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Dice Sergio que supo del enamoramiento de Macarena la misma tarde del concierto, cuando Luisa empezó a insistir con que las llevara con él. Al principio todo le resulto un poco extraño, porque si bien su hermana es solo un año menor que él, normalmente la única actividad que desarrollan juntos es pelearse. Por eso Luisa tuvo que decirle la verdad: que Macarena moría por Claudio. Hasta ahí a Sergio la cosa le pareció mas bien divertida y no tuvo inconvenientes en llevar a las dos al concierto. Pero en el metro,cuando empezó a oír hablar de un hermano de Macarena llamado  Ricardo, de su mal carácter y de su expulsión del instituto, ya no le quedaron dudas. La sombra de la Bestia lo acosó el resto de la noche, porque temió que se apareciera de un momento a otro y ahí mismo se desatara una guerra. El tipo ya tenía a Claudio entre ceja y ceja sin razón aparte, pero si encima veía a su hermano con él, las cosas podían ponerse negras.

-Es lo que hay que evitar -dije yo, creo que por décima vez-. Ya bastante tiene Claudio con lo del padre.

En realidad, Claudio solo sabía la parte de los problemas de salud de José y su estadía en el hospital, pero no habíamos llegado a contarle lo de los tipos que vinieron a buscarlo. Habíamos pensado hacerlo varias veces, pero las cosas no dejaban de complicarse y no tuvimos coraje de agregar una nueva preocupación a su lista.

Lo que empezamos a hacer Sergio, Mariana, Fernando y yo fue caer por casa de Claudio en los momentos en que estábamos libres. Teníamos la ingenua esperanza de que si llegaba a aparecer la Bestia podríamos tratar de calmar las cosas e impedir que le rompiera el alma. O, si eso era imposible, llamar a alguien para evitar que terminara de cumplir con su objetivo.

Además, habíamos puesto a Fernando y Mariana al tanto de la otra situación, para saber cómo actuar en caso de que los hombres volvieran. Eso suena mejor de lo que era en realidad, como si hubiésemos tenido todo perfectamente organizado. La verdad es que no teníamos la más remota idea de qué hacer si volvían. Tantas vueltas le dimos a ese tema que empezamos a dudar de todo: para empezar, no estábamos seguros de si eran o no policías. Una y otra vez repasamos la situación con Sergio, pero no lográbamos recordar si ellos lo habían dicho o nosotros lo supusimos.

Sabíamos, eso sí, que me habían mostrado una credencial, pero lo cierto es que yo apenas había alcanzado a echarle un vistazo y no había observado gran cosa. Y evidentemente, no llevaban uniforme. Pero aun si fuera policías, ¿tenían derecho a entrar a la casa? ¿Necesitaban la orden de un juez? Y si no, ¿quiénes eran? Después de mil horas de discusión, Fernando, agotado, preguntó qué haríamos entonces en caso de que los tipos aparecieran y Sergio se limitó a decir que cada uno hiciera lo que le saliera mejor.

Le tocó nada menos que a Mariana. Creo que hasta ahora hablé muy poco de ella y merecería que se diga un poco más, porque tuvo un rol muy importante en esta historia. Es cierto que se la ve delicada y hasta diría endeble con su cuerpo menudo y sus grandes anteojos, pero es pura apariencia. La flacura no le quita firmeza ni carácter, que eso le sobra. Y si tiene las mejores notas del curso no es porque sea empollona, como se dice acá (en mi país decimos "traga"), sino porque la chica es pura materia gris. Bien lo demostró esa tarde en lo de Claudio.


-¿Traga?

-Viene de tragalibros.

-Y luego dices que aquí usamos palabras ridículas.


Lo identificó por la calle, cuando estaba llegando. Nunca supe exactamente cómo, porque ya dije que los tipos no tenían ningún cartel que dijera policías ni ninguna otra cosa, pero ella iba caminando precisamente detrás de ellos y oyó que hablaban de un colombiano. No solo eso. Según dice Mariana, hubo algo más, algo que la puso en alerta. Tal vez fue que uno de ellos era muy alto, prácticamente un gigante, y eso le recordó mi descripción. Entonces apuró el paso, se adelantó a los tipos y entró en el edificio donde viven José y Claudio. Ahí se detuvo, fingiendo buscar algo en la mochila, y observó que también los tipos se dirigían hacia ese pórtico. No dudó más más y se lanzó en una loca carrera tres pisos hacia arriba que desembocó en el departamento de Claudio, donde en ese momento él y su padre se disponían a comer unas arepas con queso recién hechas. 

Aunque Diga FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora