Octava parte.

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El ojiazul tapó sus oídos para amortiguar el ruido que hacia el azabache. El otro día había dormido tarde y quería descansar el tiempo que fuera necesario, pero, tal parece, Harry no pensaba dejarlo con ese plan.

Un peso se instaló en su estómago, moviéndose arriba y abajo con emoción, pero Tom lo que menos quería era despertarse, eran vacaciones, y las vacaciones se hicieron para descansar.

—¡Tom!

El nombrado gruñó molesto y arrojó a Harry al piso, no quería que lo usaran como brincolín.

—¡Tom, Tom, Tom, Tom! —El pelinegro gruñó nuevamente molesto, tapando esta vez su cara con la almohada— ¡Tom!

—Harry, son las nueve de la mañana —murmuró acurrucándose en su cama.

—No es cierto —contestó Harry. Tom se sentó en su cama y miró a su alrededor, tratando de ver el cielo en su ventana artificial—. Son las nueve y tres minutos.

—¡Harry!

¡Es navidad! —siseó en pársel para mejorar el humor de su compañero. Harry se sabía de memoria las debilidades de su compañero.

Una mueca de ternura se instaló en los labios de Tom, odiaba lo que Harry podía hacerlo sentir con una simple y pequeña acción.

—¿Y qué tiene que sea navidad? —preguntó estirándose— Tengo sueño.

—¡Feliz navidad, Tom!

Un regalo apareció en la visión del susodicho, sorprendiéndolo.

—¿Qué...?

—¡Es tuyo! —murmuró feliz Harry, con una sonrisa iluminando su hermosa cara— ¡Ábrelo!

Harry se levantó de la alfombra y se subió a la cama, sentándose en ésta y dejando el regalo en las piernas de Tom. El regalo estaba envuelto en un papel café junto con pequeño moño dorado.

Nunca había recibido un regalo, bueno, no uno significativo, siempre se lo regalaban sus seguidores y todo para ganarse su preferencia, ¿cómo se sintieron al saber que Harry, un completo extraño, había llegado a ser su mano derecha en menos de un día?

Aunque, siendo sinceros, sus seguidores nunca lo felicitaron en pársel, y no se desmayaron frente a él el primer día de conocerse.

Tom agarró el regalo y, con cuidado, empezó a quitar la envoltura, tratando de no dañar el papel. Al abrirlo, el pelinegro miró los libros y luego a Harry, tratando que decidir hacer.

—Los vi hace dos años en la librería del Callejón Diagon —susurró—, los quise al instante, pero su precio era demasiado elevado.

—¿En serio? —preguntó Harry emocionado— ¡Sabía que te iban a gustar! —murmuró— Los vi y de inmediato supe que eran para ti. Aunque no creas que te ayudo en esa estupidez que quieres hacer... —Tom le lanzó una mirada asesina, siempre que tocaban el tema terminaban discutiendo— sólo quiero que sepas que te apoyo en lo que sea, mas no lo acepto.

Tom sonrió acariciando la cubierta del primer libro con cariño, lo que Harry le había dicho significaba mucho para él. Más que todas las bodegas en Gringotts juntas.

—Espera aquí —murmuró Tom—, voy a tu habitación.

Harry lo miró confundido, pero asintió. El ojiazul se levantó de la cama y salió de su habitación con elegancia digna del heredero de Slytherin, para luego dirigirse a la del azabache. Harry movió su cabeza a un costado cuando el de ojos azules entró con una pequeña caja roja, encima de ella había un moño plateado adornaba orgulloso el obsequio.

Un nuevo mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora