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Amanda se negaba a cogerle el teléfono y Radu le miraba con impaciencia en la puerta de la prisión.

-¿Podemos darnos prisa? Entenderás que no me mola un pelo este antro- dijo, mirando desafiante a los policías de la entrada.

Johan apretó los dientes y luego suspiró. No quería contar aquello en un mensaje, pero no le quedaba otra.

"El Káiser ha escapado. En la prisión te dirán que no. No sé si está muerto. La exclusiva es tuya. Lo siento". Cruzó los dedos para que no hubiera nadie espiando y dio las gracias por las aplicaciones de mensajería instantánea. Merecía la pena arriesgarse; se lo debía.

Estaba encabronado, vaya que si lo estaba. Lo estaba porque él mismo había llamado a McGraham, uno de los polis de la prisión. Le había respondido que él no tenía acceso para llegar a la sala de máxima seguridad en la que estaba el Káiser pero que había preguntado a otro colega y le había asegurado que seguía allí, clavado. Tenía turno esa noche así que contaba con verle.

No dudaba de la palabra de McGraham, era un simple currito. Johan había aprendido que no son los curritos los que engañan, sino los de arriba. No había forma de que un Cambiante ocupara el lugar de un preso. A no ser, claro, que alguien lo permitiera desde dentro. Y otra cosa no, pero secretísimo de la Prisión Especial era algo que conocía de sobra. Por eso no había dicho nada. Esperaría a salir para poner sobreaviso a Esteve. Se lo debía a Am.

Saludó con la cabeza a los dos policías que custodiaban la entrada.

-Señor Andersen- un tipo con gafas se acercó a él. De mediana estatura, con el pelo perfectamente peinado hacia atrás y un traje negro perfectamente planchado- No nos conocemos, me temo, soy el alcaide Jefferson.

Sí, conocía a Jefferson, pero solo de vista. Era un tipo joven que había tomado ese cargo un par de años antes. Andersen le estrechó la mano.

-Mi compañero y yo necesitamos hablar con Alabaster Strauss. Disculpe la rapidez de la solicitud, pero estamos en mitad de una investigación. Si le soy sincero no creo que la visita sea de ayuda, pero ya sabe...-suspiró y sonrió, intentando parecer fastidiado de estar allí. Tras tantos años lidiando con policías Johan había aprendido que hacer como que nada era lo suficientemente importante era la mejor opción para obtener lo que uno quería, para librarse de recelos. Parecer un incompetente era la salida más rápida.

-Por supuesto- sonrió Jefferson. Tenía los dientes perfectamente alineados y olía a niño bien de colegio caro. Todos los altos cargos, o casi todos, eran niños bien que no habían pisado la calle. Por primera vez le pareció molesto- Acompáñenme, pero antes necesito que depositen aquí sus armas y dispositivos electrónicos, es el protocolo.

Andersen le lanzó a Radu una mirada con la que pretendía indicarle que borrara ese gesto de curiosidad y que se comportara como un policía. Recorrieron los largos pasillos que, como peculiaridad, estaban hechos de cristal blindado. Bajo sus pies podían ver las celdas en los que destacaban las puerta plateadas. El silencio era sepulcral y eso tampoco tenía mucho que ver con las otras cárceles que él había pisado pero, por primera vez, se sintió inseguro.

La Prisión Especial atendía a otras normas que en las cárceles comunes no era necesario. Se había levantado como un laberinto de piedra y cristal. Sus paredes estaban impregnadas de agua bendita y sal y partían de una sala redonda e inicial de la que salían distintas ramificaciones. Se producía en aquel espacio una privación sensorial; los presos flotaban en bidones de agua sin luz, ni sonido, y permanecían aletargados. Johan no podía imaginar una tortura mayor y salía que, lejos de lo que pudiera parecer, era muy complicado trabajar allí.

carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora