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Era Diciembre. La sombra de mi pasado me atormentaba a cada minuto del largo recorrido de vuelta a la pequeña ciudad donde había terminado mi vida. Sabía bien que aquel viaje me marcaría, pero no estaba seguro de qué tanto me iba a afectar el volver a ver a Maia, después de un largo año, en el que -estaba seguro- la había superado. Minuto a minuto, conforme avanzaba el automóvil rojo, tan rojo como el suéter que adoraba de aquella que rompió mi corazón, me envolvía la amargura, la pena, la tristeza, la idea de pensar que podía ver a Maia nuevamente, pero esta vez no sabía como reaccionar. No la quería como antes, pero la quería. Y tenía la plena seguridad de que, el poder volver a verla, iba a revolver muy dentro de mi el amor que aún guardaba por aquella chica, cuyo nombre era Maia, y que se convirtió en el amor de mi vida.

No estaba lo suficientemente seguro de verla. Por lo menos no, hasta que recordé que dos años antes, había ido con Juan y unos primos que llegaron de la capital al mismo recital. Recordé que, en aquella ocasión sin querer, había votado el vaso de soda de una señorita, que casi me golpea el rostro, si no fuera por su prima, que abogó por mí y por mí estúpida negligencia. Esa chica había sido Maia, y me contó justo en el verano siguiente, que le pareció muy tierna mi expresión de no saber que hacer para reparar mi falta, por lo que decidió excusarme con su prima.
Era obvio que Maia estaría presente, y era aún más obvio que podía volver a verla.

Cerré los ojos un instante y traje a mi mente el recuerdo de Maia. Y entonces me di cuenta que no la había olvidado del todo. Recordé aquellos ojos café que me transmitían paz en cada segundo que se cruzaban con los míos; recordé su cabello ondeado teñido de marrón claro, que al compás del viento de la tarde, bailaba acompañando su caminar; aquellos labios perfectos y sonrisa que me enamoró que me tenían tan loco y a los que amaba sin cesar. Todo de ella era tan perfecto y tan claro en mi recuerdo que me costó trabajo aceptar que, luego de un año, no había podido olvidar a tan maravillosa mujer.

Lamentablemente, al abrir los ojos, me topé con mi realidad. A mi costado estaba Alexia, descansando. La vi allí, tan frágil, tan inocente, que me partió el alma la sola idea de jugar con ella, o dejarla por retomar algo que era utópico, irreal. Jamás iba a ser capaz de ser un patán con ella, que tanto había hecho por mi, y a quien yo le debía una felicidad que me salvó de la locura. Entré en cuenta en ese momento, que estaba siendo demasiado fantasioso. Tal vez y Maia era muy feliz con Tavo. Tal vez y ambos estaban juntos no les hacía falta ni yo ni nadie. Tal vez y lo mejor que les pudo pasar fue haberme ido de sus vidas. Tal vez. O tal vez no.

- ¡Qué demonios! -me resondré- ni siquiera sé si Maia me sigue queriendo.

- ¿Amor? -me dijo Alexia dormitando- ¿Todo bien?

- Si, Ale -respondí- sólo fue una pesadilla.

- Duerme, mi amor -me acarició el rostro- mañana tendremos un largo día.

- Tienes razón, lo siento. Descansa.

-Te amo, Gabriel.

- Hasta mañana, Alexia.

Maia estaba volviéndose nuevamente, el motivo de mi insomnio, la razón de mis preocupaciones y de mis dolores de cabeza. Así fue en el pasado y así era este terrible presente. De esta forma fue avanzando aquel viaje. El que marcaría mi vida y mi destino para siempre.

No había nada que hacer, estaba condenado a pasar el peor viaje de mi vida: tenía una intriga matándome; una chica que me quería, a mi lado; una fuerte aflicción en el pecho; y una fiesta de muchas vueltas en mi estómago. "Deben ser los frejolitos de la cena", pensé.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora