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Yo nunca me sentí realmente asustada por el grupo de la Bestia. Bueno, tal vez sí la primera vez, pero poco a poco me di cuenta de que eran pura apariencia. Algo de eso me explicó Claudio un día que íbamos caminando hacia el metro y vimos una palabra escrita con aerosol en una pared Fernando levantó su mano y la señaló: "inmigrantes".

Solo eso. Estaba escrita en negro y era evidente que alguien había llegado después a tapar con brocha algo que la predecía. Se había producido una especie de guerra silenciosa en la pared, y el asunto no llevaba allí más de uno o dos días, porque de lo contrario tendríamos que haberlo visto antes. Empezamos a especular qué sería lo suprimido. Fernando dijo que sin duda la palabra tachada era "Fuera". Es decir, fuera inmigrantes, váyanse, no los queremos. Claudio, más inclinado al humor, se dedicó a elaborar otras teorías.

-¿Y por qué no pensar que alguien quiso poner "Vengan, inmigrantes"? ¿O "Bienvenidos, inmigrantes"? ¿O tal vez "Reprodúzcanse, inmigrantes"?

Terminamos riéndonos. Yo dije que de todas formas no me gustaba que alguien me mandar a mi casa. Distinto era que uno se quisiera ir. Fue cuando Claudio se puso a elaborar su teoría.

-Todo esto es de cierta forma una puesta en escena -dijo-. A estos que hacen pintadas les gusta parecer más malo de lo que muchas veces son. El otro día vi a uno del grupo de la Bestia en el supermercado -agregó-: iba con la madre, vestido muy normal, recién bañado. Con el pelo aún mojado, la camisa blanca y la bolsa de la compra, parecía tan buen chico que daban ganas de darle caramelos. Cuando me vio desvió la vista para otro lado.

La teoría de Claudio era que este grupo necesitaba de ese aspecto de skinhead , esos pelos cortos y ese aire un poco malvado para darse corte de perros feroces, cuando en verdad no eran más que cachorros. Era cierto que habían dado algún que otro golpe, y sembrado su entorno de escupitajos y empujones, pero fue de unas botellas rotas y algún ojo morado, la cosa aún no había pasado a mayores.

Todo eso era real. Igual, no cambiaba el hecho de que para Claudio las cosas con la Bestia no pintaba bien y él era de lejos el que estaba más loco del grupo. 

-¿Pero Macarena te gusta? -pregunté yo, porque él nunca había llegado siquiera a mencionarla.

Claudio se encogió de hombros, como si eso no tuviera importancia. Lo que ahora lo obsesionaba, dijo, era cómo zafarse del enredo en el que estaba metido. Había estado pensando, pero no encontraba la salida. Es que el problema parecía ser insoluble por tres motivos. El primero era que la Bestia lo odiaba desde hacía tiempo por cuestiones difusas: tal vez porque era colombiano, o porque tenía muchos amigos, o solo porque nunca había caído en sus provocaciones. El segundo era, evidentemente, Macarena: con ella el asunto ya se había vuelto personal. Si la Bestia se enteraba de la relación, sin duda iba a creer que él quería engancharse con ella y no al revés.

-¿y el tercer motivo?

-El tercer motivo es que el tipo se le han escurrido todas las neuronas por algún lado y es absolutamente imposible razonar con él. De modo que si lo vemos lo mejor es correr. Por suerte no lo vimos. No al menos ese día.  

Fernando fue convocado una vez más a tocar con el grupo, esta vez en un lugar más importante. Lo contó con un aire resignado, como si este moderado éxito de la banda fuese una incómoda piedra que debía tolerar en su zapato. Le dijimos que volveríamos a ir, suponiendo que nuestra presencia servía para algo. A Claudio se le ocurrió en esos días llevar a su padre a la siguiente presentación, para hacerle olvidar durante un rato sus infinitas preocupaciones. En una de las visitas al hospital, él mismo había oído al médico insistir en la necesidad de que distrajera su cerebro de tanta obsesión por el trabajo y los papeles. José, sin embargo, se negó: dijo que los chicos debían salir con chicos, los adultos con adultos, y nada de mezclas. Creo que esa fue la primera vez que Sergio habló de Adela. 

Aunque Diga FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora