De cómo Daryl Dixon ama a Carol Peletier.

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Este era el infierno, el apocalipsis, el evento de extinción de la humanidad, el final de todo, por seguro todo y todos estaban destinados a caer, solo así, porque ese era su destino y no había nada que pudieran hacer al respecto, no importaba cuanto corrieran, cuantos muros, cercas y candados levantaran a su alrededor, los muertos siempre encontrarían una manera de llegar hasta ellos, era como ya lo había dicho el final.

A pesar de eso, ahí, de frente a la muerte había encontrado algo tan mundano y tan trascendente sin embargo, algo que en su momento le había llenado de tal calidez que el fin del mundo había parecido un maldito y muy, muy dulce picnic. La sensación agridulce lo hizo olvidarse de todo cuanto había perdido, sus ojos se abrieron un poco más para comprobar que el bosque no le estaba haciendo una broma y que su cerebro estaba funcionando de manera correcta a pesar del agotamiento y a pesar del hambre, un sonido parecido a un gruñido se le escapó de los labio abiertos mientras no encontraba la manera de articular las palabras que se agolpaban en su garganta, contuvo el aliento por temor a que el más mínimo suspiro desvaneciera la figura que se aproximaba hacia él ¿Era real?

Se abría pellizcado a si mismo de no haber sido por el hecho de que había perdido todo control sobre su cuerpo, necesitaba desesperadamente que alguien le arrojara agua a la cara o mejor aún, que lo golpeara con fuerza solo para estar seguro, solo para poder creerlo. No fue hasta que estuvo suficientemente cerca y alcanzó a ver su sonrisa que pudo por fin volver a respirar, ahora no podía estar equivocado, eran esos ojos azules y esos labios rosas, esos pequeños mechones rizados sobre su nuca, su voz llamándolo melodiosamente a través del claro, con el sol iluminándola de tal manera que casi creyó estar frente a una presencia divina

-Daryl...- la escucho repetir con una voz suave y calmada

-¿Carol?- respondió él dando un paso adelante pero sin recibir más que una sonrisa por respuesta -¿eres tú?- volvió a preguntar acercándose más a ella recibiendo de nuevo una sonrisa y nada más

Daryl dejó su ballesta y se paró frente a ella mirándola como si fuera la primera vez en la vida que había visto algo semejante a la mujer que tenía en frente ¿era esto un milagro? ¿Podía ser posible en este mundo algo como lo que estaba pasando? Porque estaba ahí, viva, sonriéndole como solo ella.

Paralizado en la extraña felicidad que le había inundado el cuerpo sintió su pequeña figura rodeándolo, abrazándolo tan fuerte y cerca cómo era posible, él puso sus manos sobre su espalda olvidándose del resto del mundo concentrado solamente en la sensación de ella bajo su abrazo. El mundo se tuvo que ir a la mierda para que él pudiera encontrar el sentido en su vida, ella era completamente, todo lo que necesitaba y todo lo que nunca supo que quiso.

Carol en el final del tiempo había sido su principio y con gusto sería su final.

-¿Estoy soñando?- pregunto con labios temblorosos

-si.-

El sol que se colaba entre los árboles se sentía como un golpe en la cara, como una dosis de realidad amarga, se aferró dolorosamente al sueño lo más que pudo pero se desvaneció tan rápido entre sus dedos que le fue imposible mantenerse en el pequeño momento de felicidad que había tenido. Ya no importaba nada realmente, si se aferraba a ella o a cualquier otra cosa que hubiera tenido, la verdad era siempre la misma, no había diferencia que tanto deseara recuperarla, ella no estaba ahí.

Este era el final ¿qué diferencia era el saber ahora que la amaba? 

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