Capítulo XXX, Parte I

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Intimidad

Una linda mañana en Londres, los pajarillos cantaban en el jardín, a lo lejos, debajo de un árbol se encontraba una persona, dormitando, respirando acompasadamente, mientras que un joven castaño la miraba de vez en vez, checando que estuviese cómoda, mientras leía el periódico y revisaba algunos papeles depositados en la mesa. Su mirada viajaba desde el bello rostro de su esposa hasta el abultado vientre que denotaba los recién seis meses de gestación.

- Hijo, ¿cómo está? – preguntó Eleonor, que al igual que la rubia ya se encontraba en el sexto mes de gestación.

- Al parecer más tranquila mamá, ha dormitado por más de una hora – refirió calculando con reloj en mano.

- ¡Qué bueno! Dorothy me ha dicho que no puede dormir gran cosa, ¿necesita llevar la férula puesta? – preguntó Eleonor un tanto preocupada.

- Sí madre, hay que resguardar al bebé, la férula se quedará ahí por un largo tiempo, de ser necesario hasta que el bebé nazca - resolvió el castaño sonriendo débilmente.

- Pero hijo... tus necesidades - nombró la rubia indecisa.

- Pueden esperar madre, tienen y deben esperar, sabré como arreglármelas; dime Eleonor ¿cómo has estado? – le preguntó para sacarla del tema.

- Bien, afortunadamente he estado demasiado bien – le sonrió nuevamente.

- ¡Qué bueno mamá! Hay ¿algunas otras cosas que quisieras saber? – preguntó él molesto.

- Está bien, no preguntaré más. ¿Volverás al trabajo? – cuestionó Eleonor.

- He pedido autorización de la reina para que no asista, aún estoy esperando, por lo tanto, iré de vez en cuando, no puedo dejarla sola – refirió el mirando cómo su esposa se había despertado.

- Entiendo y ¿Niel Leagan? – cuestionó otro asunto.

- Pasará largos años en la cárcel, aunque desconozco eso, Fausto nos informará cuando cumpla un año de confinamiento – le respondió levantándose de su silla y comenzó a caminar haciendo una reverencia, para despedirse de su madre.

- Despertaste – se acercó rápidamente.

- Terry, tengo sed – dijo esto en un susurro.

- Espera, voy por la esponja – le tomó la mano para después ser detenido por ella.

- No de esa sed, quiero sentirte – le apretó la mano contra su cintura.

- No podemos amor, ni tú ni yo podemos resistirnos a no estar juntos, lo entiendes - la miró con unos ojos que ella conocía demasiado bien.

La dama del retratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora