epílogo

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—Mi nene —susurró en su oído. Apoyó con suavidad sus manos en aquellas caderas descubiertas. Hunter apenas rozó la piel lastimada, con la intención de no dañar aquellas heridas ajenas a sus acciones. Lo miró a los ojos, sus avellana profundos, irritados y cristalizados por el frío lo veían como un niño. Entre sangre y golpes la mirada de su cachorro parecía bañada en la misma inocencia, en un anhelo que le hacía ronronear de puro gusto. Para Hunter la atracción que había sentido por Tyler la primera vez que lo vio marcó un golpe fuerte en su cabeza, lo recordaba tan bien que incluso parecía haber sido otra vida.

Pero no era algo que podría olvidar, no podía. Aún podía sentir el aroma a sangre que emanaba el cuerpo de su padre el día que se topó con su animal. La sangre del hombre que lo culpó de algo que no había hecho, sin embargo, aquél líquido escarlata en su piel no hizo más que ensuciar más su mente. No hizo más que manchar sus manos. Y lo enterraron a unas millas de su casa, lejos, donde no podrían encontrarlo jamás. Y lo recordaba, la tierra mojada, el frío y la lluvia bañarlo por completo.

Aquél día la juventud abrazaba el cuerpo de Tyler con fuerza, la belleza, la suavidad. Sus ojos negros y su alma distorsionada y deformada se había cautivado por un ser tan mísero en sentimientos, tan cruel. La curiosidad en Hunter crecía y crecía, con sus heridas apenas sanando y una mente que aún buscaba arreglarse. Y sus manos viajaron a su propio cuello, a sus hombros marcados y llenos de cicatrices. Aún sentía la piel de su espalda gotear sangre, la marca del teniente Morris había sido cortada, arrancada de su piel en manos de su padre. Y tal vez el golpearlo contra la pared hasta reventar su cráneo no había sido la opción correcta. Pero siempre pasaba. Siempre cuando quedaba solo con su padre los golpes venían, y su agresividad no ayudaba. Pero sus hermanos lo entenderían, lo harían. Porque ellos mismos sabían que aquél hombre no merecía nada más que la muerte.

Recordaba haberlo tocado con sus manos cubiertas de sangre, a su cachorro. Recordaba cada mínima característica con la que se había ido. Y Hunter sabía que sus marcas quedaron enterradas bajo otras más violentas, aquellas mordidas de placer fueron reemplazadas por otras de dolor. El cuerpo de su cachorro jamás había estado más demacrado, su conciencia estaría corrompida hasta el rincón más inhóspito por culpa del Teniente. Llena de mierda y asquerosidades. Y cuando lo vio caer frente a su puerta pensó que todo terminaría ahí, que Tyler le arrancaría el corazón con sus propias manos como él había hecho con sus dueños. Que lo mataría, que sería el animal del teniente hasta que este se pudriera en su propia maldad.

Y sabía que su cachorro estuvo con su antiguo dueño. Sabía que abusaron de él. Podía notarlo por las mordidas escondidas bajo los cortes, en los moratones sobre sus caderas y piernas. Sus manos se detenían sin querer tocarlo del todo, pensando que se haría para atrás, que lo golpearía. Solo esperaba que el dolor de los recuerdos no lo confundieran a él. Que no confundiera sus mordidas suaves, sus lamidas y sus toques. Porque si bien le hacía daño, no era el tipo de dolor que el Teniente dejaba.

Pero Tyler parecía haber olvidado la existencia del Teniente Morris, parecía haber olvidado todo desde el punto en el que abandonó su identidad. Para su cachorro, sus recuerdos lo situaban casi nueve meses atrás. Cuando había aceptado ser tratado como un animal. Cuando fue tan ciego como para dejar que eso pasara. Era egoísta, porque no pensaba contarle nada.

Hunter sólo quería que lo tuviera a él en su mente. Quería que siguiera siendo aquél animal detestable, todo pomposo y meloso que lo enloquecía como un rematado. Y llegaría el día donde le preguntaría nuevamente sobre Christopher, y trataría de explicarle lo que había pasado con él. Con su padre y su madre. Pensó en que tal vez Tyler recordaría al Teniente si le mencionaba, pero era un riesgo que tenía que recorrer.

VIOLENCIA ANIMALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora