La historia se acerca al final. Aunque en verdad aquí hay muchas historias y también muchos finales, no todos aún completamente cerrados. Y sí bien al principio decidimos contarla en busca de una recompensa, después las cosas fueron cambiando. No es que no necesitamos la plata, pero ya no hay tanta urgencia.
- Dinero.
- ¿Qué dinero?
- No decimos plata, sino dinero.
- Bueno, pero se entiende. Con la cantidad de películas argentinas que han visto, aquí ya todos saben que nosotros decimos plata.Por supuesto que nos gustaría ganar y ver nuestra historia en televisión, aunque las cosas hayan cambiado al final. Lo que cambió fue que partió Fernando. Aún me cuesta creer que no esté porque todo fue muy sorpresivo. Al parecer, en los últimos días que pasó en Madrid hubo más llamados desde Quito; la abuela andaba con problemas y no había quién se ocupase de Martín. No sé si fue eso o el ataque de llanto que tuvo su madre, quien amenazó con volverse sola y dejar a sus otros tres hijos al cuidado de su marido. Lo cierto es que al día siguiente el padre se apareció con el dinero que faltaba para comprar el pasaje y le dijo a Fernando que se fuera y ayudara en Quito. Él no esperó: media hora más tarde, ya tenía su reserva hecha. Claro que no pudo pagar la guitarra, pero creo que prometió hacerlo en el futuro. De todas formas, el tipo tenía otra.
Me pareció triste la despedida. Fuimos todos al aeropuerto, aunque él había dicho que no lo hiciéramos. Por los nervios, estaba en su peor día de estatua: no hablaba y quería irse cuanto antes. Al final yo lo abracé y le dije al oído que entendía que se tuviera que ir, pero que me daban ganas de llorar y romper vidrios. Se río un poco y dijo que a él también, pero mejor no lo hacíamos. Porque si empezaba a llorar no iba a poder parar.
Quedamos en escribirnos mails, aunque dudo mucho que lo hagamos. Él no es una persona muy inclinada a hablar y creo que menos aún a escribir. Tal vez por eso, cuando lo vi irse hacia la puerta de embarque, caminando despacio y sin volverse ni una sola vez, pensé que era una despedida definitiva. Se me ocurrió que me hubiera gustado decirle cosas que no le dije, o al menos desearle que siguiera adelante con la música. En el último momento le grité "¡suerte!", pero creo que no me oyó.Uno de los de los finales que aún no termina de cerrarse es el de la historia de José. Una semana después del casamiento terminó de pagar la deuda. Claudio no sabe bien de dónde sacó el dinero, pero supone que fue Adela la que lo consiguió. Nos contó que llegó a casa, se sentó en el sillón y le dijo que ya no debía nada. Que acababa de pagar lo último y quería olvidar todo sobre esos tipos. Borrarlos de su memoria, dijo, aunque en realidad sabía que no era posible, porque siempre iban a estar ahí, manchando el recuerdo del casamiento.
-Creí que iba a poder evitar que ella se enterara de todo eso -le explicó a Claudio aquel día-, pero fue una mala idea. A las mujeres no les gusta los secretos.
Las cosas con Adela se pusieron feas durante un tiempo. Hasta pareció que está iba a ser la más breve de sus bodas, pero siguen juntos. Si bien ella estaba furiosa con él, después se enfureció aún más con las críticas de varios integrantes de su familia, que la llamaron cada día para sugerirle que se había casado con un tipo peligroso, algo así como un jefe de la mafia internacional, y haría bien en dejarlo. Tan irritada estaba por las estupideces que se decían, que se lanzó a defenderlo contra viento y marea. Tal vez eso los unió. Dice Claudio que ahora las cosas parecen mejor. Al menos ya no tira las flores. Porque eso hizo cuando José se apareció con un ramo de rosas un día después del casamiento: sin decir una palabra, las tomó en sus manos, abrió el cesto de basura y las tiró. Una semana después, él insistió con las flores. Esa vez fueron jazmines. Ella tampoco dijo nada, pero hundió su cara en el ramo para dejar que el perfume la invadiera y después las colocó en un jarrón. Si todo sigue así, piensa Claudio, con el tercer ramo seguro dice gracias.-¿Sabes que consiguió otro trabajo?
-Sí, me dijo Claudio. En un locutorio.
-Desde ahí le envía a Adela mails románticos. Hasta poemas.
-¿Y ella qué hace?
-Por ahora no los contesta. Pero los lee y sonríe.
-¿Cómo sabés?
-Yo soy quien le enseña a usar el ordenador.En cuanto a Claudio, se cumplió su predicción y Macarena quiso romper enseguida después del casamiento. Él se hundió en la depresión y hubo días en que no había quien soportará sus lamentos, pero ahora otra vez están juntos y, después de habernos usado durante semanas como pañuel, ni siquiera nos contó los detalles de la reconciliación. Al menos este es un final feliz, porque se los ve enamorados.
-Eso no es algo que se vea.
- Pero sí, es que vos sos ciego.Sólo me queda por contar el final de mi propia historia, aunque tal vez más que final sea un principio. Finalmente tomé la decisión y se lo anuncié a mi padre: me quedo.
-¿Cómo? No me lo habías dicho.
-Te lo iba a decir ahora, cuando terminara de escribir.
-Así que te quedas. ¿Estás contenta o triste?
-Las dos cosas, creo.
-Bueno, yo estoy contento.
-Gracias.
-Y ahora que te quedas, podríamos hablar.
-Sí pero primero voy a terminar.Supongo que en realidad siempre lo supe, pero ahora, con el viaje de mi mamá, terminé de ver lo que estaba ahí todo el tiempo: que ni ellos ni yo soportaríamos la distancia. Y además, ahora hay cosas aquí. Quiero decir, personas. No es que ya no quiera volver a Buenos Aires, pero también me quiero quedar y en algún momento hay que cerrar los ojos a alguna de las dos posibilidades, si no uno se vuelve loco. O muere de nostalgia. Una vez que lo supe me senté y le escribí un largo mail a mi amiga Lucía, contándole todo lo que pasó. Pedí perdón por un silencio que se hizo demasiado largo y traté de explicarle. Quería hacerle entender que no cambié, que cuando nos volvamos a encontrar va a ver que sigo siendo la misma aunque ahora diga fresas con nata en vez de frutillas con crema y cada tanto se me escape un vale. Que la sigo queriendo aunque me quede a vivir en Madrid. Hubiera querido pedirle que no se olvide de mí, pero no creo que eso se pueda pedir. Al final se va a olvidar.
-¿Ese es el final?
-Sí.
-Pero es un final triste.
-Ya te dije que una parte mía está triste. ¿Y de qué me querías hablar?
-De la respuesta que estoy esperando.
-Si ya la sabés.
-¿La sé?
-Sí.
-¿De verdad?
-De verdad.
-Bueno, vamos a celebrarlo, entonces. ¿Crees que podré alegrar tu parte triste?
-Podés probar.***
Fin
***
ESTÁS LEYENDO
Aunque Diga Fresas
Teen FictionFuriosa con sus padres por obligarla a mudarse a España, Ayelén está decidida a no adaptarse ni a hacer amigos. Solo quiere volver a la Argentina. Hasta que un día es testigo de una extraña apuesta: dos compañeros, uno madrileño y el otro colombiano...