Séptima parte.

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Los dos jóvenes caminaban por el pasillo para dirigirse al Gran Comedor. Pocos estudiantes se habían quedado esas vacaciones navideñas, se podían contar con los dedos de las manos. Si Tom no recordaba mal, de los Slytherin sólo eran él y Harry, de Hufflepuff eran tres, de Gryffindor uno y Ravenclaw dos, muy pocos estudiantes. Tal fue la cantidad que algunos maestros se les unieron y salieron a visitar algún familiar o amigo, quedando sólo el director Dippet, el profesor Dumbledore, Slughorn, el maestro de Astrología, Marck Krebs, y la profesora de Adivinación, Silvia Grew, quien nunca salía de su Torre.

En el comedor solían faltar una o dos personas, pero nunca iban todas. Hasta esa tarde.

Tom se sentó en la mesa rectangular donde todos estaban. Según los maestros (maldito Dumbledore), juntarles en la hora de comer unirían la confianza entre las casas. Gran estupidez, por cierto.

Harry miró a las personas sentadas y se quedó de píe, pensando.

—Señor Wool —llamó Dumbledore amablemente—, ¿no piensa sentarse?

Tom miró al azabache con interés, esperado a que éste se sentara, pero él decidió hacer otra cosa. Harry negó con la cabeza y dio un paso atrás suspirando.

—Yo comeré en mi habitación, con permiso —murmuró con educación.

—¡Pero que tonterías dices, muchacho! —Lo detuvo el profesor Slughorn— Ven y disfruta de esta deliciosa comida.

Harry negó nuevamente, detectando la mirada fija en él. Tom sabía que todo lo que hacía Harry tenía algún motivo, bueno, casi todo, pero no entendía porque no se quería sentar junto a él.

—Si me siento seremos trece personas —murmuró avergonzado.

La profesora Grew levantó la mirada de su comida y contó a los presentes, quedando estupefacta.

—Merlín —susurró asombrada, llamando la atención a ella—. Wool, querido, ¿por qué no te reconozco?

Harry iba a abrir la boca, pero el profesor Krebs contestó por él.

—Puede que no esté en tu clase, Silvia.

—Imposible, Harry es bueno en esa materia —interrumpió Slughorn—. He visto sus habilidades y son extraordinarias...

—De hecho, profesor —llamó Harry sonriendo avergonzado—, no estudio Adivinación.

—Bien, basta de esto —dijo la profesora parándose dejado su plato a medio comer—. Ya te puedes sentar, cariño, yo me iré a la Torre —comentó sonriendo con cariño—, y espero que algún día llegues a visitarme y podamos hablar de esa habilidad.

—Pero...

Auf Wiedersehen!¹ —dijo mientras caminaba a la salida.

Harry se sentó algo aliviado. La profesora Trelawney lo había mencionado en su tercer año, pero nunca le hizo caso, no hasta que leyó en la biblioteca Historias que contar, de Adivinación avanzada, un libro totalmente asombroso.

El azabache miró nuevamente a Tom y suspiró, empezando a hablar.

—Cuando trece personas cenan juntas, la primera en levantarse es la primera en morir —contestó encogiéndose de hombros, como si fuera muy natural.

Tom miró a Harry esperando algo más, pero el azabache ya estaba comiendo. Levantó la mirada por un momento, encontrándose con unos ojos azules observándolo con curiosidad. Arqueando un ceja, miró con frialdad al hombre, para luego seguir comiendo. El estúpido de Dumbledore siempre trataba de descubrir algo en él, el viejo quería destaparlo sin importar qué.

Un nuevo mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora