treinta y tres

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El dolor de cabeza palpitaba como sirenas en su cráneo, los ojos de Tyler dieron vueltas en sus cuencos, los sentía pesados, ardiendo en golpes que le obstruían la vista y el movimiento. Se había sentido mucho tiempo así, de esta manera, destruido, abarrotado, cubierto por miles de golpes y cortadas. Sabía lo que era el despertar las mañana con la boca pastosa y seca en sangre, con los labios agrietados y lastimados.

La cotidianidad de las heridas era algo normal para él. Algo normal para su mente, para su tacto, para sus dedos al tocar su piel y sentir las cicatrices en ellas, pues cuán extraño sería no llevarlas consigo. Todos los meses su mente lo traicionaba, su memoria, sus recuerdos tan manejables que no podía confiar en ellos, es que eran tan manipulables que fácilmente se podía cambiar un hecho por otro. El mundo que conocía se resumía en lo que sus ojos veían, en sus marcas, en sus cicatrices. Porque ellas sí eran permanentes.

Y podría soportar cientos de bofetadas, podría tener las mejillas rojas en sangre, los tobillos rotos, la lengua cortada y los oídos dañados. Tyler podría ser destruido de mil maneras y sin embargo, seguiría de la misma forma, seguiría abriendo los ojos como un necio. Seguiría arrastrándose sobre su cuerpo, seguiría balbuceando. Porque él podría soportar perder cientos de identidades y aún mantenerse despierto frente a las circunstancias.

Tyler aspiró con fuerza, sintió el aroma a tierra mojada, al frío devastador que lo tomaba de la piel y lo desmenuzaba por completo, aquél tenue aroma a sangre que emanaba de su cuerpo. Su nariz bañada en sangre seca, rojiza y coagulada respiró el aire infectado a muerte. Su cabeza ladeó intentando apartar esa sensación de su cuerpo, pero se detuvo, llevó una mano pálida y rasguñada a su cabeza y sintió la sangre húmeda en su cráneo. Sus ojos se abrieron y observaron manchas negras en su visión. La iris de los ojos avellana de Tyler estaban rojos, irritados. Despegó su cabeza del suelo sintiendo el hilo de sangre que se separaba de su cabeza a la madera manchada.

El cuerpo de Tyler gritó por un descanso, adolorido, sin embargo, la voluntad y la torpeza del animal mareado y débil quisieron levantarse. La lentitud abrazaba sus acciones, sus oídos pitaban y llevó sus manos hasta ellos, golpeó con suavidad y no escuchó nada. Tyler se quedó quieto, contra la pared cuando ya pudo quedar de pie, las manchas negras en su visión iban desapareciendo y golpeó con fuerza su oído esperando escuchar algo. Sin embargo, quedó en la nada.

Se sentía atrapado en una caja imaginaria, sin poder oír nada a su alrededor. La pupila de Tyler se dilató y apoyó su cabeza sangrienta y húmeda sobre la pared. Vaciló moviendo la cabeza de un lado para el otro dejando que sus ojos descansaran un poco, el movimiento calmaba sus dolores. Cuando sus ojos avellana volvieron a la luz su piel se cubrió de un suave manto de escalofríos que lo estremeció de cuerpo entero casi como tocar el agua tibia en pleno invierno. Sus índigos cubiertos de odio viajaron por el cuerpo entero de aquél usurpador, de ese sucio, podrido y asqueroso ser que le trajo miles de desgracias. Y sin embargo, el verlo marcado con cientos de cortadas, decenas de marcas en el cuerpo lo llenó de angustia. Su mirada buscó mordidas en el cuello, en los brazos, las piernas o la espalda.

Se encontró con las marcas de Hunter en aquella piel, con esas letras irregulares y dobladas, dando la sensación de que fueron cicatrizadas y renovadas en muchas ocasiones. Algunas estaban cosidas con descuido, dejando que la piel se infectara en un color violáceo y verdoso. Tyler infló el pecho y su angustia se fue transformando en tristeza y desesperación cuando notó una gran mordida en su hombro. Sus manos instantáneamente viajaron a sus propias marcas, sintiendo la piel abierta, las mordidas recientes y los rasguños ardientes floreciendo en su cuerpo.

Tyler se tragó las lágrimas, sorbió su nariz pensando lo peor. Su Hunter, su dueño y autor de su alma sobre aquella cosa tan insignificante, tan pútrida. Marcándolo incontables de veces como si fuera a escaparse, y se miró, se miró el cuerpo con cierto desprecio en la punta de la lengua, sintiendo el asco en su piel, llena de mordidas, ultrajado hasta el fondo. Pues claro, Hunter no quería un animal tan usado como él. Tan marcado, y abarrotado. Y en qué estaba pensando, sin identidad, sólo siendo un simple animal. El animal del teniente y diez hombres más.

VIOLENCIA ANIMALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora