Incomprensible

6.9K 1.1K 949
                                    

Derk City, 2016.

—¡Ay! ¡pero que noche tan preciosa!...

—¡Dichosos sean los grandísimos idiotas de los hombres!

—¡Son unos tontos!—dije frustrada y furiosa al mismo tiempo que levantaba mi buen tarro de cerveza.

—Salud—Incliné esta vez mi cabeza envuelta en pequeñas lágrimas, sentada y hablando sola en la barra del bar.

Las miradas de todos estaban puestas hacia mí. A pesar de que tuvieran esa música electrónica tan espantosa a todo volumen que escuchan los jóvenes de ahora.

De igual forma todos me veían.

Pero que también tristemente era la favorita de ese idiota y ya me estaba empezando a gustar...

Yo era una pobre alma en pena que no le quedaba nada en la vida.

Solo mi amiga Carmine, era lo único que permanecía a mi lado y ya me sentía muy sola, pues tenía quince minutos allá en ese estúpido baño tan ocupado.

Al parecer no sé ni insultar. ¿Tan idiota soy?

No aguanté más lo anterior.

Tenía que salir de mi alma.

—Markus. Ese idiota me engañó.

—¡Seis!

—¡Seeeeeis jodidos años de mi vida! Perdidos con ese estúpido que nunca me amó de verdad.

—Siempre lo mismo con esos idiotas. Dicen que te aman y no lo demuestran. Son bonitos al primer año y después ni la mitad al segundo.

—Viví de ilusiones con ese infeliz...

Terminé cabeza abajo en la barra, arrastrando toda mi putrefacta cara en esa madera vieja que olía a mi pobre esencia...

Solo a viejo y rancio.

Pensé que él...—Llevé mi mano izquierda al pecho.

Era el indicado.

Fruncí mis dientes con la impotencia de mi ya devastado corazón, estallando en un definitivo y repetido llanto de semanas.

Maldita vida.

No te encuentro un final feliz...

Luego sentí que alguien me tocó el hombro.

Volteé un poco mi cabeza estando acostada en la barra.

Y vi al hombre más hermoso que había visto.

Un chico de traje negro con una brillante y espectacular corbata rosa. Quizá unos 30 años.

Una pulida barba, tal vez con un metro ochenta centímetros. Pelinegro de canas plateadas y una preciosa sonrisa angelical prácticamente perfecta.

Cada vez lo veía más grande. Al parecer de casualidad venía hacia mí.

Se agachó y acercó a mi oreja derecha.

Comencé a temblar como un pavo.

No entendía nada. Solo quería llorar con más fuerza.

Y luego ese bendito hombre que nunca había contemplado en mi patética y miserable vida, susurró las palabras mágicas. De la forma más sutil, romántica y sincera que nunca había escuchado decir en toda mi nefasta vida.

—Te amo, Stella.

...

¿Qué?

¿¡Qué dijo!?¿Que me ama?

¿Cómo sabe mi nombre?

¿¡QUEEEEÉ!?

Volteé de forma casi inmediata ante mi bochornoso e inestable shock.

Y muy a lo lejos vi saliendo de la puerta del bar un destello rosa en sombra de traje.

Era ese hombre.

No lo pensé dos veces y me levanté de mi silla. Le dejé cien dolares al bartender sin ni siquiera pensar el dinero que traía.

Empecé a correr de manera desesperada a toda velocidad mientras me chocaba con cuanta persona veía.

Hasta con una pobre chica que terminó siendo víctima, pues choqué con ella y le hice derramar el trago en su blusa verde quedando de colores—¡Lo siento!—. Me disculpé alzando la voz tiempo antes de salir del bar.

Ya estando afuera, miré en todas las direcciones y muy al fondo de la avenida aprecié a ese mágico y misterioso hombre.

Era un perverso.

No sabía quién era, pero eso es lo que era: Un perverso.

Y lo es aún más porque dijo exactamente las mismas palabras que quería escuchar en ese momento. Y nadie nunca me las había dicho con tanta sinceridad...

No me contuve más y grité:

—¿¡Dime quién te crees infeliz!?¿¡cómo me vas a decir que me amas!? ¡¡¡No juegues conmigo idiota!!!

Y él...

No dijo nada.

Solo alzó su mano... caminando a paso lento dando la espalda todo el tiempo.

Como si se quisiera disculpar... y al mismo tiempo cambió de calle.

Era como un ángel caído del cielo que en mi auxilio dejó unas hermosas palabras que tal vez jamás volvería a escuchar.

Siendo así la última vez que vi a ese misterioso e inconcebible hombre.

No lo sé...

Pero mi pecho... dolía.

Dolía mucho.

Mis pies no aguantaron más y caí arrodillada al pavimento. Con mi falda de flores tapando toda la visual de mis piernas.

No lo sé pero...

Qué rayos me pasa.

Mi corazón duele muchísimo...

Y estaba latiendo muy fuerte.

Al parecer creo.

Que...

Miré al cielo.

Olvidé a Markus.

Llevé ambas manos a mi cara, mirando otra vez al piso.

¡Dios!

—Soy un desastre.

Corbata rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora