XIV

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N/A: es... es miércoles? ;;

XIV

Manuel se recarga contra la pared y suspira. Acomoda los cabellos castaños de su flequillo y muerde su labio inferior unas cuantas veces. El día estaba horrible. Había estado lloviendo durante toda la noche y, si bien a Manuel le encantaba dormir siendo arrullado por las gotas de agua chocando contra su tejado, odiaba que a la mañana siguiente de una fuerte tormenta el cielo estuviese gris, las nubes no permitieran que los rayos de sol se asomasen y el frío viento le volara la bufanda. 

Aun así, permanecía fuera de la escuela. Su madre le había advertido que debía mantenerse cerca de sus maestros todo el tiempo para así reducir las posibilidades de que los niños lo molestasen de nuevo, también le recomendó que se quedara al lado de Martín durante los recreos. Pero ahí estaba él, algo alejado de la puerta de entrada a la institución para que ningún directivo lo viera, ocultando su rostro con la capucha de su impermeable y aferrándose a las correas de su mochila con fuerza. Las manos las sentía entumecidas por la fuerza que aplicaba en tal acción y sabía que luego le costaría tomar la lapicera. Y tenía frío pero podía jurar que el motivo por el que sus manos temblaban no era el clima excesivamente fresco, sino por los nervios que le recorrían el cuerpo entero. 

Todo porque era lunes otra vez. La semana anterior ya había terminado y eso significaba que la suspensión también lo había hecho.

—¡Martín! —chilla, alzando la cabeza de golpe al reconocer la chamarra azul que su amigo acostumbraba a usar por encima del guardapolvos. El aludido detiene el paso y se gira, confuso, no sabiendo exactamente de dónde había provenido la voz pero jurando que lo habían llamado. Manuel se quita la capucha y se acerca a él rápidamente.

—¡Ah, sos vos! —reconoce, riendo un poco—. ¿Qué haces afuera? Se está por largar a llover otra vez.

El castaño niega unas cuantas veces y le jala de la muñeca para guiarlo lejos. Martín sólo se deja llevar en silencio, mirándole curioso. Manuel se detiene al llegar a ese murito apartado de la escuela, donde previamente había estado esperando la llegada de su amigo, y deja escapar un suspiro largo. Martín ve cómo Manu abre la boca unas cuantas veces, siempre volviéndola a cerrar antes de siquiera pronunciar una oración completa, escucha sus tartamudeos y palabras sueltas, sus bufidos molestos, ve sus muecas nerviosas y Martín realmente quiere preguntarle si estaba bien pero decide esperar y dejarlo hablar. 

—Necesito hablar contigo antes de... de entrar y que este día comience —logra modular. Martín asiente despacio en respuesta.

—Ok, ok, pero primero tranquilízate —murmura suave, tratando de transmitirle algo de paz con su voz. A Manuel lo notaba bastante alterado, sus labios estaban bastante resecos y algo lastimados (probablemente de tanto mordérselos) y su voz sonaba temblorosa y extremadamente preocupada. Tampoco tardó en percatarse de que las manos le temblaban y Martín supone que es por el frío. Por ello, y procurando que sus movimientos fuesen lentos para no alterarlo más de lo que se lo notaba, vuelve a colocarle la capucha y jala de las mangas del impermeable ajeno (que Manuel tenía remangadas hasta los codos) para así cubrir sus brazos; esperando que con ello ya no pasara más frío—. Es porque ellos volverán a la escuela hoy ¿no? A mí también me gustaría que días como los que tuvimos el jueves y el viernes se repitan pero no tenés que tener miedo. Te aseguro que no van a tocarte ni un pelo, es más, ¡te lo prometo!

Manuel vuelve a negar, angustiándose más.

—No, Martín, no me entendí' —trata de decirle en el medio de su desesperación. Pero la respuesta de Martín fue quitarse uno de sus guantes, tomar la mano de Manuel y colocarle el guante a él para compartir.

