Capítulo 7: El Plan.

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Pasados varios días de aquella conversación, y luego de una investigación exhaustiva pero muy discreta, finalmente tenían la ubicación exacta del planeta en que Vegeta y Kakarotto habían aterrizado.

Había sido un proceso arduo, lleno de datos ambiguos y caminos sin salida, pero su persistencia los había llevado al destino que buscaban. Sin embargo, lo que encontraron no solo trajo respuestas, sino que también abrió nuevas incógnitas que los dejaron sumidos en la incertidumbre.

—¿Por qué demonios fueron hasta allá? —Vegita frunció el ceño, claramente frustrada. Estaba junto a Nappa y Raditz, reunidos en la habitación de ella, un lugar pequeño y austero, pero seguro para sus conversaciones clandestinas. Allí, entre susurros y miradas cautelosas, planeaban sus próximos movimientos.

—No tengo idea —respondió Raditz, con los ojos fijos en los papeles que sostenía en sus manos.Los tres examinaban la información impresa que habían conseguido tras mucho esfuerzo.

Habían pasado días sin apenas dormir, recopilando datos y conectando hilos que, en apariencia, no llevaban a ninguna parte. Pero ahora, con la ubicación del planeta en sus manos, la siguiente fase de su plan comenzaba a tomar forma, aunque las preguntas persistían en sus mentes.

—Queda demasiado lejos —dijo Raditz, sosteniendo con fuerza el papel, como si de alguna manera eso pudiera dar más claridad a la situación—. ¿En qué diablos pensaban nuestros padres? —gruñó, apretando los dientes.

—En realidad, deberíamos preguntarnos: ¿Cómo supieron ellos que el planeta sería destruido? —Vegita alzó una ceja—. ¿O será que querían deshacerse de ellos?


Raditz rió brevemente, con un tono que denotaba incredulidad.—Imposible. Kakarotto seguía en su incubadora la última vez que lo vi. Apenas era un recién nacido, no tendría sentido.

—Tu madre no lo hubiera soltado tan fácilmente —intervino Nappa, con los brazos cruzados, un gesto habitual que denotaba su carácter impasible. Siempre era el más pragmático del grupo, pero incluso él parecía desconcertado ante la situación.

—Mi padre tampoco lo habría dejado ir —agregó Vegita, con la mirada fija en el vacío, como si intentara desenterrar respuestas del pasado—. Los humanos son la raza que habita ese planeta, y son increíblemente débiles. Seguramente ellos lograron sobrevivir sin problemas y adaptarse sin mucho esfuerzo.

Los tres saiyajines pasaron varios días más elaborando cómo llevar a cabo su plan. No podían permitirse ningún error; Freezer era demasiado poderoso y sagaz, cualquier desliz podría costarles la vida.

Mientras Raditz y Nappa continuaban con sus entrenamientos, mejorando sus habilidades de combate, Vegita entrenaba en secreto, aislada en su habitación para evitar cualquier sospecha. Era fundamental que Freezer no notara nada fuera de lo común, al menos no por el momento. Incluso fingió estar enferma para justificar su reclusión y reducir sus apariciones en público.


—Repite el plan —ordenó Nappa, con su habitual tono autoritario.

—Nappa... —respondió Vegita con tono cansado, aburrida de la repetición, pero consciente de que no había margen para errores.—Hazlo.


Vegita rodó los ojos, pero accedió. Sabía que la precisión era clave.

—Es simple. Yo iré a la Tierra en busca de Vegeta y Kakarotto. Tú, Nappa, te encargarás de programar mi nave con las coordenadas de la Tierra.

