Princesa Tristeza

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Como inicio de esta tercera parte, os traigo la historia de la Princesa Tristeza.
Quiero aclarar que el concepto de "tristeza" presente en este relato es diferente al sentimiento que suele tenerse presente en la mente.
Esta tercera parte, puede que recuerde un poco a la primera pero es mucho más abstracta y metafórica. Es decir, no quiero denunciar o criticar algún aspecto de la sociedad como pasaba en la anterior citada, si no que solo disfruten con mi escritura.

También sé que puede que la canción no tenga aparentemente relación,  pero así he decidido interpretarla.

Espero que les guste.

Espero que les guste

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Cuando Tris despertó, aún no había amanecido. Entre oscuridad y retazos de la luz parpadeante, propiedad de la única vela de la araña colgante, podía observar las sombras del próximo día que no estaba destina a ver nunca.

Se incorporó con calma, sintiendo las sábanas de seda arrugarse bajo sus delicados pero exigentes movimientos. Su largo camisón descendió con rapidez por sus piernas, antes de que, si quiera, pudiera rozar el suelo, y como respuesta, su abundante pelo negro lo acompañó en su baile.
Dudó unos segundos antes de poner sus delicados pies sobre la piedra fría, no pudiendo evitar un respingo ante su contacto. A la vez, en su mente comenzó a formarse un lamento de una época lejana, un leve quejido de una niña que quería haber apuntado la alfombra en su lista de deseos.

Suspiró, para a continuación dejar su peso caer sobre sus pequeños pies de porcelana. Sin embargo, un hechizo parecía protegerlos, evitando que la dura superficie pudiera dejar su marca en la piel suave y virgen. Incluso se podría decir que más que caminar, estaba levitando, como si en el fondo no tuviera peso alguno.
Se deslizó por la silenciosa habitación, con la precisión de quien ha repetido muchas veces aquellos movimientos. Aquellos metros de cárcel de encaje y piedra eran para ella como un pájaro su cantar, poder volar... Era lo único que su mente podía recordar.

No sabía lo que era sentir la caricia del sol en sus mejillas, incluso algo tan nimio como podía ser el tacto de las cosas. Nada más había allí que seda y piedra, perfección y frialdad.

Hacía tiempo que había dejado de soñar que un día, un príncipe azul vendría a rescatarla. Que le devolvería aquello que había perdido por miedo.

Entre las flores vivas y marchitas de su alcoba, entre su eterna belleza y juventud, sus lágrimas hacía tiempo que se habían congelado. Al igual que su corazón.
Aquella que había deseado dejar de envejecer, de temer perder su trono de la más hermosa, aquella que había anhelado ser siempre joven y bella; ahora observaba como todo se convertía en una horrible condena.

Maldijo el día en que se había preguntado si aquel príncipe prometido continuaría amándola cuando ya no fuera... Joven y bella. Ese en el que había tomado la decisión de no querer saber jamás la respuesta, aunque esta, en cierta forma, significara dejar de vivir.

Se miró en su espejo, el que tantos días la había acompañado con su reflejo, sin una mota de polvo en su inmaculada superficie. Eternamente perfecto, eternamente bello.
¿Cuál es mi nombre? Le preguntó a la desconocida que se alzaba delante de ella. ¿Cómo era? Era, sí... Porque si algo sabía es que ya no podía referirse a sí misma en presente.
Solo podía ser una sombra, sin nombre, mero conjunto de luces que bailaban formando un cuerpo, pero sin esencia.

Tal vez, sería Perfección, tal vez, Belleza. O quizás, Eternidad.

No, ninguno de ellos.

Sus manos acariciaron el espejo que parecía atarla a una especie de vida, lo cogieron para observar mejor sus rasgos, tratando de recordar una historia, un nombre, un detalle nimio de una vida.
Sin embargo, algo le llamó la atención, lejos de aquel objeto: la ventana cerrada. Podía sentir como los primeros rayos comenzaban a salir entre las láminas de madera.

Sonrió con desgana, tristeza y cansancio. Sabía que eso sería lo máximo que vería de un día, y que nunca podría sentir de nuevo su calor.
De alguna forma, se sintió más liviana que antes. Aunque conocía su sombrío destino: aquello no era más que un descanso de su día perpetuo, sin final.

Cuál era el precio de ser eternamente bella y joven, se preguntaba un día mientras se contemplaba en aquel espejo. El mismo que ahora, se volvía, poco a poco, más pesado en sus manos. Hasta caer, finalmente, en el suelo y romperse en mil pedazos.

O no.

Ella sonrió, entre el sueño y la vigilia. El espejo comenzaba a recomponerse y volvía a estar, de nuevo, en perfectas condiciones en el tocador.

El tampoco podía dejar de ser...

Joven y hermoso.

Y antes de desaparecer finalmente, recordó como un eco, su nombre. O al menos, aquel que podía identificarla en el ahora:

Tristeza.


Pero una tristeza sin lágrimas, sin dolor. Esa tristeza de quien sabe que es una sombra de lo que fue, pero que no se lamenta por ello.

Solo podía lamentarse de una cosa: su ambición. La había llevado a ser olvidada, había borrado su existencia de los corazones de sus seres queridos.


Esa es la verdadera Tristeza.


Esta es la historia olvidada de la Princesa Tristeza

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Esta es la historia olvidada de la Princesa Tristeza.

Espero que les haya gustado.

Nos vemos próximamente con una nueva princesa


-Polillas- 

Las lágrimas muertas del sauce  #Ganadora de los WowAwards2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora