Adelanto Cap. 16

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—Edward —repito, y un escalofrío recorre mi piel.

Nos quedamos en silencio por un par de segundos mientras exhalamos. Al parecer, él también está en vilo.


—Dime en dónde estás —su tono engañosamente condescendiente.

—Nunca.

Hay una pausa. Su voz se vuelve más grave.


—Cuando te vi la primera vez, pensé en lo guapa que eras. Con el tiempo, no podía pensar en otra cosa que no fuera soltar tu pelo de ese moño y abrir tus piernas sobre mi escritorio. Tú me mandabas señales todo el tiempo, con esos pequeños gemidos cuando comías y esas...


—¿A dónde quieres llegar con esto? —interrumpo. Mi corazón inacapaz de hallar su ritmo normal.

—Te resististe a mí, y finalmente...


—¡Basta! —exclamo.

Su risa, un sonido que no recuerdo haber oído antes, hace eco en mi cerebro.

—Tienes una afición por retrasar lo inevitable. Voy a encontrarte, cariño. De hecho, creó que volveré a verte dentro de muy poco. Casi puedo sentirte. Estoy más cerca de lo que crees.


A pesar de que no hay un espejo frente a mí, sé que mi piel luce pálida, y la sangre abandonando mi rostro es una sensación física.


—¿Estás dispuesto a alejarme de Anthony? ¿Puedes ser tan miserable?


—Por supuesto que no. Manejo millones de dólares todos los días; negociar es mi placer.


Me muerdo la mejilla.

—Quieres un trato —aseguro.


—Así es.


—¿Qué es lo que pides?


—Es lo mismo que yo te pregunto a tí. Soy todo oídos, Isabella. Convenceme.


Cierro los ojos, inacapaz de sobrellevar la humillación a la que estoy siendo sometida. Una sonrisa amarga me zurca el rostro.


—Finalmente me tienes en donde querías ¿no es así?


Chasquea la lengua.


—Oh querida, claro que no. Te quiero sobre tus rodillas, mirándome y susurrando lo mucho que te arrepientes de haberte ido. Lo anhelo.


Mis extremidades comienzan a temblar, y lágrimas que parecen hervir amenazan con hacer estallar mi cabeza.


—¡Te odio, te odio! ¡No hay ningún trato! Si vas a demandarme, adelante. Juro que voy a acabar contigo.


Lanzo el celular contra la ventana y me sorprendo cuando el vidrio no cede ante la fuerza.


Mi más grande pecado, desde que tengo uso de memoria, ha sido el orgullo, y esta vez, quizás, este me costará mi propio hijo.


La única salida ahora es conquistar a Jacob Black, cobrar el dinero y contratar al mejor abogado de Australia.

OoO

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