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—T-tengo sed... —susurró lentamente. Sus labios temblaban, resecos, y su lengua se encontraba con el horrible gusto a hierro de la sangre. La comisura estaba teñida de la putrefacción rojiza y líquida del beso al que fue sometido. Tenía la barbilla lastimada, las mejillas mordidas, rasgadas y con la piel levemente levantada. Un doloroso corte se extendía desde el pómulo hasta el cuello, rajando la piel y abriéndola limpiamente. Sus ojos estaban rodeados por una fina capa grisácea. Eran claros, apagados y sin vida, con el temor reflejado en ellos.

—No hay agua —se escuchó, levantó la mirada y observó la simplicidad de la cabaña en la que se encontraba. Sus manos aún se encontraban atadas de manera injusta a los alambres. Lo buscó con la mirada.

—Tengo sed —volvió a repetir, se inclinó y lo vio salir de la habitación a un lado de la que él se encontraba. Lo miró quieto, atento a los movimientos del asesino. Este se volvió, con medio rostro deformado, destruido, y cicatrizado de forma monstruosa, dejando mucho que desear de aquella poca faceta de piel normal, tersa a simple vista, sin deformidad alguna. Sus ojos eran oscuros, de largas pestañas sedosas que le hubiera intrigado si no fuera por la mirada vacía que siempre tenía. 

Su corazón se aceleró como caballo de carreras cuando lo vio acercarse, bajó la mirada sumiso. Temblando. Cerró los ojos y entre abrió los labios respirando fuerte, los pulmones le dolían, el cuello le ardía y sentía una horrible picazón en la piel en carne viva de su pelvis. Debía aguantar si quería seguir vivo, tendría que esperar a que lo encontraran, es decir, era el hijo de un gran político. Y no iba a morir en manos de un cualquiera como lo era aquel lunático asesino, lo iba a pagar muy caro una vez que saliera de aquella pocilga, iba a pagar toda la asquerosidad y mutación de piel que hizo con su cuerpo. Tenía rabia. Tanta rabia e importancia que su pecho ardía, levantó la mirada, enojado, con la respiración pesada y los puños fuertes. Y no se encontró con nada.

—Hueles del asco —escuchó en su oído, literalmente saltó de su silla al oírlo, ahogó un gemido de dolor cuando sintió que la piel de sus tobillos y muñecas volvieron a removerse—. ¿Te asusté? Ja. Me agradas, me gustas mucho —le susurró cerca, lo miró con grandes ojos al verlo de pie frente a él, un hombre grande que lo reventaría a puñetazos si quisiera. Y no pudo evitar pensar en su absurdo físico, en su cuerpo delgado a comparación del otro. Sus orbes parecieron ser espejo cuando siguieron todo hilo de cicatrices que cubría la piel de aquél, tenía cortes, mordidas, todo signo de salvajismo se marcaba ahí. Cerró los ojos con el ceño fruncido cuando se inclinó cerca suyo, sintió su respiración, la calidez que emanaba, abrió la boca para protestar y sin embargo, ninguna palabra salió de sus labios, por asombro, sintió su lengua lamer con fuerza su cuello, la herida que tenía fue abierta por cuarta vez y gritó con fuerza. La sangre seca fue removida y los dientes mordieron la carne sensible, roja y sin la capa de piel para protegerla. Se sentía como si le echaran sal a su herida, apretó los puños y dejó la desesperación para sus gemidos de dolor—. Eres... Mucho más excitante que abrir el estómago de algún animal. Lindo, como un conejito degollado. Pequeño, como una ardilla sin piel.

VIOLENCIA ANIMALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora