xiii

56 6 4
                                    

La noche era fría.
El viento soplaba con aire sepulcral por la inmensa avenida que daba a la cafetería, a una cuadra de la plaza mayor de la ciudad. La luz tenue que llegaba a nosotros desde el poste de alumbrado, casi a tres metros de distancia, sin un par al frente que le haga compañía, teñía de ámbar mis sueños, mis ilusiones y mis esperanzas.

Maia estaba suspendida en el espacio y el tiempo. Tan solo sabía que estaba allí porque podía verla, y porque si no lo hiciera, sería yo el ausente. Luego de unos segundos, suspiró. Se puso pálida de repente y empezó a tomarse las manos, como si tratara de reprimir ella misma lo que iba a decirme. Respiraba agitadamente y entreabría la boca, como jugando consigo, la suerte de hablar o callar para siempre. Su mirada era distinta a la que tenía cuando fui a verla. De hecho, era distinta a la que tenía siempre. Me miraba con aire de ausencia, como si me transmitiera, solo por sus ojos, un desenlace terrorífico para mi. Un vacío en mi línea de vida. Un golpe de muerte.

- Gabo, yo...
- Maia, espera -le interrumpí- sea lo que sea que tengas que decirme, debes saber antes algo que tengo que confesar. Maia, yo...
- Gabo, déjame hablar. Te voy a decir algo que, bueno, no sé como lo tomarás. Solo quiero que no te enojes conmigo.
- Maia, ¿que, qué ha pasado? -pregunté arqueando la ceja y titubeando.
- Gabo, regresé con Gustavo.

Me sentí morir. De pronto vi como pasaron frente a mis ojos mis sentimientos, mis planes, mi vida misma, todo. Vi como la niña dulce de la que me había enamorado me daba la noticia más terrible que podía recibir en aquella noche de primavera que me envolvía, irónicamente, con su gélido abrazo. Sentí mi corazón tronar en mil pedazos.

Atiné solo a mirarle a los ojos y al querer abrir los labios e intentar articular una palabra, un nudo se abrió paso en mi garganta, y no pude más que girar sobre mis pasos y caminar en dirección a mi moto.

- Gabo, espera por favor -me dijo, tomándome por la espalda.
- Qué, Maia - giré para verla- ¿Qué quieres?
- Quiero saber que tienes, Gabriel. Somos amigos, ¿no?
- ¿Amigos? Si, Maia, amigos. -le dije lleno de ira y sarcasmo- soy tu amigo. Soy tu maldito amigo, el único que te presta más atención que nadie, el que está allí siempre para ti, el que no deja pasar un día sin saludarte en las mañanas o despedirte por las noches. Soy tu amigo, el idiota, el que no para de pensar en ti, en que estés bien, en que sonrías a cada momento. Soy tu amigo, ese que ríe cuando tú ríes, y llora cuando tú estás mal. Soy ese amigo que es capaz de mover cielo, mar y tierra por solo verte feliz. Y ¿Sabes por qué, Maia? -no aguanté más, se quebró mi voz y bajé la mirada, para esconder en las sombras la lágrima que escapó de uno de mis ojos- por que me gustas, y por que estoy muy enamorado de ti.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora