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N/A: Quiero agradecerles, de corazón, por la paciencia que me tienen y por hacerme tan feliz con sus comentarios y sus votos y su todo. Muchas gracias por tanto ;; <3<3<3

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Martín llegó temprano a la escuela ese día. Con ojeras, expresión sería y cansada, y mal humor. Arrojó la mochila al lado de su banco y chasqueó la lengua antes de sentarse; se acomodó sobre el pupitre y cerró los ojos. No había podido dormir en toda la noche, la indecisión de qué hacer se lo impidió.

No sabe si hablar con Manuel sería lo más indicado teniendo en cuenta el deplorable estado físico y el miedo que éste tenía. Tampoco está seguro si hablar con sus primos sería una buena idea, no cree tener muchas posibilidades de lograr algo. Martín realmente quiere resolver las cosas con calma, quiere pensar que todos podrían convivir en paz. Que Manuel se podría integrar al curso y que ambos serían capaces de jugar juntos sin la preocupación de que sus primos o alguno de los de ese grupo estuvieran cerca.

Abre los ojos y da un saltito en su lugar, alterado y desorientado, al escuchar la campana que daba inicio a las clases. Permanece quieto en su lugar en lo que volvía a la realidad y la vista se hacía más clara y nítida. Se refriega los ojos para despabilarse mientras escucha los pasos fuertes de la maestra entrar al aula.

Martín se acomoda en el banco, endereza la espalda y alza la cabeza, sólo para percatarse de que la maestra lo estaba mirando desaprobatoriamente.

—Hernández —dijo ella y Martín parpadeó confuso. La mirada grisácea de la mujer se paseó hacía los asientos de atrás y su voz autoritaria y firme volvió a escucharse por toda el aula—, De Irala, Prado. A la oficina del director —ordenó y al segundo siguiente se volteó para que sus alumnos la siguieran.

El rubio se quedó en su lugar, casi paralizado. Daniel le pasó por al lado, caminando despacio y con calma.

Miguel, al contrario, empujó a Martín al pasar.

—Ups —le murmura luego del golpe, mirándole por encima del hombro. Martín le observaba en silencio, sin expresión alguna en su rostro—, perdón, te confundí con Manuel.

Martín no le contesta, sólo se le queda mirando fijamente mientras Miguel reía burlón y continuaba su camino para salir del aula. Ahora todas las miradas estaban posadas sobre él, Daniel y Miguel ya habían seguido a la maestra y él era el único que seguía ahí sentado, sin moverse ni emitir sonido alguno.

Con calma (quizás demasiada), se para de su lugar y sale del aula. Escucha los murmullos y las risas detrás suyo y Martín piensa que no debería si quiera considerar el integrarse al grupo de esos niños. Ya no quería.

Miguel conversaba animadamente con Daniel, o más bien Miguel hablaba a los gritos mientras Daniel escuchaba y asentía mecánicamente. Martín solamente caminaba detrás, mirándolos.

La maestra les dice que se callen cuando por fin llegan a la oficina del director y les mira con advertencia para que entraran. Miguel sonríe socarrón, abre la puerta y entra a paso confiado. Martín sostiene la puerta y mira a Daniel. El castaño parece dejar de respirar y muerde su labio inferior con nerviosismo. Sus ojos verdes se posan en el suelo por unos segundos y luego suben nuevamente hacia su primo mayor. Lo mira con culpa, disculpándose en silencio con él. Pero Martín en ningún momento cambia su expresión severa y a Daniel no le queda de otra que entrar a la oficina del director. Hernández entra después y cierra la puerta detrás suyo.

Dentro de la oficina del director, estaban Sebastián, Francisco y Luciano, dos de ellos sentados y uno parado pues no había más sillas. El director suspiró y se acomodó los lentes.

—Supongo que saben por qué los llamé —comenzó a hablar el hombre y miró a cada uno de los presentes detalladamente, tomándose su tiempo para detenerse en cada uno de los niños y examinarlos con desaprobación—. Esta mañana vino la madre de Manuel preguntando por qué su hijo tiene todo el vientre lleno de moretones. Quizás ustedes sepan la respuesta.

Todos los chicos se miraron entre sí. Martín bufa y desvía la mirada hacia el suelo.

