e i n s

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Seúl estaba sumido en la oscuridad, lastimosamente aquella noche era imposible mirar alguna que otra estrella, como se acostumbraba. Había un manto de nubes que impedían ver la única y hermosa capa azulada. Las pomposas estructuras celestes me parecían estorbo mientras, inútilmente, miraba el cielo desde la ventana del autoservicio. No era momento de fastidiarme, así que solo cerré los ojos por unos segundos para no tener que criticar a las nubes. La molesta campana electrónica que sonaba cuando alguien entraba a la tienda de auto-abastecimiento resonó perforándome los oídos. Ya estaba a punto de cerrar, solo que por mis caprichos de «horas de sueño perdidas» me había tomado un cuarto de hora. El toque de queda eran las 10:00 pm, estaba apunto de estamparme contra el mostrador por haber sido tan idiota de no cerrar a la hora.

— Está cerrado —dije en voz alta sin separar mi vista de la ventana, pues una persona normal se retiraría al saber que el local estaba cerrado.

No escuché ninguna señal en la cual la persona que estaba irrumpiendo en mi agradable silencio se retirara, me vi obligada a mirar el rostro de aquel saboteador con los sesos quemados por simplemente no entender que estaba ce-rra-do.

—El cartel dice que está abierto —una voz gravemente áspera hizo que mis dedos se enfriaran al punto de casi no poder moverlos.

Fijé mi vista en la figura que se alzaba frente a mí, un muchacho de melena rubia me miraba con desinterés. Algo en su pelo me gustó bastante, era hermoso. Aunque su piel paliducha lo hacía lucir enfermo, mucho más si tenía el pelo rubio, sus ojos rasgados parecían haber sido pintados en un lienzo magnífico y sus labios estaba casi del color de su piel, sin mencionar que estos apenas se notaban.

— He dicho que-

— ¿Hay cigarrillos? —preguntó más en un murmuro, desde ese momento supe que no se iría si no compraba lo que buscaba... o peor, ¿y si era un ladron? Porque expectativas no me faltaban, el desconocido tenía pinta de matón de barrio viejo, además de que su acento era distinto al de Seúl... ¿cómo no desconfiar? La casaca descocida del rubio tampoco ayudaba mucho que digamos, estaba segura que el miedo que me recorría era notorio en mi expresión, pero no era momento de preocuparme en cómo lucía.

— Te he preguntado algo —en su voz apareció la clara molestia.

— Disculpa, ¿qué deseas? —la terrible angustia me estaba haciendo actuar como una pasiva. Y lo peor es que no fui consciente de eso hasta cuando descubrí que en realidad no era un ladronzuelo, solo un simple cliente.

— Cigarrillos, muchacha —repitió con la paciencia flaqueando, es decir, ya me estaba fulminando con la mirada por ser tan distraída.

Hice que las ruedas de mi silla me dejaran frente a frente con el cajón donde guardaba los cigarrillos, debía actuar lo más normal que pudiera para que no aprovechara la situación— ¿Algún sabor preferencial? ¿Llevarás algo más? —pregunté.

— Dame los más baratos que tengas y es lo único que llevaré —suspiró ya harto de no haberse ido aún con su recado.

Tomé la marca más barata con resignación por la poca amabilidad que me ofrecía, pero le tendí la caja de colillas normales en el mostrador mientras anotaba el código del producto en la computadora y darle la boleta. Su blanca mano tomó el pequeño paquete con prontitud mientras que con la mano contraria hurgaba en sus bolsillos.

La boleta se imprimía, supuse que iba a pagar con el sueldo exacto así que me arriesgué a que me castigaran por haber hecho una boleta errónea— El establecimiento cierra a las 10:00 pm —me atreví a mencionar mientras dejaba que mi peso se apoyara en el respaldar de mi silla.

—¿Te molesta que venga pasada tu hora? —me retó. Lo miré con desagrado lo cual pareció divertirle, puesto que su comisura derecha se elevó formando una semi sonrisa de villano. Aunque no le quedaba mal, me dio más cólera de la que ya tenía.

Le tendí el recibo sin dejar de disparar rayos láser imaginarios al «amable y respetuoso» cliente. Con lo que veía podría decir que era un alborotador de calles o algo parecido. En ese momento me acordé de TaeHyung, un suspiro se me escapó de los labios al pensar que mi amigo me había dejado justo el día en el que un mafiosillo vendría a fastidiar, justo tenía que enfermarse aquel día.

— Son 5,000 wons —informé con cansancio, las ganas de pegarle ya se me habían ido al recordar que aún tenía que cerrar. Solo quería que se fuera rápido. Casi no me di cuenta -por la rapidez que había usado- en que ya me había deseado seis billetes de mil wons en la mesa.

— Quédate con el cambio —dijo antes de irse dejando sus pesados pasos como mi último recuerdo de aquella cansada y malhumorada noche.

My Laws → Suga - BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora