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El viaje duró una eternidad. Cada kilometro era una incertidumbre nueva en mi cabeza, un martirio más a mi mente y una punzada en el corazón. No sabía que iba a pasarle a mi vida, ni a mi relación, ni a Alexia o a Maia. Solo sabía que me acercaba a mi final. Al final de mi historia, al final de mi vida.

Decidimos dejar el auto de Jorge en un garage a la entrada de la ciudad, cerca al terrapuerto que lucía bastante cambiado, y me hacía dudar de la realidad. "Demonios, todo ha cambiado. Les hizo bien el que me vaya" - pensé.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero, me hizo trastabillar y casi caigo de bruces. Gracias a la rápida acción de Alexia, que rauda me sujetó del brazo, demostrando unos reflejos increíbles, que me sorprendieron sobremanera; evité encontrarme en un doloroso abrazo con el suelo. Había llegado el momento al fin de enfrentar a mi destino, de reencontrarme con mi pasado, con la mujer que me volvía loco -incluso ahora que no estaba conmigo-, de la que me había alejado físicamente, pero que estaba cerca de mi en cada momento, aunque yo no quería. Estaba cerca a Maia. Su aroma en el ambiente de mi viejo pueblo me envolvía en los recuerdos que aún flotaban en el aire, aquella intensidad que me hacía dudar de mi constitución humana y me aseguraba día con día que era más un "algo", en lugar de un "alguien". Y, por más que quería retrasar el momento del posible encuentro, el destino ya estaba preparándome para lo inminente.

***

Salí del garage en el que dejamos el auto rojo de Jorge con los ánimos de un jubilado cuando llega el final de mes, y tiene que cobrar la mísera pensión que ha costeado con 30 años de su ajetreada existencia, "esto apesta -pensé- ni siquiera sé si llegaré a vivir lo suficiente como para jubilarme. ¡Tonto!". Alexia ya se había percatado de lo incómodo que me resultaba regresar a aquella ciudad, testigo de mi último idilio amoroso. Pero, aún no estaba del todo segura sobre el por qué. En un par de ocasiones me había pillado mirando con paranoia constante a ambos lados del camino, como escondiéndome de algo o alguien. "Insisto -me dijo- a ti te pasa algo". Se lo negué las veces que fueron necesarias, hasta que, o se olvidó o se resignó a no obtener información de mi parte, por mínima que esta sea.

Gracias a Dios, o al ser superior que velaba de mi en ese incómodo momento (que, bien podría jurar, era un demonio de los que me fueron asignados), no me crucé con algún conocido. Creí entonces que, por lo menos, algo bueno podía sacar de esta embarazosa situación. Era tan simple como llegar, quedarme tras bambalinas, ver cantar a Alexia y regresar al garage para volver a mí nueva vida, dejando atrás para siempre el recuerdo de Maia. Para siempre.
Sin embargo, había algo en mi que me animaba a rechazar mis raíces, mi ciudad, mis amigos: Maia. La paranoia iba aumentando cuando vi a lo lejos, un suéter rojo doblando la calle.
Me sentí morir.
Sentí como todos y cada uno de mis músculos se congelaron, como mi corazón se detuvo, como mis pulmones dejaron de respirar.
Era Maia. Estaba seguro que era ella, y solo atiné a cerrar los ojos, deseando en ese mismo instante que la tierra se parta en dos, justo debajo de mi, y me lleve al averno, de donde no pueda salir nunca más.
Alexia había notado mi estupor, y tronando los dedos me hizo reaccionar.
- Gabriel, ¿todo bien? Amor, estás pálido. ¿Te sientes bien?
- ¿Qué? - respondí, recuperando mis sentidos - sí, solo que, el viaje. No sé. No me ha caído bien.
- Así veo, amor. Así veo. - dijo Alexia, pasando su mano por mí mejilla - Pero amor, estás helado. Te ha bajado la presión. Vamos al hospital, ¿si?
- No, no. Estoy bien. - le dije, fijándose en aquel suéter que vi a lo lejos, o tratando de ubicarlo, por que había desaparecido.
- Gabriel, relájate. Pondrás nerviosa a Alexia y no quiero que la pase mal en el escenario. - me dijo Jorge, con toda la autoridad de un hermano mayor, y con la franqueza de un amigo.
- Perdón, tienes razón, Jorge. Ya pasó.

No quería seguir caminando, ni quería que el tiempo continúe corriendo. "Tomemos un taxi", les dije. Alexia me miró un poco incómoda, se detuvo en la esquina y, mientras levantaba el brazo haciendo señas al station wagon azul que se acercaba, me quité el reloj de pulsera y lo arrojé en la pista.
"Gabo, eres un completo idiota" -pensé.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora