*EDUCAR PARA PERFUMAR*

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*EL PERFUME QUE EDUCA*

Me gusta el olor de la educación. Me encanta que tenga tantos matices distintos, desde el perfume más sofisticado hasta el efluvio más sutil.

Quizá, por una cuestión de tradición, el olor más característico de la educación es la mezcla de tiza, lápiz, goma de borrar, tinta de bolígrafo y papel... Aunque, desde hace algún tiempo, se le está añadiendo unas gotas de PDI y de ordenador, una pizca de netbook y un toque de tablet.

La educación huele a niños jugando, a bocadillo de mantequilla y chocolate, a golosinas y caramelos de fresa y menta. También desprende efluvios de mar, de montaña...; de libertad, en definitiva.

La educación huele a sonrisas, a lágrimas...; a aprendizaje, al fin y al cabo.

La educación tiene esencia de sueño, de utopía, de esperanza. Pero, quizá, la fragancia que más le caracteriza es la de la curiosidad (con unos matices de entusiasmo y creatividad).

Un docente es un perfumista que debe mezclar cada día, y en las proporciones exactas, las distintas fragancias de la educación, para que su perfume llegue a lo más profundo de sus alumnos.

¡Qué afortunados somos de poder disfrutar de los aromas de la educación!

Educar es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del jóven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.
Me parece muy completa una descripción de Julio Cortázar (Educador e intelectual argentino).
"Educar significa construir en el espíritu e inteligencia del niño el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil, haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea pues: la de instruir, educar y la de dar alas a los anhelos que existen embrionarios, en toda conciencia naciente."
Todos los seres humanos somos educadores por naturaleza y en diversos contextos. Comenzamos siendo educados por nuestros padres, ellos derraman sobre nosotros, su mejor disposición perfumada. Los primeros siete años de vida son fundamentales para el desarrollo de la personalidad del niño y la instalación de valores y principios morales. Luego educamos a nuestros hijos de acuerdo a las pautas de vida que nos fueron inculcadas a nosotros, con creencias, paradigmas, que pueden ser limitantes o potenciadores. De hecho, según la Psicolingüistica, etimológicamente, paradigma es: lo que nos dijeron, papá, mamá y la religión. De ahí la importancia de una buena educación en el hogar, un hogar bien conformado, con sanas pautas de vida que generen actitudes positivas, buena autoestima y autonomía en el niño. Es en el hogar donde los niños modelan las conductas de los padres, es su mejor forma de aprendizaje, por modelaje. Por eso es de vital importancia unos padres coherentes, respetuosos, que eduquen con firmeza amorosa, inculquen valores con su ejemplo y eduquen también  en el amor a Jesús y su palabra santa. No es fácil educar niños, nadie nos enseña a educar a nuestros hijos, no vienen con manual incorporado. Los criamos de acuerdo a como lo hicieron nuestros padres con nosotros; y ellos a su vez, de sus padres, con aciertos y desaciertos; y en el camino vamos perfeccionando esta enseñanza. Posteriormente, con mas sabiduría y madurez nos toca colaborar con el aprendizaje de los nietos. Enseñarles de la vida, de los valores y, sobre todo, de Dios, sin las presiones de la juventud cuando fuimos padres y teníamos muchas responsabilidades, sobre todo la mujer, cuyo rol es muy amplio y polifacético, de muchas exigencias en el mundo de hoy: es madre, esposa, hija, profesional, ama de casa; y, es capáz de ejercer cada rol, con gran eficiencia y amor. Sin embargo, este mundo competitivo y en crisis, en Venezuela y  otros países, obligan a trabajar fuera de casa a ambos padres varias horas al día y los niños no están recibiendo una  educación adecuada y éstos niños reciben enseñanza solo en la escuela, con todas las limitantes del aprendizaje escolar de hoy día. Se enseña académicamente (en el mejor de los casos), mas no se promueve la inteligencia emocional y mucho menos, la espiritual. La educación escolar, amerita maestros no solo con pedagogía y bien instruidos, en varios campos del saber, sino también de gran dotación moral y espiritual. Maestros pueden ser muchos, buenos educadores, no tantos. Deben tener todos los requisitos anteriores. La docencia es un apostolado y no todos están preparados para ello. ¿Cuántos recordamos a aquellos maestros de nuestra infancia, con respeto, agradecimiento y amor? Tocaron nuestras vidas con su aroma de paciencia, cariño y sabiduría. La escuela era nuestro segundo hogar. A mi memoria vienen excelentes y queridos maestros y profesores que aumentaron mi bagaje de conocimientos con mística y amor y en su trato afable y respetuoso contribuyeron a definir mi personalidad y propósito de vida. Por último y no por eso menos importante, mi familia. Mi padre, a quien siempre admiré y admiro profundamente, fue un principio rector en mi vida. Su aroma en mis genes contribuyó en mi amor a la buena lectura, la literatura, la poesía, el canto, el arte en sus muchas expresiones. El aroma de mi madre me enseñó en las labores hogareñas, la cocina, la costura, el dibujo, el bordado. Mis tías, casi todas docentes, fueron reforzadoras permanentes en muchas áreas intelectuales y morales. A mis queridas religiosas franciscanas debo mis primeras enseñanzas en religión y doctrina de la iglesia católica y en el amor a la madre de Jesús. A todos ellos mi honra, respeto y agradecimiento.

*EL PERFUME QUE BAJO DEL CIELO*.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora