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Angie se echó hacia atrás, recostándose en el asiento.

Toda la ciudad.

Dio una calada a esos cigarros tan fuertes que se metía Anderssen en el cuerpo. Ella era más partidaria de la marihuana, pero el tabaco también le sentaba bien.

Toda la ciudad será tuya.

Estaba recostada en el sillón, aún llevaba esa vieja camiseta que olía a él. Las luces estaban apagadas y el madero dormía en su cama plácidamente, emitiendo de vez en cuando un gruñido o algún ronquido pasajero. Era silencioso en general.

Carta blanca. Toda la ciudad.

En un gesto rápido acercó de nuevo la carpeta, miró las fotos. Una, otra, otra vez. Un cuerpo de princesa, carne limpia que había tenido todas las comodidades del mundo. Ojos cerrados. Y estómago lleno. Eso era lo que no le había dicho a Johan.

Levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia el nivel de arriba, donde Anderssen dormía. Sí que estaba hecho polvo. A ver, él siempre estaba hecho mierda, pero esta vez estaba especialmente hecho mierda.

Sacudió la cabeza de nuevo. Frunció los labios. No era lo mismo. Es decir, no, no lo era. Lo mismo que otras veces. No era un psicópata que ponía las cosas complicadas ni algún monstruo que andaba jodiendo por ahí. Esto era mucho más.

Johan la llamaba cuando las cosas se les iban de madre a los de la División Especial, cuando no sabían por donde tirar; una policía compuesta por humanos que se enfrentaban a entes paranormales no dejaba de ser un grupo de humanos con, quizás, el instinto un poco menos muerto. Por eso él y su jefa y sus compañeros veían que eso era el principio de algo. De algo gordo.

No había querido decirlo y se había asegurado de que no se le notara, pero ella tampoco sabía por dónde tirar. Por primera vez en su vida.

En su dilatada carrera en las calles -habían pasado unos diez años desde que llegó a la ciudad- nunca se había topado con algo así. Ese no era ningún tipo de ritual para conseguir nada porque conocía absolutamente todos los rituales que la ingente cantidad de sectas y bichos raros realizaban en la ciudad. Veía esas fotografías y nada. Ni una sola idea, ni un solo concepto.

Quizás eso era una señal. A lo mejor eso significaba que no debía meterse. Se relamió los labios.

La ciudad. Sin trabas, sin impedimentos. Campar a sus anchas. Sabía que Anderssen hablaba en serio porque siempre hablaba en serio; si no, no le habría merecido tras tantos años seguir contando con él.

O a lo mejor era él quien contaba con ella.

En cualquiera de los casos, el policía nunca hablaba por hablar, esa era una de las cosas que más le gustaban de él.

Ya no quedaba whisky. Y ese era el último cigarro que el tipo tenía, que estaba demostrando que se le daba de culo lo de dejar de fumar. Se sentía mucho mejor. Tras la ducha, tras la bebida, todo estaba bien.

La ciudad... Toda la ciudad.

Tenía un mal presentimiento, no podía negarlo. Una punzada leve instalada en el pecho, la extrañeza que suponía no tenerlo todo bajo control. No tenerlo todo bajo control.

¿Pero qué podía pasar?

Sonrió un poco. Sí, qué podía pasar; nada. Ella era Angelique Black. Era imposible. Impensable.

Sin la policía de por medio, Angie podría llevar a cabo sus planes más ambiciosos y dejar de conformarse con esas menudeces. ¿Y si limpiara las calles como quería?¿Y si las librara de toda esa basura? No pretendía un mundo mejor porque sabía que el hueco de un delincuente siempre era cubierto por otro. ¿Pero cuántas almas supondría esa masacre?¿Almas oscuras, las que más valían?

carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora