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Terminé de escribir en un .txt y me sentí feliz de incluir desde ahora emojis. Además de contar con la garantía que Juan no leería ya mis historias -puse contraseña a mi laptop- sentí que había entrado al fin a la era digital de los redactores y escritores del nuevo siglo.

- Soy malote -reí sepulcralmente- muy malote.
- Qué hiciste ahora big bro?
- Nada, Juan. ¿Ya te sientes mejor?
- Si, mano. Mucho mejor. Irás a ver a Maia?
- Claro hermano. Le dejé un inbox y espero que lo lea y lo responda.

Miré el móvil y ¡oh, grata sorpresa!, un whatsapp de Maia.

"Gabo, vi tu inbox, también quiero hablar contigo, te parece si vienes a casa en unas tres horas y vamos a tomar un café y hablamos? Espero que puedas."

- Juan, ¡si leyó mi inbox! -respondí emocionado- hoy le digo, y que se vaya a la sh**t si me dice que no.
- ¡¡Ese es mi hermano!! Bien dicho, campeón. Hablaré con Jhyanca para salir los 4 a eso de las 10.
- Genial, a esa hora Maia será mi enamorada.
- Dios te oiga, hermanito.

***

Las horas pasaron volando. Eran las 5 de la tarde cuando leí el whatsapp y ya faltaba media hora para estar con Maia y decirle lo mucho que me gustaba y quería estar con ella.

Yo seguía rezando. A pesar que había pasado un mes desde que nos volvimos tan afines, tan íntimos, me traía loquito loquito. No concebía ya un mundo sin Maia. Tenía que saber de ella para poder estar tranquilo, sino ni dormía, ni comía, ni respiraba -ok, no tanto- el punto es que Maia era mi mundo, y yo estaba perdidamente enamorado de ella.

Vi el reloj, 7:45 de la tarde. Tuve que salir volando en Mikelu para poder llegar a tiempo. Yo era un tardón y de hecho siempre lo fui, pero con ella trataba de ser diferente. Me duchaba en 7 minutos (por lo general, demoraba 25) me cambiaba a la velocidad de un rayo, y me peinaba solo con telepatía (lo sé, así de fast). Maia me estaba haciendo cambiar de tal forma que, hasta en redes sociales, cuando insinuaban algo sobre mi oscuro pasado -algún día les contaré al respecto- usaba la misma frase: "he cambiado por ella", y la sola idea de tener a alguien por quien ser diferente me hacía sentir feliz.

***

8 pm.

Sonó el timbre de la casa de Maia.

Allí estaba ella, tan hermosa como siempre. Llevaba puesto un suéter color rojo que resaltaba sus mejillas, un pantalón jean azul apretado y unas ballerinas marrones. A pesar que en cualquiera eso se hubiera visto muy ridículo, a ella le sentaba tan bien, y el moño con el que sujetaba su cabello combinaba perfecto con el outfit elegido para la ocasión.

- Gabo, hola. Siento mucho haber sido cortante contigo ayer, pero...
- Vamos, ya pasó. No digas nada. Solo sube y vayamos a tomar el café. Muero por tomar uno ¡ya!.
- Tonto -rió- pues ¡vamos!

A diferencia de la última vez, el trayecto fue muy silencioso. Maia se recostaba por instantes en mi espalda, pero de inmediato se reincorporaba. Eso me hacía dudar sobre si decirle o no que estaba enamorado de ella y que quería que me de una oportunidad, para hacerla feliz y para ser feliz.

Había notado a Maia muy rara. Demasiado rara. Y tuve que estar en silencio para poder pensar en todo. ¿por qué no se puso labial? ¿por qué sus ojos no tenían el brillo de siempre? ¿lo que tenía en el cuello era un moretón? ¿Por qué sacó su móvil antes de subir a la moto? ¿a quien texteó?

Una y mil preguntas daban vuelta a mi cabeza, y de hecho estaba a punto de colapsar con ellas si seguía absorto en mis cavilaciones.

Hasta que llegamos a la cafetería de la plaza.

- Gabriel, antes de entrar, yo...yo...tengo algo que decirte.

Había llegado, al fin, la hora de la verdad.

El Eterno Ilusionado [TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora