Maestro

1.8K 454 51
                                    

Rose, 1993.

Estaba sólo en mi casa sin más nada que hacer en la vida. Ya pasó un mes desde que partió mi abuela.

«¿Para qué vivo? Si no tengo nada...»

Al momento escuché afuera el estruendoso sonido del grito de una mujer.

Salí con rapidez felina y miré a un degenerado golpeando a su chica.

Me dieron ganas de decirle algo pero me contuve.

Aprecié que la sostenía del pelo y me carcomía la ira. Ya iba corriendo con toda mi furia hacia él.

El gigantón sabía que corría por él, pero no me importaba un carajo.

Le pegué un puñetazo en la cara con fuerza y de mi otro brazo di el segundo al estómago.

El degenerado me intentó golpear. Lo evadí con facilidad y lancé un gancho a su rostro.

Su nariz se rompía y comenzaba el sangrado.

—¡Mocoso infeliz!—Se preparó para darme una patada en los bajos. Pero primero lo pisé.

Le envié un codazo en el pecho, haciéndolo caer finalmente al suelo. Había un pequeño grupo de personas mirando.

Así que consumido en la rabia, di un gran respiro.

Luego le hablé claro y seco:

—Malagradecido—Le apunté con mi índice y seguí—: Da gracias a Dios que tienes a una buena mujer a tu lado. Y vuelve a dar las gracias otra vez que no te ha abandonado. Y por último, repite la dosis de gracias, porque si le vuelves a pegar otra vez—relucí mi puño esta vez—, no dudaré en desfigurarte la otra mitad que todavía queda de tu cara.

El tipo ocultó su rostro sin decirme una sola palabra.

Vi a la chica y le dije:

—Deje a este imbécil señorita, existen muchos buenos y mejores hombres en el mundo antes que este "gigantonto".

Varios minutos transcurrieron y la chica se marchó sola. El gigantón se colocó en pie y caminó tras ella, con abucheos de todo el público presente.

Luego de terminar la pelea, cuando pretendía darme vuelta para retornar a mi hogar, un hombre me llamó desde lejos.

Volví a girar y miré a un señor alto de pelo rubio, prácticamente brillaba con luz propia. Parecía una estrella de televisión.

—Hola chico. Vaya asombrosa demostración y lección de vida nos dejaste a todos.

—Gracias señor pero no fue nada.

—Llámame Robert. ¿Te podría hacer una pregunta? Claro, si así deseas...

Me sorprendí al ver la confianza de este hombre, como si pareciera un amigo de toda la vida. Si tuviera algo que hacer regresaría a casa, pero como estaba sólo acepté su petición.

Solo moví la cabeza hacia abajo, afirmando.

—Si tienes una rosa en tus manos, ¿Qué haces? ¿la arrancas o la dejas crecer?

Respondí sin dudas.

—Se la regalo a mi abuela.

El hombre me dio una sonrisa magnífica, como si se hubiera encontrado con lo mejor que vio en todo el día. Al instante acabó riendo un poco.

—Gran respuesta chico. Ven, sígueme—Enseñó su mano con la señal de seguirlo.

Dio media vuelta y se marchó lentamente.

Volteé a observar mi hogar. Y solo dije en mi mente.

«Chao abuela, estaré bien, no te preocupes. Volveré pronto».

Luego volví a pensar.

«¿Será que estoy haciendo lo correcto?»

No lo sabía, pero quería salir de este infierno... y ese hombre era la solución.

Después de eso, partí trotando en dirección a él...

Corbata rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora