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Léeme

I

Manuel da la vuelta a la página de su libro con calma, totalmente inmerso en la trama de la historia. Había robado el libro del estante que estaba en la habitación de su madre —El estante estaba muy alto y tuvo subirse arriba de la mesita de luz y del armario para alcanzarlo—. En parte se sentía mal por haber tomado el libro sin permiso, pero esa era la única manera con la que podría sostener un libro de esa clase. Siempre cuando iba a la biblioteca de la escuela, lo enviaban a la zona infantil. Él se desviaba e iba donde estaban los libros para adultos, más específicamente los libros de crimen, misterio y horror. La bibliotecaria jamás lo dejaba llevarse libros de ese estilo porque decía que no eran apropiados para su corta edad. Pero a Manuel le encantaba. Le encantaba leer cómo los personajes intentaban averiguar quién era el asesino y le fascinaba la creatividad que tenía el autor para describir las diversas muertes dentro de la historia. Era su género favorito. Y, también era por sus gustos tan peculiares y extraños para alguien de su tan corta edad, que no tenía amigos. Pero a Manuel no le importaba, él estaba perfectamente bien leyendo durante los recreos. No necesitaba nada más para ser feliz.

Y es por esto que no le dio importancia cuando un grupo de niños de su curso pasaron corriendo por al lado suyo, pateando su mochila apropósito en el proceso y gritando burlas crueles hacia su persona. Manuel sólo los ignoró y dejó su libro a un lado para poder recoger las cosas que habían caído de su mochila.

—Manuel, ¿no? —Una voz bastante cerca lo detiene y alza la mirada para encontrarse con un niño de más o menos su misma edad, de cabello rubio, ojos esmeralda y sonrisa reconfortante. Jamás lo había visto antes—. Tomá —dice el desconocido y le extiende la libreta que había caído de su mochila.

Manuel no dice nada y le arrebata la libreta de las manos, de forma un tanto brusca y sin atreverse a mirarlo a los ojos.

—Me llamo Martín —se presenta el chico y sonríe para luego extender su mano a modo de saludo, como su mamá le había enseñado.

Pero el otro chico no contestó, ni tampoco alzó la mirada, mucho menos tomó su mano. Martín, sin embargo, esperaba paciente; no tenía intenciones de moverse hasta que Manuel tomara su mano. Para él era una forma de empezar a conocerse. En su inocencia, creía que así podrían comenzar a llevarse bien y a ser amigos.

La voz de sus amigos, llamándolo para que fuera a jugar con ellos lo interrumpe. Se despide del chico y se marcha de allí, saludando con la mano.

Manuel sólo lo observa irse.

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora