Cinco.

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A la mañana siguiente me desperté pronto porque no conseguía quedarme dormida de nuevo después de ya haber abierto los ojos.  Anoche me había acostado poco después de que mis padres llegaran a casa, serían las diez y media de la noche aproximadamente. Era bastante pronto para mi pero mi cuerpo parecía pesar toneladas debido al cansancio acumulado y no pude resistirme a meterme en la cama.  No me costó conciliar el sueño pero el problema llegó a las tantas de la madrugada. Durante toda la noche estuvieron presentes en mi cabeza aquellos hombres. Esos sueños eran inquietantes, incluso estando dormida me comía la cabeza por ellos. Estaba sudorosa y temblando debido a la carrera que me pegué en la última pesadilla para escapar de uno de ellos. Todo estaba borroso, pero corría casi a la velocidad de la luz. Todo parecía estar sacado de un película policíaca. Era surrealista.

Llegué a la conclusión de que debía contárselo a alguien, tener un confidente aunque yo no era de confiar en la gente. En fin. Suspiré y me incorporé dirigiendo mi mirada hacia la única ventana de mi cuarto.

Me levanté de la cama. Mis finos pies eran acariciados por la suave moqueta que se extendía a lo largo de toda mi casa. No me gustaba nada llevar zapatillas para andar por casa así que siempre iba descalza y tenía que aguantar las interminables broncas de mi madre que odiaba que yo fuese sin zapatillas. Cosas de madres.

Ella ya no estaba en casa, eso significaba que me encontraba sola ya que mi padre se va mucho más pronto que mi madre.

Hoy hacía mucho calor y por eso dormí con un pijama corto de franela. Bajé las escaleras y entré en la cocina con encimeras de granito. Me apoyé en ésta, bostecé y me estiré. Después me preparé un café con leche y unas cuantas galletas. Programé el microondas y esperé sentada encima de la encimera. Menos mal que no estaba mi madre. Cuando ella está en casa nunca me deja hacer lo que me gusta, pasear descalza por la moqueta, sentarme en la encimera, poner la música a todo volumen... ¡Parecía una reclusa!

Sonó la alarma del microondas indicando que el café ya estaba listo. Al ir a sacarlo de éste me giré y, para mi sorpresa,  vi a Mike justo ahí, quieto y mirándome atentamente. ¿Qué demonios hacía este aquí? Me estaba empezando a asustar mucho.

— Buenos día, PELIGROSA.— me dijo él remarcando el extraño mote que me puso el día anterior al salir por la puerta de mi casa.

— Bueno días, Mike. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?— pregunté anonadada.

— Tu puerta estaba abierta.— mintió. La acababa de revisar para ver si mi madre la había cerrado bien. Además, cuando él miente hacía una pequeña mueca involuntaria con su labio inferior. Le conocía lo suficiente como para saber esas cosas. ¿Por qué me miente? Este chico debía de tener un problema bastante serio.

— Si, ya...— dije dudando. Estaba sola, ¿qué haría ahora con él dentro? Me estaba poniendo nerviosa y él lo notó. Di un sorbo al café y le miré muy enfadada al recordar la charla telefónica de anoche. Quería que me explicase todo esto. No entendía nada. 

— En serio Alex, me estás preocupando.— dijo demasiado serio, nunca lo había visto así. Ni siquiera cuando le dieron con la pelota de baloncesto en la cara el año pasado.

— No me encuentro nada bien.— salí corriendo para dirigirme al baño y vomitar. Algo me había sentado mal  aunque quizás eran los nervios de la situación en la que me encontraba. Me solía pasar pero no me sentía igual que las otras veces. Mi cuerpo se sentía pesado y no podía coordinar bien los movimientos. Me dolían las piernas muchísimo y me sentía somnolienta. 

Al pasar por la puerta y empezar a subir las escaleras, la mano de Mike me agarró de la muñeca y me impidió seguir subiendo. El dolor y las ganas de expulsar todo lo que contenía mi estómago iban creciendo.

— Mike, suéltame.— le exigí pero hizo caso omiso y me agarró con más fuerza. Intenté quitar su mano de mi brazo pero me fue imposible— ¡Me haces daño!

— Escucha no sé que te pasa. Estas pálida, ¿necesitas ir al hospital? ¿Tomas medicación? Alex, ¡contéstame!— había algo extraño en él pero no podía descifrar el qué. Se empezó a poner nervioso y a gritarme. Yo creía que de un momento a otro me iba a golpear pero no, no lo hizo por suerte.

Al decir esto me soltó y corrí escaleras arriba. Necesitaba llegar al baño lo antes posible  porque sino era probable que echara todo el café que bebí en la moqueta. Me empecé a marear más, todo me giraba y escuchaba con eco la voz de Mike. Esto no podían ser nervios. Las imágenes se me desenfocaban como si fuera el objetivo de una cámara pero, pese a esto, logré seguir hacia delante.

Terminé de subir las escaleras cuando la vista se me nubló y caí al suelo. Tenía el cuerpo entumecido y no lograba levantarme de allí. Cerré los ojos. Sólo recuerdo a Mike dirigiéndose a mi con... ¿una sonrisa?

Me desperté en mi habitación, mi cabeza dolía. Al abrir los ojos me encontré con mi madre al lado de mi cama. Tenía cara de preocupación pero seguía igual de guapa que siempre. Sus ojos lucían como esmeraldas, eran preciosos. Ojalá fuera como ella...

Mi mirada se desvío a la otra habitación donde estaba Mike, me congelé. Recordaba aquella sonrisa, ¿qué significaba?

— Tuve suerte de haber llegado cuando junto la ibas a llevar al hospital.— dijo mi madre agradeciendo la ayuda de Mike. Yo tenía motivos para desconfiar en él. ¿Qué era aquella maldita sonrisa? Todo estaba fuera de control. No era capaz de entender nada. A cada hora que pasaba mi vida se convertía en una cadena de sucesos a cada cual más surrealista.

— No hay de qué, me la iba a llevar al más cercano y después la iba a avisar.— cada vez sabía mentir peor Mike, pensé yo. Otra vez aquella dichosa mueca con el labio.

Si mi madre no hubiera llegado, ¿dónde estaría en estos momentos? Dudo mucho de que fuera en la cama de un hospital. ¿Acaso me intoxicó a propósito? Mi cabeza se estaba haciendo un lío. Mis últimas veinticuatro horas habían sido un infierno. Veía todo borroso...

Cuando mi madre se fue yo ya estaba bien. Mike se marchó antes que ella porque tenía que ir al instituto. Hoy me tocaba entregar un trabajo y mi madre lo entregaría por mí. Gracias a Dios que estaba ella allí. Le debía la vida en estos momentos.

Aún seguía sintiéndome cansada y pesada por lo cuál no me levanté de la cama. Cogí mi teléfono y miré si tenía algún mensaje pero no, no había ninguna notificación. Ni de Amanda, ni de mis padres, ni de Mike. Cuando llevaba ya un rato sola empecé a pensar sobre aquellos señores de vestimenta temerosa y una pregunta me invadió ¿Mike trabajaba con los hombres de negro?

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Feliz domingo a todos! Aquí subo el cuarto capítulo! Espero que os guste!

Dejadme vuestras opiniones y votos!

Gracias por leerme. Besis ^^

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