El día en que finalmente la apuesta se hizo real, yo venía de una horrible pela con mi madre. Llevábamos un tiempo discutiendo a cada rato por pavadas, pero aquella vez fue peor. Supongo que yo había llegado de mal humor, en uno de esos días en que odiaba ser yo y estar acá. Por eso me irritó tanto descubrir que mi suéter favorito estaba totalmente arruinado. Ella lo había metido en el lavarropas con las toallas sin darse cuenta y se había deformado de un modo grotesco, con los brazos larguísimos, como para encajaren el cuerpo de una orangután. Por algún motivo, ese día el suéter me pareció terriblemente importante. O tal vez era solo que necesitaba pelear.
-¿Por qué necesitabas pelear?
-A veces me viene bien gritar un poco. Como si se soltara algo que quedó atascado adentro. Aunque creo que esa vez se me fue la mano. Ella reaccionó de una forma histérica.
-¿Qué dijo?
-Que yo nunca colaboraba en la casa, que como acá no tenemos ayuda doméstica hacía sola todo el trabajo y encima yo venía a armar un escándalo por un suéter deformado. Siguió gritando cuando yo ya me había encerrado en mi habitación.
La pelea la habíamos tenido la noche anterior, porque a la mañana aún nos duraban las malas caras y no nos dirigimos la palabra. Para peor, al levantarme descubrí que me había salido un grano espantoso en la cara, uno de esos granos que se ven a kilómetros de distancia. Tomé sin ganas un café con leche y me fui, cerrando tras de mí la puerta tal vez algo más fuerte de lo necesario. Mamá volvió a abrir y gritó algo que no llegue a oír porque no me di vuelta. No quería que viera que estaba llorando. Sé que parezco una imbécil, llorar por un suéter y un grano. Pero supongo que no era eso, era mucho más. En ese momento deseé más que nunca estar en Buenos Aires, sin que nadie se riera de que digo suéter en lugar de jersey ni de la forma en que pronuncio la doble ele.
-Si es que no nos reímos de ti, ya te lo eh dicho. Pero pronuncias de una manera tan graciosa que...
-Me hacés perder el hielo de lo que cuento. Además, no me gusta ser graciosa.
Sé que tal vez no resulta muy interesante todo este asunto suéter, pero tiene relación con lo que sigue. Porque cuando me iba acercando al instituto solo me importaba disimular el grano y el hecho de que había estado llorando. Fue por eso que me solté el pelo. Tengo una mata de pelo enrulado que parece disponer de vida propia: cuando lo libero se expande como si fuera espuma y me tapa buena parte de la cara.
En ese momento me encontré con Sergio. Me costó reconocerlo porque venía vestido de una manera totalmente diferente. La ropa parecía irle un poco grande y además llevaba una gorra al revés, con la visera hacia atrás. Me sonrió y dijo que el pelo suelto me quedaba bien. Pero supongo que no era eso lo que importaba, porque después agregó que le venía perfectamente para su situación. Entonces me esteré de que había empezado el cambio de vidas. Por eso se veía tan raro: traía puesta la ropa de Claudio e iba a sentarse en el lugar de él, es decir, exactamente atrás de mí. Y también por eso mis rulos iban a cumplir la función de cortina para taparlo de las miradas de los profesores. Yo dije a todo que sí, porque lo único que me importaba en ese momento era disimular mis ojos enrojecidos, y sobre todo, que no se fijara en el grano.
-¿Era muy feo?
-De los peores. Rojo brillante.
-Nunca lo noté.
Cuando entramos lo vimos a Claudio, que también estaba extraño y había ocupado el lugar de Sergio. A él la ropa le quedaba un poco estrecha y llevaba una campera de cuero.
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Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...