—Estás helado, dios, ¿cuánto llevas acá afuera?

—¡Martín! Tení' que escucharme, por favor.

El rubio alza la mirada hacia él, esta vez manteniéndose quieto y callado. La voz de Manuel se había escuchado al borde del quiebre y eso le fue suficiente para obedecerle. Por otro lado, a Manuel se le trababan las palabras. Ya era la segunda vez que le sucedía y se sentía realmente frustrado, le gustaría ser como esos personajes de los libros que siempre tienen las palabras adecuadas y siempre saben qué decir. Aunque por más que supiera exactamente cómo expresarse, también le preocupaba la reacción que podría tener Martín.

Y es que Manuel no estaba angustiado por lo que esos niños pudieran hacerle. Ya lo habían hecho y sabe que lo volverán a hacer, sabe que no se contentarán con sólo haberlo hecho una vez. Manuel ya asumió su destino y cree que no es necesario seguir preocupándose por ello. Por más que se muera del miedo de tan sólo imaginar de qué otra forma le harían daño si el episodio de hace una semana se repetía y por más que no pudiera evitar temblar cuando uno de ellos se le acercaba... La idea de volver a ser lastimado no era precisamente lo que lo aterraba en esos momentos; eso no era lo que le había comido la cabeza durante todo el fin de semana, eso no era lo que lo tenía tan preocupado.

El temor que había tenido hace unos días se había intensificado hasta el punto de haberle quitado el sueño. A Manuel realmente le aterraba que ellos, de alguna forma, intentasen vengarse de Martín por haberlos delatado. Y quiere contarle a Martín sobre su miedo y rogarle que tuviera cuidado, que no fuera a ningún sitio solo y que no se confiara de nadie. 

Pero, por otra parte, a Martín lo veía tan vivaz, tan alegre y seguro de sí mismo; era alguien que podía caminar con la cabeza en alto y sin miedo alguno, alguien que no se limitaba a nada y que se atrevía a todo sin dudar. Veía en Martín todo lo que a él le encantaría ser y hasta a veces lo envidiaba. No quiere que, con sus paranoicas advertencias, se convirtiera en un niño asustado y cobarde como lo era él. Odiaría transformar a ese sonriente niño en alguien triste y desconfiado. Manuel jamás se perdonaría si llegaba a ser la causa de ello. Y es que a veces siente que puede contagiar a los demás, como si de alguna forma fuese capaz de infectarlos con su actitud desanimada y su falta de carácter.

La primera gota cae cuando Manuel se decide a hablar, la segunda y tercera gota le mojan la punta de la nariz y los zapatos. Y luego de eso, el cielo vuelve a derrumbarse, quizás mucho más fuerte que como lo había hecho en la noche anterior.

Martín se apresura a jalarle de la muñeca para entrar a la escuela pero Manuel entierra sus botas en la tierra y lo jala más fuerte para detenerlo.

—¡Cuídate! —le dice a penas Martín se voltea, teniendo que gritar para que su voz se escuchase por sobre el ruido de la lluvia—. ¡Cuídate mucho, por favor!

—¡¿Qué?! —grita en respuesta, arrugando el entrecejo con confusión.

—¡Prométemelo! ¡Promete que te vai' a cuidar y que no dejarás que nada te pase!

Martín asiente rápido y vuelve a jalarlo de la muñeca pero nuevamente es detenido. Para ese momento los cabellos ya mojados de Martín estaban pegados a su frente, las mochilas de ambos empapadas y sus botas embarradas. La tormenta empeoraba conforme pasaban los segundos y Manuel estaba ahí, quieto e indiferente frente a la posibilidad de enfermarse, apretando los labios y mirándole expectante, sin mostrar intenciones de moverse si no recibía la respuesta deseada. Y Martín bien podría haberlo arrastrado hacia dentro de la escuela contra su voluntad, pero, en vez de eso, otra vez obedece y se voltea hacia él.

—¡Lo prometo!

N/A: Se terminó lo fluff ahre

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora