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- Sigues escribiendo? -me preguntó Juan, con mirada inquisidora y la ceja levantada en señal de extrañeza- ¿ni siquiera puedes dejar de escribir un momento?
- Que sabes tú de talento, ¡bruto!
- Disculpe usted, futuro premio nobel. Ignore mi comentario, o arrójeme al oscuro vacío de su escritorio, donde yacen olvidados los libros del brasileñito ese.
- Jaja, ni sé por qué aún guardo esos libros. Ese ni escritor es. -le dije sarcásticamente-
- Por Dios, lo dice quien leyó todas sus colecciones y meditaba buscando la iluminación, como él en sus obras.

Juan me había tapado la boca. De hecho, yo empecé a escribir luego de volver hábito el leer por lo menos un libro cada semana. Graciosamente, inicié leyendo los libros de ese brasileñito, al que me refería en forma despectiva desde que leí a los grandes de la lengua española.
Cuando terminé la colección entera de sus best sellers empecé a escribir mis propias historias. Las iba puliendo como pasaban los años y leía mas libros, esta vez, con historias "de verdad". Soñaba con hacer públicas algún día todas mis historias, ser reconocido por mi talento y pasarme la vida entera coleccionando mis obras traducidas en numerosas idiomas, y con muchas fans pidiéndome un autógrafo.

Lamentablemente empecé a estudiar en la universidad y el poco tiempo que tenía lo usaba para descansar, y poco a poco mi sueño se volvió lejano. Más lejano que el anhelo de ver a Juan terminar de leer un libro de 50 páginas. Pese a que odiaba leer, mi hermano leía (a escondidas) todas y cada una de las historias y relatos que había escrito. Llegué a enterarme sin querer, cuando lo encontré fojeando en mi habitación mi original de Mi Alma en tus Manos, una historia que había redactado unos tres años antes y que, según me comentó, tenía planeado fotocopiarla, y ganarse unos centavos vendiéndola a sus amigas, para que aprueben el curso de redacción de la otra universidad de la ciudad.

- Juan, no te hagas el graciosito, por que esta vez pienso esconder bien mi diario, y no leerás absolutamente nada.
- Tranquilo, duque de las letras, no dije nada.

***

Habíamos llegado a casa de Maia.

A pesar de vivir algo alejada de la civilización (ella vivía en una casa-huerta, con frondosos árboles de pino y un pequeño riachuelo que daban el toque de castillo encantado a la casa de mi hermosa princesa), me encantaba su "mansión" y me proyectaba allí, con ella, limpiando el jardín o podando los pinos, viendo a nuestros hijos jugar en el riachuelo y cantando nuestra canción de amor.

- Bien, Romeo, hemos llegado. Te dejo aquí y yo me voy a casa, estoy muerto.
- Juan, me dejas la moto, si?
- Oye pedazo de...y como piensas que voy a ir a casa.
- Fácil, llama a un taxi y te vas.
- Sabes que te costará más de una cerveza, cierto?
- Lo que sea para mi hermanito consentidor.
- Imbécil.

Juan llamó taxi y para nuestra suerte (en realidad, para la mía) llegó rapidísimo. Tal parece que estuvo cerca, por que dudo que haya tenido turbo.

Y heme allí, en un abrir y cerrar de ojos estaba solo, con una moto, frente a la casa de Maia.

Toqué el timbre.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora