xxii - parte 2

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- Alexia, por favor, deja de llorar.
- No puedo, Jorge. ¿No te das cuenta que el amor de mi vida, sigue viviendo con una sombra de su pasado? Sigue atado a una chica a la que no ha vuelto a ver en un año, y yo tan imbécil lo traje aquí para qué tal vez y la vuelva a ver. ¡Demonios! - maldijo, llorando- no tienes idea lo mucho que me duele, hermano.
- Ale -le dijo Jorge, acercándose a ella y limpiando una de las lágrimas que caían por sus mejillas- mi pequeña, no es tu culpa. Solo cometiste el error de enamorarte de alguien que no debías. No es tu culpa esto. Solo amas, no has medido las consecuencias, pero amas. Hay muchas personas en este asqueroso planeta que no tienen idea de lo maravilloso que es hacerlo. Tú lo hiciste, y debes sentirte orgullosa de ello. Ahora, -la miró con intensidad y con el amor con el que mira un hermano mayor a su pequeña hermana- necesito que estés tranquila. Estás en el Festival de la Luna. ¿No es esto lo que quisiste siempre?
- Lo quiero a él, Jorge -le interrumpió- y lo necesito a mi lado.
- No preciosa -le dijo sereno, pero seguro de cada palabra- no lo necesitas. Te necesitas a ti. No vas a encerrar tu vida ni tras las rejas del amor, ni bajo el celo de un custodio. Si en verdad lo quieres, debes aprender a dejarlo ir. Es justo para ti. Y es lo más sano para ámbos.
- Pero Jorge.
- Pero nada, Alexia. Hermana, te amo, pero primero debes estar tú, segunda tú y tercera tú. Concentrémonos en la presentación. Es lo que ahora importa. Porque es tu sueño, y tus sueños son los míos. Para mí primero estás tú, y haré todo lo que esté a mi alcance para que cumplas tus sueños y seas cada vez mejor.
- Jorge -le dijo Alexia, limpiándose las lágrimas y tomando aire- tienes razón, hermanito. Estaré bien.
- No esperaba menos de ti, traviesa.
- Te odio, y te amo, ¿Lo sabes, no?
- Desde siempre, desde que rompí tu muñeca porque no me dejaba dormir con sus chillidos.
- ¡Idiota! -sonrió- me dejas un minuto aquí, solo uno.
- Pero solo uno, Alexia -dijo Jorge, poniéndose en pie- vuelvo enseguida.

Alexia se quedó un momento mirando al mar, en toda su inmensidad. Y sintió que se perdió. Se perdió en el sonido de las olas rompiendo con la orilla, el vaivén de las aguas que danzaban con las melodías del viento, el tronar de las piedras que se acariciaban con el acompañamiento de esa enorme masa de agua, tan inmensa como el amor que le tenía al chico extraño que llegó una tarde a su vida, del que se enamoró perdidamente; pero también, inmensa como el dolor que ahora le causaba el saber que ese chico, su chico, nunca fue verdaderamente suyo. Y lo peor, tal vez nunca lo será.
- Si los peces nadan en la orilla, serán fácilmente pescados - pensó en voz alta-.
- Por eso no lo hacen, tonta.

A Alexia se le hizo muy familiar esa voz.

Era Andrés.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora