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No necesitó ver las explosiones para saber que habían ocurrido. Sintió el temblor y escuchó el ruido atronador de la destrucción. Lo notó como un tirón en sus entrañas, como un dolor ardiente de rabia y desolación. Estaban jugando con ella. Su West. Su ciudad.

Se sentía avergonzada. Se sentía en peligro y no lo soportaba.

¿Y si volvía al infierno? Podía buscar otra puerta. Se mordió los labios. Sería el hazmerreir de todos, quizás, su padre le otorgaría el trono a otro. No le importaba lo más mínimo perderlo... Pero no soportaría una eternidad de burlas. Eso sí que no.

Estaba harta. Estaba muy harta de ir siempre dos pasos por detrás. Estaba muy harta de que la tomaran por estúpida. De un salto subió a la barandilla; había salido a la azotea del Capital y observaba el humo oscuro del tren. La gustaba el Puente Norte. Le gustaba mucho y ahora estaba hecho mierda. Extendió sus alas porque no tenía ganas de ocultarlas durante más tiempo. Sentía cómo los cuernos volvían a aparecer en su frente; hacer mucho que no se sentía tan inestable.

-Angelique Black.

Se volvió, enfadada, sintiendo la rabia crecer por dentro. No esperaba toparse con aquel muchacho con pinta de ángel, con cabello rubio y ojos verdes.

-¿Qué mierdas quieres?

Parecía nervioso. Miró a su alrededor como si esperara que alguien apareciera en cualquier momento. Estaba tan enfadada y quería pagarlo con alguien.

El chico tragó saliva. Seguro que no tenía ni 18 años y que esa belleza excepcional de ángel le había llevado a inmensos pozos de mierda. Era alto, con hombros anchos y una figura esbelta. Su pelo dibujaba suaves rizos y su boca era carnosa, otorgándole un toque andrógino muy particular.

No tenía tiempo para eso. No tenía tiempo para las peticiones absurdas de un chaval que seguramente solo quería salir de allí.

-Soy Remi Beltrane... tenía que...- se le llenaron los ojos de lágrimas. Dios, los sentimentalismos.

-No tengo tiempo para ti, humano...- la voz de Angie sonó profunda, como de ultratumba, como debía sonar. Para su sorpresa él no dio un paso atrás, aunque agachó la mirada de puro pánico-... aparta de mi vista si no quieres arder hasta la muerte.

-... ha sido culpa mía... las chicas... yo no quería...

-Largate.

-¡Pensé que mataría a Kimiko!¡Pensé que ella era la víctima!... No ellas... Ellas no... Sullivan no me dijo que...- se cubrió los ojos con las manos y rompió a llorar. A Angie se le revolvieron las tripas. Menudo espectáculo de debilidad.

Observó al muchacho con más atención. Sí, era muy atractivo, una de esas personas que convierten en mercancía su belleza porque probablemente han nacido en el lugar equivocado. Los había a miles. Pero había algo más; el leve temblor de sus manos que iba más allá de la pena, la rojez en su nariz y en sus ojos.

-¿Le has dado a la coca demasiado, chico?- levantó una ceja. No tenía paciencia para eso- ¿Así que Sullivan, eh?

El muchacho cayó de rodillas ante ella. Llevaba una camisa negra medio desabrochada y unos pantalones que parecían caros. Entonces lo vio; una pequeña marca roja en su pecho. Tenía la forma de una cruz y estaba enrojecida e hinchada, como una quemadura.

Una quemadura.

-¿Conoces la orden de Santa Beatrice?

Esperó, observando sus hombros subir y bajar en las convulsiones del llano. Pero no lloraba. Ya no. En su lugar emitía una risa estruendosa y profunda, mucho más que esa voz aguda de antes. La presión, a su alrededor, cayó sobre ella como una losa, pero intentó no perder el equilibrio.

carameloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora