siete

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Lamió por última vez la herida del cuello de Tyler, dejando rastro de su propia saliva mezclada en sangre y un poco de sudor

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Lamió por última vez la herida del cuello de Tyler, dejando rastro de su propia saliva mezclada en sangre y un poco de sudor. La piel de su cachorro estaba salada y le gustaba. Aunque pocas veces extrañaba el aroma a limpio y colonia que tenía su animal, se relamió los labios y lo miró.

Tyler tenía el rostro muy definido, los pómulos resaltaban y la barbilla era del todo puntiaguda. La piel morena con la que lo conoció la primera vez lo había hecho fantasear con los ojos abiertos, sin embargo la palidez y la mugre en su cuerpo y la falta de sangre en su organismo por ciertas heridas lo dejaba como un cadáver. De esos que él dejaba escondido en cuevas para que los osos lo devoraran.

Hunter había tenido solo un animal antes de Tyler. Era delicado como un querubín y de piel blandita tan pomposa que lo enloqueció. Lastimosamente no había durado tanto como él había pensado. Pues este se asustaba con facilidad y se orinaba en sus pantalones asquerosamente mugrientos cada vez que él intentaba acercarse. Le agradó a tal punto de obsequiar todo lo que anhelaba un animal.

Su felino había sido su favorito. Difícil y manipulador. No como su cachorro, que era tonto y fácil.

¿Pero qué podía hacer? Siempre se buscaba un modelo similar al antiguo animal que se posee. Como otro gato, otra historia, ciudad, personas, amistades; amores.

Pero en lugar de Hunter, lo que él buscaba sólo era alguien con quién entretenerse. Quería un compañero que atendiera como un amigo, ayudante, y amante.

Sin embargo se consiguió un chico ricolino y muy malcriado que gritaba por todo. Le insultaba y se negaba a comer lo que traía a veces. Muchas veces se había quedado pensando en si matarlo de una vez o cortarle un dedo. Pero después recordaba que Tyler era muy maricón. Entonces se calmaba dejando besos tiernos y pomposos en su bonita piel.

Que, de hecho, estaba un poquito dañada por él.

Se levantó del suelo y tomó a Tyler de la cintura, lo alzó y lo llevó al baño, prendió el agua y esperó a que esta llene la tina por la mitad. Cuando el agua llegó a ser tan tibia lo dejó caer con lentitud, dejando la pierna cicatrizada (muy lentamente) fuera.

Cuando lo dejó en el agua se levantó y sacó de una caja de zapatos vieja un poco de alcohol escaso, buscó la gasa que Tyler tiró y la empapó generosamente con este. Empezó a limpiar la sangre y la herida de su mejilla. Cosió la piel y la volvió a unir, no era un corte tan grande y eso le favoreció. Cuando terminó sacó una navaja de afeitar y un poco de jabón. Salió de la habitación y colocó en el toca discos viejo un vinilo de Mozart. Tal vez a Tyler le gustaba escuchar música mientras se bañaba. Se afeitó tarareando alegremente la melodía, le gustaba mucho la música clásica y tenía una pequeña colección que le había entregado su padre cuando terminó el servicio militar. Era un regalo tan grande que le hizo llorar de la alegría, puesto que esa música era lo único que le recordaba a casa mientras dormía con extraños a kilómetros lejos de su familia. Se miró al espejo, las cicatrices, las mordidas en su cuello se marcaban blancas, los cortes y los rasguños profundos de dolor. Las manos sobre él en su juventud, alrededor de hombres mayores que sabían defenderse y se aprovechaban de un novato encantado por la música clásica, la violencia...  Eran como animales.

Y él también era un animal. Y había llegado su turno de tener un cachorro.

Se volvió a Tyler, aún desmayado. No traía ropa puesta pero mantenía los calzoncillos, se agachó y metió las manos bajo el agua para quitárselos, si Tyler no se iba a mover para limpiarse él lo haría. El agua estaba de un tono rosáceo por la sangre, tomó un poco de gasa y lo frotó sobre todo el cuerpo del chico, las heridas se limpiaron y otras sangraron más. Sin embargo Tyler quedó con un bonito olor cuando terminó. Lo dejó en su cama esta vez, le puso una de sus camisas limpias y lo tapó.

Se quedó mucho tiempo a los pies de la cama observándolo.

Tyler era un cachorro maleducado y estúpido. Muchas de las veces que se le quedaba viendo cuando dormía creía que su idiotez era producto de su ego. Cuando lo conoció se creía superior a todos, incluso a sus amigos, sabía que era hijo de alguien importante. Pero detestó tanto el momento en el que Tyler hizo que la camioneta de su hermano mayor explotara que sintió que su recompensa y muestra de arrepentimiento no sería el dinero que le iba a ofrecer.

Porque Tyler creía que dos vidas valían un cheque y una camioneta nueva. Que valía billetes y que la sangre y la soledad de Hunter sólo se definía en una gran cantidad de dinero. Pero Hunter, con la sangre de sus hermanos recorriendo el pecho había tomado su propia recompensa. En eso disfrutó la cara de horror del chico cuando cada integrante de su engreído campamento lo dejó a su suerte con él, porque Hunter era justo, y sólo se quedaría con quien pecó y mató a sus hermanos, dejó que los otros se fueran, asustados hasta la médula. Aunque creyó que los cuerpos descuartizados y deformados que había encontrado después en la cueva del oso que habitaba ahí eran de los tres amigos de Tyler. Lástima pura.

Y Tyler, aquél animal inservible y despiadado.

Gozó el momento en el que lo vio de rodillas, llorando a mares y gritando “¡Puedo pagarte, puedo darte todo lo que quieras pero no me mates!" y Hunter aceptó por puro egoísmo.

Y se quedó con el chico. Con su cachorro. Su nuevo animal.

Después de todo, Tyler le iba a dar todo lo que quería, se lo había dicho y Hunter obedeció sus palabras.

—Ma... Mamá —escuchó decir, el hombre lo miró con grandes ojos negros. Y lentamente gateó por la cama donde el menudo cuerpo yacía agotado. Hunter se recostó a un lado de Tyler y lo observó con intriga, escuchando su llamado. Mamá. Mamá. ¿Acaso monstruos como ellos tenían derecho a recordar a sus madres? No lo sabía.

Porque Hunter casi no recordaba a su madre, era lo único que había olvidado del todo y sentía el terror desconocido cada que intentaba averiguarlo. Llevó un dedo a su boca, mordiendo con fuerza, el sabor a hierro de su propia sangre hizo reaccionar su mente. No. No. No debía recordarlo.

Entonces lo miró, en su gran esplendor horripilante. Tan feo. Tan hermoso. Un animal como Tyler. Con su boquita pomposa, la marquita que tenía en medio de la cejas y las imperfecciones faciales. Hunter lo miró con mucha atención, sintiendo el goteo de su propia sangre caer por su mano.

—Tyler —llamó y esperó a que contestara, acercó su mano y su dedo lastimado chocó con aquellos labios pomposos y agrietados. El tono carmín de la sangre lo cubrió, tan bonito, tan hipnotizante. Hunter se perdió en aquella vista, en la sangre contra aquella piel. Chocante.

Y se acercó con rapidez, uniendo sus labios, sintiendo la electricidad, la culpa, el odio. Lo detestaba tanto. Tanto, mientras sus manos lo acariciaban con toda lentitud, y se calmaba. La marca era la misma, el pecado era el mismo, y aún así sentía algo en su interior que no podía explicar. Era él. Él siempre en todo.

—¿Hun... Ter? —murmuró Tyler. Su mirada avellana chocó con la negra, brillantes, limpias.

Por un segundo Hunter quiso detener todo.





ENERO 8, 2017.

HUNTER OBRAS.

ASK.FM//AZUL_HUNTER.

VIOLENCIA ANIMALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora