Nueve.

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Nada más despedirme de él seguí andando en busca de un taxi que me hiciera regresar a casa. Todavía notaba la pesadez de aquellas copas en mi estómago y en mi cerebro.

Desafortunadamente, no pasaba ningún taxi por aquellas calles así que decidí atravesar Regent Street para entrar en el Café Royal Hotel y pedir allí un taxi. Así lo hice.

El hotel era precioso. Antes de entrar, una gran puerta giratoria de madera oscura con detalles dorados te recibía adentrándote en aquel lugar. Una vez dentro, en los dos lados se encontraban dos elegantes chimeneas blancas que me enamoraron nada más verlas. Amaba ese hotel y parecía que el servicio sería de mi agrado. Tendría que decirle a papá que fuéramos una noche a probarlo. Mi madre odiaba dormir en hoteles porque decía que la decoración, en algunos, la deprimía. Aunque en este hotel dudaba mucho que ocurriera eso. Era todo muy moderno y lujoso. La encantaría.

Me dirigí a la recepción y me encontré a una chica pelirroja bastante agradable. Ella llamó a la compañía de taxis y también me dio unos zapatos bajos de los que son de usar y tirar para situaciones de post-fiestas como éstas. Le di propina a la recepcionista y me subí al taxi que me llevó directa a casa. Qué ganas tenía de darme una buena ducha y quitarme los restos de la noche después de dormir lo que no había dormido anoche. Me encontraba destrozada.

Cuando abrí la puerta y subí las escaleras, me di cuenta de que mis padres todavía dormían, se sentía la tranquilidad en sus rostros después de una noche loca en la fiesta. Cuando llegué a mi habitación, abrí mi cama y directamente me metí con el vestido puesto. Lo último que recuerdo es que me dormí pensando en la imagen mía en brazos de Damon medio borracha. ¿Podía ser más penosa?

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Me desperté a las tres de la tarde y no fue a voluntad propia. Mis padres pensaron que llevaba en casa desde que salí de la fiesta para quedarme dormida en el suelo de la entrada. Estaba literalmente agotada y no les conté nada sobre Damon. Me palpitaba la cabeza y los pies me ardían.

 — ¡Mis tacones!—pensé algó angustiada.

Antes de salir corriendo se me olvidaron cogerlos. Claro, también pensaba que me habían secuestrado. Después me convencí de que no eran importantes, sólo me servían para hacerme heridas en los pies. No era una chica materialista pero eran bastante caros como para ir perdiéndolos por cualquier rincón. Dirigí mi mirada hacía mis pies y casi no pude verlos de lo negros que estaban después de haber andado descalza por la calle. También podía observar alguna que otra rozadura en los talones...

— Dichosos tacones.— susurré con un tono muy bajito.

Bajé a desayunar después de la ducha que me quitó los restos de la fiesta de ayer. Me dolían tanto los pies que no me puse las zapatillas de estar por casa ya que el roce de estas me hacía estremecer.

Miré el calendario mientras que mi leche estaba en el microondas. A mi madre no le gusta tener amas de casa porque dice que el dinero no se nos tiene que subir a la cabeza. Hacemos las tareas del hogar nosotros mismos y por eso estaba yo ahí, preparándome el desayuno.

Me di cuenta de que quedaban apenas tres días para mi cumpleaños y no había preparado nada. Le diría a mi madre que lo pospondría al viernes ya que mi cumpleaños caía en lunes y al día siguiente había clase.

Saqué la leche y me eché el café en el vaso que había cogido del estante.

Empecé a desayunar recordando la fiesta de ayer y de repente Damon apareció en mis pensamientos. Intenté hacerle desaparecer pero no pude. Me cogió para que no durmiera en la calle, me tapó y me dejó dormir en su coche. Me sentía protegida. Quizás el prepotente niño de papá no era tan prepotente. Incluso podría ser buena persona.

Me encontraba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta de que mi madre me hablaba hasta que me dio un beso en la frente.

— Cariño, vamos a la casa de los Ryan.— ellos eran una familia muy importante de Londres pero no tengo conocimientos de a qué se dedican.

— Vale mamá, no penséis demasiado en negocios y disfrutad de su té.— dije sonriendo.

— Eso haremos.—se acercó a mi oído y susurró— En realidad sólo voy comerme sus pastitas pero no se lo digas a nadie. Es un secreto.

— ¡Mamá! No seas mala.— dije riéndome a carcajadas.

— Te queremos.— dijo mi padre dándome otro beso en la frente y dirigiéndose a la puerta juntos.

— Y yo a vosotros.— y se fueron dando un portazo a la puerta.

Reinó la tranquilidad en mi casa y el aburrimiento se apoderó de mí.

Decidí llamar a Amanda que tardó apenas diez minutos en llegar a mi casa y nos empezamos a probar vestidos de mi armario. Yo tenía que revisar mis prendas porque había adelgazado mucho de un año para otro.

— Alex, que armario más pequeño tienes.— dijo haciéndose la importante.

— La demás ropa la tengo en el vestidor de mi madre, pero ella tiene la llave.— ataqué yo y seguimos probándonos modelos y haciéndonos fotos. Amaba estos días con su compañía

Amanda se probó un vestido gris que tenía yo para verano pero que no me quedaba del todo bien. Tengo envidia de ella, ¡toda mi ropa la queda bien!

— ¿Dónde te compraste este vestido, amor?—me miraba atentamente esperando una contestación. Eso significaba que la encantaba y que lo quería.

— Te lo regalo, a mi no me queda tan bien como a ti.— dije riéndome. No me importaba dárselo, era mi mejor amiga y prefería que lo tuviera ella a que estuviera guardado sin ser utilizado.

Me dio las gracias acompañadas de millones de besos que se vieron interrumpidos al escuchar el timbre.

— ¿Tus padres?— me preguntó.

— No creo, ahora vuelvo.— dije lanzándola un beso.

Bajé las escaleras y me dirigí corriendo a la puerta. Miré a través del portero electrónico y para mi sorpresa me encontré una caja envuelta con un precioso papel rojo. Amanda bajó corriendo poco después que yo y me agarró por los hombros quedándose detrás mía. ¡ Ella es una cotilla!

— Si quieres lo abro yo, ¿eh?

— ¡No! es para mí, ¿no ves el nombre que hay puesto? Ese es el mío.— reí.

— Pues venga, a abrirlo.— me empujó abriendo la puerta.

Empecé a quitar el papel cuidadosamente, despegando todos los trozos de celo que tenía para no romper ese precioso envoltorio rojo que resplandecía a la luz del sol.

Cuando lo abrí, miré a Amanda que me sonreía. 

—"No puede ser,—pensé— ¿cómo me ha encontrado?"—me pregunté sorprendida. En ningún momento le había dicho mi dirección ni habíamos hablado de dónde vivíamos cada uno aunque considerando lo borracha que iba podría habérselo dicho.

Delante de mi se encontraban los tacones que me dejé en el coche de Damon Sydal la noche de la fiesta. Para mi sorpresa vi que éstos iban acompañados con una carta.

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Nuevo capítulo ya editado.


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