—Nosotros no hicimos nada —habló Luciano y los demás rápidamente asienten, dándole la razón.

—Chicos... —suspiró el director, en forma de advertencia.

—¿O por qué lo dice? —dice Sebastián, frunciendo el ceño—. ¿Acaso Manuel le dijo? De seguro está mintiendo. Él sólo está celoso porque no queremos ser sus amigos y nos culpa de algo que no hicimos.

—Manuel no quiere hablar —aclara el hombre—. Los llamo a ustedes porque, más de una vez, la maestra me ha dicho que ustedes lo molestaban ¿es eso verdad?

—Pero esta vez no fuimos nosotros —Miguel se apresura a decir, cruzándose de brazos y alzando la cabeza, manteniendo una postura firme y superior. Martín le mira y, por primera vez en su vida, siente desprecio por alguien—. Es mi primo, ¿por qué lo golpearía?

El director se acomodó los lentes.

—Eso mismo me pregunto yo.

—¡No puede culparnos! ¡No hicimos nada! —Se enfureció Francisco.

—¿Manuel no quiere hablar? —Martín habla por primera vez y todas las miradas se posan sobre él. Aunque de diferente manera. El director le observaba expectante, con ambas cejas arqueadas y los lentes reposando sobre su mano. Los demás le miraban amenazantes. Daniel, en cambio, le miraba alterado, casi rogándole con que se callara.

—No —contesta el director, tomando un pañuelo para limpiar sus lentes—, él no quiere decir nada ni a mí ni a su madre. Por eso me gustaría saber qué tienen ustedes que decir al respecto.

Miguel rueda los ojos, dispuesto a volver a objetar que jamás lastimaría a su primo. Pero Martín se le adelanta y habla primero.

Toda la impotencia recorriéndole el cuerpo y haciéndole hervir el rostro de pura rabia, las manos temblándole de puro miedo e incertidumbre, su voz saliendo débil y entrecortada.

Pero habló.

—Sí, fuimos nosotros —dice y la pausa que se vio obligado a hacer se sintió como un abismo. Sabe que no habrá marcha atrás, sabe que se está poniendo en contra de ellos y que ahora él también será el centro de sus burlas y bromas. Pero los recuerdos de ayer vuelven. Manuel llorando, gritándole, temblando en su lugar, sus ojos miel asustados y su cuerpo tan débil y lastimado. Recuerda la sangre, recuerda lo que el director dijo sobre los moretones en su vientre y Martín gruñe y aprieta los puños. Estaba molesto, su pequeño cuerpo nunca había experimentado tanta furia y simplemente se deja llevar ante la nueva sensación que lo dominaba. Y decide dar ese paso, más que dispuesto a ya no retroceder y a aceptar las consecuencias —. Siempre molestamos a Manuel, apuntamos la pelota hacia él apropósito para lastimarlo, robamos sus libros y lo insultamos. Esta vez lo pateamos, por eso tiene marcas moradas en el estómago y por eso estaba vomitando sangre ayer en el baño. Lo hacemos porque es raro, porque es un fenómeno... ¿verdad, chicos? Lo molestamos porque él sí vale la pena y nosotros somos patéticos.

Todo quedó en silencio luego de eso. Sus "amigos" lo miraban perplejos y el director sonríe, con una extraña pisca de orgullo en sus ojos. 

—Puedes salir, Hernández. Hablaré contigo más tarde — Se quitó los lentes y miró a los otros chicos con reproche—. Ustedes se quedan, llamaré a sus padres —sentenció y tomó unos papeles para buscar el número de cada uno de ellos.

Martín dio media vuelta, temblando, apenas pudiéndose mover con toda la adrenalina y el corazón que latía desbocado en su pecho. El miedo era enorme pero el orgullo lo era aun más y éste le hizo formar una pequeña sonrisa victoriosa en los labios.

Y, con esa sonrisa, se dirigió hacia la puerta para irse. Miguel se giró hacia él, furioso.

—¡Estás muerto, Martín! ¡Estás muerto!

N/A: ¡Muchísimas gracias por leer! Los quiero ;w; ¡Feliz día de la madre para todos! <3<3<3<3

Leéme (ArgChi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora