y yo le dije que sí, no tanto porque estuviera apurada como porque ya no soportaba quedarme. Me puse a revisar mis bolsillos en busca del billete del metro, que nunca sé dónde pongo, y fue en ese momento cuando saqué el papel. Al principio no recordaba qué era ese recorte de diario viejo y arrugado. Pero entonces leí "Historias reales en Madrid", y empecé a hacer planes.
-¿Creen que está es una buena historia?
-pregunté, y me miraron como se mira a las personas que siempre dicen algo fuera de lugar.
Pero luego fueron cambiando de idea, mientras este proyecto iba creciendo.

- Dime la verdad: ¿por qué se te ocurrió sugerirlo en ese momento?
- No sé. Al principio creo que simplemente intentaba cambiar el clima. Eso parecía un velorio. Pero después, cuando leía en el aviso que iban a convertir a la historia ganadora en un guión de televisión y que además le darían a los autores dos mil euros, pensé que ese dinero nos ayudaría a resolver varias cosas.
- Y Fernando en seguida te apoyó. Vio que ahí estaba su salvación.
- Pero yo ese día creí que al final no lo íbamos a hacer. Por Claudio.
- Sí, se puso como loco. Con eso de que estaba mal vender la historia. Pero no era su problema, evidentemente. Quedó claro después, cuando dijo que escribir todo lo que había sucedido era como desnudarse.
-Algo de razón tenía, porque él iba a ser el más desnudo. Es su vida, a fin de cuentas.
- ¿ Y por qué aceptó entonces?
- Creo que Mariana lo convenció cuando dijo que podríamos cambiar los nombres y dejar ciertos temas de lado.
- Y no has cambiado ningún nombre.
- Todavía hay tiempo.

Hubo muchas discusiones hasta que decidimos contar la historia. Yo quise que la escribieran Sergio y Claudio, que fueron quienes echaron a rodar todo esto cuando sellaron la apuesta, pero no logré convencerlos. Creo que no solo fue porque no quieren escribir, sino porque contarlo significa en cierta forma examinar cómo y por qué sucedieron los hechos y eso es algo que no les gusta hacer. Dicen que tienen suficiente conmigo, que ando buscando el derecho y el revés de cada cosa que pasa.
Recuerdo ahora que esta conversación hablaba de las distintas visiones de la ciudad, y yo me preguntó cuál es el Madrid que aparece en nuestra historia. Tal vez no es uno sino muchos, porque creo que mi Madrid nunca va a ser el Madrid de Sergio, ni el de Claudio. Creo que yo todavía miro todo como extranjera y tal vez siga haciéndolo siempre.

- Ahora que pienso, no has omitido nada.
- ¿De qué hablás?
- Claudio te pidió que no contaras todo.
- Sí, y eso hice: hubo muchas cosas que no conté.
- ¿Como qué?
- Como el día en que se estaba besando apasionadamente con Macarena en el banco de una plaza y los vio todo el mundo.
- Es cierto. Pero has ocultado muchas más cosas sobre ti.
- ¿Sobre mí? ¿Qué?
- No has hablado de cuando fuimos juntos a bailar. Ni de que me tienes esperando una respuesta.
- Soy la autora. Ya dije que tengo derecho a contar lo que quiera. De todas formas, eso no es importante para está historia.
- Pero es importante para nosotros.
- Creo que mejor sigo escribiendo.
- Te escapas.
- Claro.

Aunque Diga FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora