XXIV

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N/A: Quiero enviarle mucha fuerza al pueblo de Chile, ustedes tienen todo mi apoyo y admiración. Ojalá pudiera dar algo más que simples palabras, pero lo mínimo que podemos hacer como compañeros latinoaméricanos es seguir hablando de esto y no permitir que los medios censuren la represión que se está viviendo en las calles. Fuerza, Chile!

XXIV 

A Daniel no le gustaba la primavera. Aunque esta, para su mala suerte, estaba en su máximo esplendor, reluciente bajo aquella tarde de octubre.

—Mamá, ya está bien así.

—No, ¿no ves que está todo arrugado? ¿Por qué te pusiste este guardapolvo y no el que te di? ¿Para qué te plancho yo la ropa?

—Pero no está arrugado, ma —insistió, aborreciendo el segundo exacto en el que decidió quitarse la chaqueta antes de entrar a la escuela, habiéndose sentido sofocado por los rayos del sol de pleno mediodía no pensó que al quitarse la chaqueta dejaría en evidencia su guardapolvo arrugado y desprolijo (según mamá). Ahora, Graciela estaba de cuclillas frente a él, estirándole la ropa y aprovechando para también peinarle el cabello, mientras Daniel simplemente le sostenía el bolso pesado—. En serio, me quiero ir.

—Qué impaciente, Daniel. No tendría que estar arreglándote si te hubieras puesto el guardapolvo que sí estaba planchado, ¡mira cómo estás! Las maestras van a pensar que no me ocupo.

Daniel soltó un pequeño suspiro a la vez que echaba la cabeza hacia atrás y observaba la copa del árbol que yacía alto sobre él; por lo menos, podía rescatar la consideración de su madre al haberse detenido debajo de un árbol y no en la acera calurosa. Observaba todo a su alrededor con desinterés, los párpados pesados y la mirada perdida, el ceño ligeramente fruncido y una expresión cansada en su rostro mientras suspiraba y se seguía quejando. Él se quejaba, pero al mismo tiempo no estaba allí, estaba ido, se había ahogado en pensamientos.

Graciela lo observó de reojo mientras le acomodaba los rizos rebeldes.

—Te guardé un paquete de galletitas en la mochila —dijo ella—, esas de chocolate que tanto te gustan, para que comas en el recreo. Les podés compartir a tus amigos, también.

—Mhh...

—¿Qué pasa?, ¿por qué esa cara? ¿Seguís triste por Martín?

—Sí —respondió un poco alto, reaccionando al instante y bajando la cabeza para encontrarse con los ojos verdes de su mamá—. Ya pasó una semana y todavía no me dijo nada sobre eso. No me habla y me evita todo el tiempo, ¿significa que nunca me va a perdonar? ¿Ya no vamos a jugar juntos como antes? ¿Debería ir a hablar con él de nuevo o seguir esperando? Quizás Martín quiere que vaya a hablarle, o quizás él tenga intensiones de venir a hablarme, pero no se anima y...

—¿Cuánto llevas pensando todas esas cosas?

—Desde el martes pasado...

—¿Y por qué no hablaste conmigo antes?

—Porque ya hablé mucho del tema y pensé que te habías hartado.

Graciela negó despacio como única respuesta, los rizos castaños que adornaban ambos extremos de su rostro y caían como cascada por sus mejillas hasta sus hombros moviéndose ante el movimiento de cabeza. Ella seguía luciendo prolija e impecable a pesar de que hacía ya varias cuadras atrás el perfecto rodete se había deshecho, dejando los abundantes rizos caer libremente por su espalda, balanceándose de un lado al otro con cada paso que daba.

—¿Qué tal si vamos a dar una vuelta antes de entrar a clases? —dijo mientras se ponía de pie, teniendo cuidado de no llegar a tropezarse con los tacones de aguja. Tomó la mano de Daniel y él se dejó llevar, en silencio—. Todavía queda algo de tiempo, nos alcanza para conversar un poquito.

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora