Doce.

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Amanda y yo nos miramos. Mi rubia tenía una gran sonrisa en su cara y sus ojos chocolates abiertos de par en par.

Cuando le miré a los ojos una pequeña sonrisa quiso salir de mi boca pero no le iba a dar aquél gusto. 

— Simplemente se me ha caído un pendiente. Tu casa no es tan espectacular. En verdad las hay mejores y te lo digo yo que he visto muchas por mi madre.— dije atacándola. Una sonrisa juguetona iluminó su rostro.

— ¿Ah, si? Pues que yo vea llevas tus dos preciosos pendientes en las ojeras. Yo que tú dejaría de "buscar" el que se te ha caído.—. mis mejillas se empezaron a tornar de un color rojizo. Definitivamente tenía que dejar de intentar mentir.

— Chicos, debo irme. Mi padre me reclama. Adiós bombones.— dijo Amanda acercándose para darme dos besos de despedida.

— Pero... No puedes dejarme aquí.—comenté balbuceando. Me dejaba sola con él. Socorro. Mi cara ardía por lo que debía estar roja como un tomate.

— Portaos bien, chicos.—dijo mirándome y guiñando un ojo con una sonrisa traviesa mientras se alejaba de nosotros. En esos momentos la odiaba a muerte.

— Adiós, señorita Brown.—dijo él haciendo un gesto de despedida con la mano. Tan educado como cuando le conocí.

Cuando Amanda se fue, me empecé a poner nerviosa. Él lo notó y sonrió mirando para otro lado.

— ¿No es mejor entrar a mi casa? Aquí hace demasiado calor.— preguntó.

— Yo... debería volver a casa para ayudar a mi padre.—respondí automáticamente tartamudeando. Respiré hondo para liberar las tensiones que guardaba en mi cuerpo.

— De acuerdo, te acompaño. Tengo que hablar con tu padre.—comentó algo más serio de lo habitual. ¿Qué pasaba?

Íbamos andando los dos por la carretera y lástima que mi casa no estuviera más cerca. Un silencio incómodo se apoderó de nosotros. No sabía sobre que hablar y la verdad es que tampoco quería hablar con él. Me sentía insegura a su lado. Nos quedamos callados hasta que él abrió la boca.

— Siempre que quieras puedes pasarte por mi casa.— me dijo amablemente aunque un poco cortado. Noté como le temblaban las manos y como se entrelazaba los dedos de ambas manos entre sí para que yo no notase sus nervios.

— Primero tendré que querer verte la cara y luego, si eso, iré a tu casa.— contesté cortante y borde. Me sorprendí de mi propia respuesta y a la vez me sentí mal por haberle contestado así.

— Uhh... tienes carácter, ¿eh?— lo dijo en un tono muy sensual— No te puedes engañar, sabes que tenías ganas de verme por eso habéis venido.—bromeó.

— ¿Eres así con todas? ¿Así es cómo consigues tirártelas?— pregunté incrédula.

— No cariño, yo no me acuesto con la primera que pillo. Me gustan más las inteligentes como tú. —¿Eso era un cumplido o estaba intentando ganar terreno conmigo? Observé cómo me guiñó el ojo cuando terminó de hablar.

Esa respuesta me dejó sin habla. Creo, incluso, que empecé a palidecer. Noté cómo mi corazón se agitaba cada vez más casi intentando salirse de mi pecho. Quería llegar ya.

Me empezaban a temblar las piernas. Todavía quedaban algunos minutos de camino hasta llegar. Por un momento parecía que mi casa se alejaba y que nunca íbamos a llegar a ella. Esto se había convertido en un momento demasiado incómodo para ambos. Tragué saliva sin abrir la boca.

Iba tan absorta en mis pensamientos que se me olvidó mirar a los lados para cruzar la calle. Fue entonces cuando escuché gritar algo a Damon. Al abrir los ojos me encontraba con todo el cuerpo de Damon encima mía. Su brazo derecho se encontraba alrededor de mi cintura. Él y yo estábamos tirados en el césped del jardín de los Ryan.

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