Por la tarde sí me levanté de la cama para tomar algo de comer. Aún así seguía sola. Mis padres trabajaban hasta tarde así que podría disfrutar de la soledad aunque en mi situación no sé si la disfrutaría o me aterraría más.
Cuando entré en mi habitación algo me llamó la atención. Había una foto de mi padre y mía cuando yo era pequeña encima de la cama. No recordaba haberla sacado. Me senté en el borde de mi esta y la cogí. En ella yo vestía con una faldita corta y rosa y una camiseta con el pato Donald serigrafiado. Podía tener unos tres añitos. Mi padre llevaba puesto un elegante traje negro brillante con una preciosa corbata azul eléctrico que siempre le resaltaba esos ojazos color cielo.
— "Una foto tan antigua y mi padre sigue como está ahora" —pensé interiormente y era verdad. Esa foto podría haber sido tomada hace quince años y mi padre parecía que había hecho un pacto con el diablo para no envejecer.
Noté como se me empezaba a nublar la vista a causa de las lágrimas que luchaba por contener. Pero fue imposible. Empecé a llorar como cuando me regañaban mis padres cuando era pequeña por hacer o decir algo mal. No podría concebir una vida sin ellos. Son mi todo...
Intenté parar de llorar, pero era imposible.
Cogí el teléfono y llamé a Amanda, mi Mandy. Ella siempre era todo oídos. Si algo te preocupaba tu podías contar con ella, sea lo que fuere. No sé que sería sin ella. Más que una amiga, era una hermana para mí. No la cambiaría por nada en este mundo. Empecé a contarle todo lo ocurrido en los días anteriores detalle por detalle. Sabía que probablemente ella se preocuparía muchísimo más que yo y me sentí terriblemente cruel porque ella iba a sufrir con esta situación también.
Después de contárselo todo me sentía más agusto, esa fuerza, ese agobio que había dentro de mí había desaparecido pero en su lugar la culpabilidad me mataba. Esperaba que a ella no la pasara nada tampoco porque si yo desaparecía, Amanda era la única que sabría decir con quién podría estar. Mi pesadilla era que los hombres de negro la cogieran, la secuestraran o algo mucho peor que no quería ni imaginar.
. . . . . .
A la mañana siguiente me desperté temblando antes de que mi despertador sonara. Mi ventana estaba abierta. Nunca las solía dejar abiertas porque cuando era pequeña se coló un murciélago y me llevé un susto horrible. Odiaba a esos animales con todas mis fuerzas. Empecé a correr por mi habitación hasta que mis padres se levantaron y lo sacaron de allí.
Me levanté cuidadosamente de mí cama y me cambié rápidamente de ropa. Cogí un jarrón de mí habitación para utilizarlo como arma en caso de necesidad.
Me dirigí al pasillo. Miré en el baño, en la habitación de mis padres, en el ático y en todos los rincones de la planta superior y no había ni rastro de nadie. Sentí como mi cuerpo se relajaba. No me había dado cuenta que había tenido la mandíbula apretada hasta que sentí que me dolía.
Comencé a bajar cuidadosamente las escaleras para salir de casa, aún con el jarrón en la mano. No quería permanecer mucho más tiempo allí sola.
Cuando bajé el último escalón miré y revisé la planta baja pero no había nadie. Parecía estar sola en casa. Aún así cogí mis llaves y mi teléfono móvil y decidí ir a dar una vuelta en mi coche. No quería ningún incidente más. Salí de mi casa con paso firme cerrando la puerta con llave y arranqué mi Porsche que se encontraba aparcado en una de nuestras plazas de garaje.
No sabía hacia donde dirigirme y tampoco lo pensé. Simplemente conducía sin rumbo por aquella carretera poco transitada. Hoy hacía un día bastante soleado. El sol calentaba con fuerza y se reflejaba en el capó del coche casi cegándome. Me puse mis gafas de sol negras y seguí mirando a la carretera. Miré el termostato y vi que marcaba treinta y dos grados a estas horas. Tuve que activar el aire acondicionado cerrando todas las ventanas del vehículo. Odiaba estar sudorosa. En verdad siempre me había gustado más el invierno que el verano por esa misma razón.
Miré por mi espejo retrovisor. La carretera estaba casi vacía pero un coche negro avanzaba a una velocidad demasiado elevada.
—Oh, mierda.—pensé al ver lo que estaba ocurriendo. El coche negro del otro día me estaba siguiendo y se dirigía a mi rápidamente—No puede estar pasando esto.—pisé el acelerador aumentando muchísimo mi velocidad y poniéndome a casi ciento cincuenta kilómetros por hora.
Diez minutos después todavía los seguía teniendo pegados al culo de mi coche. Empecé a callejear por el centro de Londres. Me metí por Covent Garden y tuve que disminuir la velocidad ya que no me quería llevar a ningún viandante por delante. En este barrio los cafés suelen ser al aire libre por lo que hay muchísimo turismo en esta zona. Siempre suele estar lleno y es casi imposible andar por aquí debido a toda la multitud.
Aparecí en otro barrio de Londres, The City, donde se encontraba la Bolsa de Valores y el Banco de Inglaterra. Aceleré un poco más asegurándome de no tener a ningún coche de policía persiguiéndome. Ya era lo que me faltaba, otra multa.
En este distrito casi todos me conocían por mi padre y si no quería que mi padre se enterara de esto más me valía pasar desapercibida. No quería aguantar otro de sus sermones sobre seguridad víal o los peligros de la carretera aunque en esta ocasión estuviese huyendo de alguien a quien desconocía. Estaba tan cansada de esas charlas...
Disminuí la velocidad y miré por el espejo retrovisor. Para mi sorpresa no tenía a ningún coche negro persiguiéndome. ¿Los había perdido ya?
Para que el tiempo pasara y las esperanzas de no volver a ser perseguida crecieran, decidí hacerle una visita al padre de una amiga que, curiosamente era muy buen amigo de mi padre.
Estacioné mi coche en el parking de la Bolsa de Valores, eché el freno de mano y miré hacia delante. Aguanté el aire que tenía en los pulmones y, hasta entonces, no me había dado cuenta del ritmo de los latidos de mi corazón. Estaba tan acelerada que todavía la adrenalina se encontraba recorriendo mi torrente sanguíneo. Salí del coche y pasé al despacho del amigo de mi padre, creo recordar que se llamaba Christian. Nunca había tenido mucha confianza pero nunca es tarde para relacionarme con gente de contactos.
— Buenas tardes señor Banks.— era irónico, trabajaba en un banco y se llamaba Banks. De risa.
— Hola Alex, ¿qué te trae por aquí?
— Sólo venía a preguntarle si mi padre se encontraba hoy aquí.
— No cielo, tu padre está en Downing Street.—"otra vez allí" pensé. Era una calle famosa por las residencias oficiales y casi siempre estaba allí por negocios, reuniones, etc. Parecía que su casa fuera aquella...
— Muchísimas gracias señor Banks, dele dos besos a su hija y a su mujer.— le dije educadamente mientras le apretaba la mano.
Me dirigí a la salida y cogí el ascensor que me llevó a la puerta. Cuando salí a la calle todo parecía estar normal. No me acordaba donde había dejado el coche, así que me tocó buscarlo. Sí, ya os dije que era un desastre.
Al poco tiempo de arrancar mi coche me llegó un mensaje. Cada vez que escuchaba el sonido de mi móvil sentía un escalofrío recorrer mi espalda. Lo miré y suspiré aliviada al ver que era mi madre.
"Cariño, preparate. Mañana tenemos gala benéfica y asistirán artistas de Hollywood por el tifón de las islas Filipinas"
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Bueno, aquí otro capítulo editado. Siento muchísimo la demora y no poder dedicarle todo el tiempo que quiero. Gracias por seguir ahí conmigo. Ya sabéis, los comentarios y los votos son lo que me hace seguir.
¡Besos a todxs!
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Secrets #Wattys2016 #WEAwards2º #PremiosMusaRomance
Romance¿Qué pasaría si una de las personas más importantes de tu vida dice ser quien no es? Alexandra Meyer, una chica de metro sesenta de altura, pelo liso y oscuro y con ojos verdes está a punto de ver como su vida da un giro de ciento ochenta grados. Un...