Nappa asintió en silencio. Raditz, siempre más inquisitivo, no tardó en hacer otra pregunta.
—¿Qué harás cuando llegues? —inquirió, queriendo asegurarse de que todos los detalles estuvieran claros.
—Cuando llegue a la Tierra, utilizaré el rastreador para localizar las presencias más fuertes del planeta e iré tras ellas. Me parece obvio que las más poderosas pertenezcan a mi hermano y a Kakarotto.
—Bien. Todo claro —respondió Nappa con una sonrisa de lado, una mueca que mostraba su confianza en el plan. Miró a los más jóvenes con cierta satisfacción; sentía que finalmente estaban a punto de tomar control de su destino.

—¿Lista? —preguntó Nappa, mientras el aire en la habitación se llenaba de una tensión que parecía anticipar el próximo gran paso.

—Sí, vamos —respondió Vegita, con una firmeza que ocultaba la inquietud que sentía en su interior.

Sabían que ese día estaba próximo, y con él, la misión que debería durar aproximadamente lo mismo que el viaje a la Tierra. Sin embargo, lo que más inquietaba a Vegita no era la misión en sí, sino saber que no volvería jamás. Por eso, había tomado todas sus pertenencias de valor y las había escondido cuidadosamente. Reliquias que no solo representaban su pasado, sino también lo que quedaba de su familia. Nappa y Raditz, siguiendo su ejemplo, también ocultaron lo que consideraban preciado, por si el destino les jugaba una mala pasada.

Además, tenían un plan en caso de que Freezer notara la ausencia de Vegita. Raditz y Nappa no dudaban en afirmar que dirían que ella se había ido por su cuenta. La tacharían de desertora si era necesario, todo con tal de mantenerse con vida. Incluso estaban dispuestos a auto-lesionarse para que su coartada pareciera más real.

Vegita, por su parte, meditaba sobre lo que haría si encontraba a Vegeta y Kakarotto. Si ellos eran tan fuertes como esperaba, los llevaría de vuelta para enfrentarse a Freezer y, con suerte, asesinarlo.
El simple pensamiento de verlo muerto la llenaba de una oscura satisfacción. A medida que pasaban los días, esa idea se transformaba en una obsesión que la mantenía despierta durante largas noches.

Finalmente, el día llegó. Los tres se dirigieron al puerto de naves, donde cada uno abordó su respectiva nave. Vegita, una vez sentada, cruzó los brazos. El silencio de la cabina la envolvía, mientras la compuerta se cerraba con un suave pero firme ruido metálico. En un gesto casi automático, se quitó el rastreador de la cara y dejó escapar un profundo suspiro. Estaba nerviosa, aunque no lo admitiría en voz alta.

«Más o menos en 9 o 10 meses estaré allá, y estas misiones pueden durar mucho más, así que tengo tiempo de sobra para llegar a la Tierra sin problemas», pensaba, tratando de calmarse.

—La nave ya está por despegar y, por suerte, Freezer no ha sospechado nada hasta el momento —murmuró, como si necesitara oír esas palabras en voz alta para convencerse.

Desde lo más alto de su castillo, Freezer observaba el puerto de lanzamiento desde su balcón. Era como si sus ojos siempre estuvieran sobre ellos, acechando cada movimiento. A su lado, Zarbon y Dodoria permanecían en silencio, aunque siempre ansiosos por provocar a Vegita. Les divertía verla perder el control, pero ella no podía permitirse ese lujo ahora.

«Maldición. No recuerdo que esto tardara tanto».

—¿Qué pasa? ¿Por qué aún no nos han dado la señal para despegar? —preguntó, algo inquieta, a través del comunicador.
Su cuerpo comenzó a temblar cuando Freezer apareció en su campo de visión, caminando lentamente hacia el panel de control de las naves. Los ojos fríos del tirano se dirigían directamente hacia su nave. Cada paso que daba era una amenaza silenciosa.
—Maldita sea.

«¿Nos descubrieron?»

Freezer se detuvo frente a los controles, con el ceño fruncido. Hizo un gesto a los soldados, indicándoles que se dirigieran hacia su nave. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Vegita cuando la compuerta comenzó a abrirse lentamente.

«Estoy muerta. »

La hermana de Vegeta | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora