Dos.

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Me pasé todo aquél día durmiendo para no pensar. No me sentía con ánimos de hacer nada por lo que no salí de mi habitación en todo el día. No comí y tampoco cené. Tan siquiera cogí mi ordenador. No quería ni siquiera encontrarme con mis padres porque en estos momentos los odiaba.

·····

Era lunes de nuevo con lo cual tenía que ir a clase.

  — Genial.—susurré irónicamente apagando el despertador que acababa de sonar.

Me levanté sobre las siete como solía hacer todos los días lectivos. Me vestí con ropa cómoda y me peiné la larga melena morena. Desayuné algo rápidamente y salí de casa unos minutos antes de las ocho de la mañana. Tenía media hora para llegar a mi instituto antes de que empezase la jornada escolar.

Hoy debía ir andando ya que mi padre me había quitado las llaves del coche la noche anterior así que me dirigí con paso ligero hasta mi tortuoso y aburrido colegio. A cada paso que daba me martirizaba más y más por haber sido tan idiota y haberme quedado sin coche de nuevo.

Una vez allí, visualicé a Amanda y a Mike apoyados esperándome en la puerta principal del colegio como era costumbre. Ellos eran mis dos mejores amigos, les saludé y estuvimos hablando antes de que tocase el timbre que indicaba el inicio de las clases como era habitual.

Amanda era un chica rubia, de ojos marrones y más o menos de mi altura. Era la mejor persona que había conocido hasta ahora. Somos prácticamente como hermanas, nos conocíamos desde que teníamos uso de razón. Íbamos al colegio juntas y nuestras madre eran amigas de toda la vida así que habíamos crecido una al lado de la otra.

Mike tenía el pelo castaño claro, es muy alto y tiene los ojos de un tono precioso de verde. Su cuerpo estaba perfectamente musculado ya que era la persona que conocía que más se cuidaba. También llevaba con él desde que éramos pequeños y eso era genial.

Él es la única persona capaz de hacerme reír cuando estaba mal. Incluso en las situaciones más difíciles en las que me he visto sumergida. Parecía que tenía un don. Además era una de las pocas personas de mi alrededor que siempre estaba feliz y relajado. Pasara lo que pasase. Casi ninguna vez, por no decir ninguna, le he visto alterado o preocupado con algo. Era increíblemente fuerte ante todo.

Mike iba también a la misma clase que Amanda y que yo en el colegio y empecé a hablar con Mike gracias a ella. Al haber crecido juntos parecíamos casi una familia además compartíamos una complicidad casi envidiable. Se podía decir que los tres éramos inseparables.

Después de que sonara el fuerte y horrible timbre, entramos a nuestra primera clase del día recorriendo el largo pasillo que divide la estancia en dos grupos de mesas y nos sentamos en nuestros respectivos pupitres. Odiaba esta asignatura, filosofía, odiaba al profesor pero era en la única que sacaba buenas notas casi sin tocar el libro.

Nuestro profesor Bryan comenzó la clase minutos después hablando sobre valores y contravalores, haciéndonos dudar de todo y poniéndonos la cabeza hecha un lío. Esa era exactamente la razón por la que no me gustaba aquella asignatura.

El día se me hizo bastante ameno y cuando me quise dar cuenta, estaba sonando el timbre que indicaba el final de la jornada lectiva. Después de seis horas sentada en las incómodas sillas de madera, me dirigí andando de regreso a casa sola.

Recogimos nuestras cosas de las taquillas después de nuestra última clase, la cual era matemáticas, y nos despedimos los tres dándonos dos besos en las mejillas aunque Mike, tan efusivo como siempre, me subió por los aires y me empezó a dar vueltas como si fuese un saco de patatas. Hoy estaba de muy buen humor. Le sonreí y me alejé de ellos con el único objetivo de llegar a casa y encontrarme algo para comer en el frigorífico. Me sentía agotada y lo que menos me apetecía era una caminata hasta llegar pero no podía hacer otra cosa ya que no tenía otro transporte.

Desde mi instituto hasta mi casa hay menos de diez minutos en coche pero andando hay aproximadamente veinte minutos  y con este calor y encima por una calle que no me gustaba por lo poco transitada que está siempre, el paseo se me iba a hacer terriblemente largo.

No llevaba ni dos minutos andando y ya había empezado a sudar. Se notaba que el mes de mayo estaba apunto de empezar. El canto de los pájaros se escuchaba de fondo mientras que yo daba largos pasos con prisa de llegar y tumbarme en la cama con algo de comida.

Me decidí por contar los días que quedaban hasta mi decimoctavo cumpleaños y me di cuenta de que faltaba poco más que dos semanas.

Tenía muchísimas ganas de que llegara ese día para celebrar una fiesta en mi casa con todo mi instituto. Ese pensamiento hizo alegrarme y olvidarme completamente de todo aunque también sentí los nervios aflorar en mi interior como un capullo en primavera. Empecé a fantasear sobre la fiesta, la música, la decoración, etc y una sonrisa se dibujó en mi cara. Poco a poco iba organizando todo en mi cabeza. Sabía lo que quería, cómo lo quería y cuándo así que sólo me quedaba hablarlo con mamá y encargarlo.

De repente escuché algo detrás mía que dejó mis pensamientos de lado y borró la sonrisa de mi rostro. Sentí como el calor casi veraniego desapareció de mi cuerpo dejando lugar a un frío extremo reinado por el pánico. Me giré pero no había nada ni nadie.

Aceleré el paso ya que me quedaban todavía diez minutos para llegar y... volví a escuchar un maldito ruido pero ahora más cerca detrás de mi.

No era una persona cobarde pero me aterraba mirar atrás porque no sabía con qué me podía encontrar. Aún así, sin más dilaciones, me giré de nuevo.

Un señor vestido de negro se encontraba allí. Daba bastante miedo, un traje negro con corbata roja, guantes de cuero negro y gafas de sol. Era bastante alto y grande de cuerpo. No le podía ver bien debido al sol que reflejaba en las lentes de sus gafas de aviador. Puede que fuese simplemente un viandante más pero salí casi corriendo, sin mirar atrás.

El pánico me había invadido por completo... Mi casa cada vez estaba más lejos o eso parecía.


Cuando llegué, cerré la puerta con llave corriendo y observé la tranquila calle a través de la mirilla electrónica de mi puerta. No había movimiento, estaba desierta. Agudicé un poco más mi vista y me di cuenta de que había un coche negro desconocido en una esquina buscando no ser visto. Mierda, ¿en qué lío estaba metida?

Intenté relajarme y concienciarme de que no pasaba nada, que eran unos hombres normales y no tenían nada que ver conmigo. ¿Por qué iban a querer hacerme algo si yo no había hecho nada malo?

Una vez calmada y con algo de esperanzas, fui a la cocina a buscar algo para hacerme la comida. Abrí el frigorífico y observé unos spaguetti casi recién hechos por el vapor que salía del plato. Supuse que mi madre me los hizo antes de irse. Saqué el plato y me dirigí al salón a disfrutarlos.

Horas después, volví a mirar por la ventana pero nada, ahí seguía el coche. No se había movido ni lo más mínimo. Era extraño, que yo supiera no eran vecinos nuevos ni nada por el estilo. Las hipótesis fueron pasando por mi mente y el terror creció. Decidí no decir nada y eso me asustaba más. No quería meter a nadie en esto sea lo que fuera. No debía dinero, no había ido a carreras ilegales desde hacía años y tampoco tenía problemas con nadie. Seguí pensando. Era imposible que tuviesen algo que ver conmigo.

Me senté en el sofá y al poco tiempo sonó el timbre de la puerta. Me acerqué cuidadosamente y miré por el hueco de mi puerta. Suspiré al ver de quien se trataba. Era Mike, igual de guapo que siempre. Le abrí y le metí rápidamente en mi casa cerrando, detrás de él, la puerta. Era curioso que estuviera en mi casa a esas horas. Miré el reloj del salón de reojo. Las agujas de éste no marcaban tan siquiera las siete de la tarde. En teoría él debería estar entrenando. ¿Qué pasaba últimamente? Todo parecía alterado esta semana o quizás yo ya me estaba volviendo loca...

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¡Hola a todos! He aquí el segundo capítulo editado. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo he hecho al escribirlo. No olvidéis los comentarios y los votos, que son importantes para mi. 

¡Besos desde España!

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