XXV

1.4K 171 130
                                    

N/A: holi

XXV

Los libros se habían quedado en casa, guardados en sus estantes y sin abrir. Manuel sabía que algo andaba mal cuando se encontró disfrutando más las clases de matemática que las de literatura. Había algo en los patrones repetitivos y monótonos de los números y los problemas matemáticos que conseguía relajarlo y disminuir sus niveles de estrés.

A pesar de jamás haberle disgustado la matemática, le entristecía notar apagada su pasión por las letras. Y, aun más, desconocer su motivo.

Quizás se debía a que la lectura siempre lo llevaba a la reflexión y Manuel ya no tenía nada en lo que pensar, nada que lo llevase a tomar su libreta y escribir allí sus ideas, intentar leer entre líneas y encontrar algún mensaje oculto en las páginas del libro. O quizás porque sabía que si leía, entonces, irremediablemente se sentiría identificado con alguno de los personajes y eso era lo último que necesitaba.

Manuel no lo entendía. No tenía ganas de leer, mucho menos leer en voz alta. Aunque Martín no parecía haberse dado cuenta de ello aún.

—Martín, ya terminé los ejercicios que tenías de tarea —anunció—. ¿Queri' que haga los que le siguen? Así ya los tienes adelantados...

—¿Eh? No, no, no es necesario. Gracias, Manu...

Manuel suspiró y dejó el libro a un lado.

—¿Entonces queri' salir afuera?

—No —La respuesta fue instantánea y rotunda. Manuel arqueó las cejas.

—¿Y por qué no? El día está soleado y hace calor, creí que te gustaba este clima.

—Es que hoy no... no tengo ganas.

—Llevas toda la semana sin tener ganas —Su voz se escuchó cansada y aburrida, casi como un regaño, y ni así consiguió que Martín se volteara a verlo. Él estaba de pie frente a la pizarra, sosteniendo una tiza blanca y la mano toda polvorienta, dibujaba flores y aves. Manuel pensó que los dibujos eran bonitos, pero todavía esperaba una respuesta—. Está bien, como quieras, nos quedamos acá.

Tampoco obtuvo respuesta alguna. Manuel rodó los ojos y soltó un bufido, nuevamente tomó el libro de Martín y continuó haciendo ejercicios al azar. En esos últimos días, las conversaciones entre ambos habían sido mínimas, cortas y hasta cierto punto también algo forzadas; Martín no quería hablar y Manuel no tenía la paciencia como para insistirle.

Cada uno de los recreos, además, los habían pasado bajo techo. El aula de Manuel era más amplia que la de Martín, había más alumnos y por lo tanto más sillas ocupadas, constaba de una enorme pizarra, piso de cerámica y largos ventanales con cortinas viejas. Los ventiladores estaban encendidos a la máxima potencia, aliviándolos de las altas temperaturas de afuera, el viento revolviéndoles los cabellos y rozándoles la frente, era agradable, sí, pero Manuel se sentía algo agobiado. Antes de conocer a Martín, había pasado muchos recreos encerrado en el aula.

Podrían estar al aire libre ahora que el césped les rozaría la piel desnuda de sus piernas y el sol les acariciaría el rostro, ahora que eran los mejores días antes de que volviera a llover, pero Martín de pronto quería resguardarse de la primavera que tanto había esperado.

—¿Tenés agua?

Manuel alzó la cabeza y pestañeó. Martín estaba frente suyo, a punto de tomar su mochila mientras esperaba cualquier clase de autorización.

—Ah, sí, pero no te la termines, queda poca...

—Si la termino después la relleno en la canilla del baño.

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora