III

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III

Ese día el castaño estaba en su aula. Este recreo había decidido pasarlo allí, leyendo con calma. No quería ir al patio de la escuela. No quería estar cerca de los demás niños.

Lastima que la suerte de Manuel no fuera muy buena.

Martín entró a su aula, con una pila de libros en manos. Por lo que pudo distinguir, eran los cuadernillos que utilizaban los maestros para dar sus clases. El rubio colocó estos sobre el escritorio de la maestra con cuidado de que no se caigan. Estaba a punto de irse pero logró divisar a una cabecita castaña escondida detrás de un libro y al instante supo que se trataba de Manuel. El chico sonríe ampliamente y se acerca a este, alegre.

—¡Manuel! —saluda. El aludido maldice internamente al ser descubierto—. ¿Cómo estás? ¿Te sigue doliendo la frente por lo del otro día?

—Vete. Esta ni siquiera es tu aula —murmura secamente y deja su libro a un lado para encararlo.

La sonrisa en el rostro de Martín disminuye cuando Manuel lo mira con tanto odio. Aún no entiende por qué le cae mal si nunca le hizo nada malo. Pero, de todas maneras, no deja que ese detalle lo desanime y se concentra en la frente del castaño. No puede evitar sentirse culpable al ver la marca morada en su frente. No había sido su culpa, después de todo fue Sebastián quien arrojó la pelota. Pero en parte se sentía responsable por el hecho de haber estado jugando también.

—Lo siento —repite.

—Vete —gruñe—. Vete y no volvai' a hablarme.

—Pero... Quiero ser tu amigo, ¿no puedo?

—No —contesta firme y cierra su libro de golpe, provocando un estruendoso ruido seco que hizo eco en el aula vacía—. Vete a tu aula y déjame solo.

Martín se mantuvo en silencio por un largo rato. A final de cuentas, dio media vuelta y se fue del lugar a paso lento. Manuel cambió su expresión de furia a una de tristeza a penas se vio solo de nuevo.

Solo. Siempre estaba solo.

Agachó la cabeza, sintiendo vergüenza de si mismo y unos minutos más tarde, retomó su lectura. Las palabras del libro se volvieron borrosas y sólo entonces supo que estaba llorando. Limpió sus lagrimas rápidamente y no se molestó en contener un sollozo, sin saber que Martín había permanecido fuera del aula, escuchando.

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora