treinta y dos

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Siempre creyó que la mirada de un animal era destructiva. Incluso para un dueño, para alguien que cumplía con la justicia muchas veces apartaba la mirada de los ojos pecadores. Al menos en su caso, encontraba la desesperación nata, el dolor, la ira en aquellos orbes brillantes en lágrimas. Encontraba un dolor interno, uno que traspasaba lo físico y abarcaba el quién es de cada uno. Porque para Hunter incluso esas siete e insignificantes letritas lo tenían en una pérdida rotunda que lo hacía frustrar. Eran esas siete letritas que tenían un significado que lo abofeteaban con fuerza cada día y se reían de él en su cara.

Pero lo veía, en aquél suelo viejo y húmedo donde dejaba caer su sangre roja, escarlata. Donde se retorcía en dolor y miedo, tan aterrado. Su animal, su cachorrito. Estaba tan delgado, podía ver aquellos hombros puntiagudos, las clavículas cicatrizadas y marcadas. Mordidas hasta la extrema brutalidad. La piel era pálida, marcada en heridas, cortadas, moratones violáceos que cambiaban de color en algunas partes. Su garganta se secó cuando observó las cicatrices rojas que atravesaban su cuero cabelludo. Cortado, sin aquél cabello que siempre jaló con fuerza, que siempre le gustó tomar en la violencia y en el placer. Y temblaba, temblaba de forma violenta, tan asustado que incluso sintió lástima. Sus manos estaban lastimadas. Las uñas rotas. Y su pecho se contrajo cuando observó las decenas de marcas en su espalda. Sintió como si lo empujaran con fuerza hacia atrás y bajó la mirada confundido, cerró los ojos con rapidez y volvió a levantar la mirada para verlo de vuelta.

Era Tyler, era su cachorro. Lo sabía porque oía su llanto, sus sollozos. Pero algo no estaba bien cuando lo veía. Estaba más demacrado a como lo recordaba, más destruido. Y lo miró, con aquella ropa maldita, con aquél uniforme asqueroso que quería arrancarle del cuerpo. Porque no. Su animal no estaba hecho para ser castigado de esa forma. Porque su animal tenía un nombre, tenía una posesión consigo porque él lo había perdonado. Porque Tyler era su cachorro, era Tyler. No un simple animal. No como él lo es. Sin alma. Sin esperanza y solo venganza en su interior.

Recordaba sus palabras incluso como si hubieran sido esa mañana. Aquella promesa, esa que lo detuvo y no lo dejó avanzar más. Tyler le había prometido encontrar su identidad. Incluso si la encontraba volvería por él. ¿Y para qué? ¿Para qué mierda volvería a este nido de ratas y de lamentos donde sólo sufriría cada día? No lo entendía. No lo entendía.

Tyler le había prometido encontrar una identidad, y sin duda alguna, le había traído una tan retorcida y deformada que casi pudo verse a él mismo cuando regresó a casa.

—Tyler... —susurró despacio, Hunter inclinó la cabeza, frunciendo el ceño y con la confusión marcada en el rostro. Lo vio temblar, pero no levantó la mirada. Los ojos negros de Hunter lo observaron con una desesperación apenas visible. Se relamió los labios y lo intentó una vez más. Su voz salió rasposa y débil —. Ty... Tyler.

No le respondió.

Se quedó en silencio y volvió a mirar aquellos ojos grises que lo observaban con intensidad, casi se sintió invadido y agitado pero no lo demostró. Lo observó y se sintió con dieciocho años cumplidos, se sintió tan débil y pequeño. Se sintió recordando las memorias de Christopher. Pero los ojos negros de Hunter se quedaron quietos, penetrantes e intimidantes frente al Teniente Morris. Y recordó los golpes, la ira, la violencia, recordó todo lo que perdió. Y dejó de lado sus miedos, dejó de lado el terror que crecía en su interior, un sentimiento tan viejo en él que lo sintió extraño. Rápidamente rechazó la actitud, la pisoteó y la pateó a los rincones más oscuros de su podrida mente. Lo recorrió de cuerpo entero y sintió ira en su interior. Lo observó sonreír y retrocedió un paso cuando golpeó en la espalda a su animal, escuchó a Tyler sollozar y susurró fuerte y claro.

VIOLENCIA ANIMALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora